Después de varios años de algarabía gubernamental por el sólido crecimiento del PIB, que ha sido respaldado por una intensa campaña mediática y la contentura de algunos sectores privilegiados, ahora se dan cuenta que ese crecimiento se producía donde no se genera empleo y con un impacto nulo en la reducción de la pobreza.
No faltaron en estas mediciones del PIB, ciertos datos absurdos del sector agropecuarias, que en el 2008 arrojó cifras de crecimiento de 13%. Las mismas organizaciones agropecuarias desmintieron esas cifras reiteradas veces y la ubicaron en alrededor del 4%. La quiebra de la agricultura, hoy revelada sin tapujos, muestra la costumbre de mentir de este gobierno.
Las revelaciones comenzaron a surgir a raíz del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD publicado en el 2009, que muestran como el desempleo y la pobreza han aumentando en medio de un alto crecimiento. Eso les costó el puesto a varios técnicos altamente calificados.
Ese crecimiento, sustentado mayormente en los sectores no transables de la economía, como los servicios de intermediación financiera, los seguros, el transporte y las telecomunicaciones, ha obviado el hecho de que estos no son los que podrían sacar al país de su pobreza y mucho menos reducir el nivel de desempleo. Es bueno que todos tengan un celular o internet, pero eso jamás justifica el abandono de los sectores más dinámicos de la economía, como las zonas francas, la manufactura, la agricultura, la construcción y el turismo.
Una vez esos sectores no transables comienzan a debilitarse, el PIB comienza a caer aceleradamente. Al mismo tiempo, aquellos que generan mayor empleo se tambalean o caen abruptamente, como es el caso de las zonas franca, donde se perdieron 90 mil empleos directo y otro tanto indirectos, el sector de la construcción, que se mueve en terreno negativo y ahora la agricultura donde todo es un caos.
Como resultado, las importaciones crecen fuertemente y las exportaciones se hunden rápidamente ya que la sobrevaluación del peso, las altas tasas de interés, la corrupción y los costos energéticos y del transporte las penaliza duramente.
El turismo dejó de ser una prioridad de las autoridades bajo la presunción de que recibía demasiados beneficios fiscales. Igualmente la manufactura, ya que muchos funcionarios creen que aquí no hay futuro para la industria nacional por su ineficiencia y baja tecnología.
Producto de esa política, hoy tenemos un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos de un 10% del PIB (US$5,000 millones) y deudas sobre el 40% del PIB.
También el gobierno fomentó el desempleo y la pobreza con su política de inversión pública. En la época de Balaguer y de Hipólito Mejía, el crecimiento del PIB estaba mejor distribuido y se dedicaba alrededor de un 30% del presupuesto a la inversión pública, donde los centavos llegaban al rincón más apartado del país. Viviendas para los pobres, acueductos rurales, caminos vecinales, rehabilitación de sistemas de riego y arreglos de calles y contenes en pequeñas comunidades y barrios marginales.
Este gobierno optó por reducir la inversión a no más de un 20% del presupuesto, concentrándola grandes obras en la capital, incluyendo apartamentos de lujo frente al Parque Mirador del Sur. Una vergüenza santiguada por la sociedad.
También sacrificó la inversión pública para usar el grueso del presupuesto en duplicar la nomina respecto a la que existía en el 2004, sin obviar el clientelismo y la corrupción para mantenerse en el poder.
En fin, el crecimiento económico de este gobierno en sus primeros 6 años descansó sobre pies de barro y jamás se solidificó. Hoy comienza a hundirse gradualmente sin que nadie salga en su auxilio.