Varios sectores de la sociedad dominicana permanecen incrédulos ante el espectáculo que acaeció la semana pasada en la Cámara de Diputados (CD). La aprobación de la Ley de Presupuesto y Gastos Públicos para el 2012 fue "un momento para el olvido". Cuesta trabajo entender tan "deslucida actuación", especialmente por la forma antidemocrática con que se llevó a cabo dicha sesión. Y aunque el último capítulo de esta vergonzosa historia ocurrió en la CD, la misma inició en el pleno de la Cámara de Senadores con la aprobación al vapor de este proyecto de ley.

Esta aprobación representa un atropello a la institucionalidad dominicana, lacerando los derechos constitucionales y la tan pregonada democracia participativa de la cual goza, según sectores oficialistas, el pueblo dominicano. Los congresistas, llamados a crear las leyes y normativas que nos rigen como sociedad, fueron los primeros en abalanzare a violar la Constitución. Indigna aun más la arrogancia que se desprende de ambos presidentes de las Cámaras, individuos que penosamente lideran al grueso congresual. Estos retrógrados, quienes sufren de miopía democrática, elegidos a sus actuales funciones con la responsabilidad de representar a sus electores, terminaron por responder a interés partidistas y plenipotenciarios emanados desde el Poder Ejecutivo.

Las imágenes de la sesión en la CD dan realmente pena, pareciendo una subasta y, brillando por su ausencia, la discusión abierta y pluralista que debe regir en nuestro Congreso. Y esto no es un buen augurio, pues el presupuesto nacional identifica de antemano las prioridades y planes estratégicos que una nación realizará a lo largo de un año. Bien puede afirmarse que en gran medida el bienestar inmediato de los pueblos está atado a su ley de presupuesto, ya que en ella se trazan la prioridades de un plan de gobierno durante 12 meses. Siendo esta la realidad, el escenario exigía de un análisis minuciosos de los programas impulsados, los costos de los mismos, y las partidas asignadas por dicha ley. Pero eso no sucedió, la "prisa" de nuestro Congreso se impuso a la razón y al sentido de responsabilidad democrática.

A raíz de este talent-show que llamamos "Congreso Nacional", le he propuesto a la Real Academia de la Lengua lo siguiente: en la definición de lisonjero debe ser incluida la frase "véase Congreso Nacional Dominicano" con fotografía adjunta. Esto ayudará a las generaciones futuras a entender como la "democracia" en dominicana operaba en pleno siglo XXI. Pero además, mi propuesta va más allá, pidiendo que se coloque una nota aclaratoria diciendo: "este Congreso no es representativo del pueblo dominicano". Y esto lo digo porque no pudiera estar más convencido de que los individuos ocupando una silla en el Congreso Nacional no responden a los intereses del grueso popular. Allí, en el pleno del Congreso, impera la ley del más fuerte y del que más tiene, lejos de las funciones democráticas que deben ser nodales para establecer la autonomía y el funcionamiento apropiado de dicha instancia gubernamental.

Pero al final, el peligro del accionar de este circo que llamamos "Congreso Nacional" no sólo radica en la vejación contra el pueblo, sino en que además, tan irresponsable actitud subraya una deficiencia antigua en nuestro sistema que aun no hemos podido superar: en República Dominicana no existe el debido balance entre los poderes del Estado y la independencia de dichos poderes brilla por su ausencia; esta patria forjada por Duarte parece cada día más una autocracia. Si a esto le sumamos la falta de institucionalidad con la cual nuestros gobiernos se manejan y el caudillismo que exhibe nuestro Poder Ejecutivo, el pronóstico, mis amigos, está envuelto en una incertidumbre que no beneficia al desarrollo de nuestra nación. Este problema se acrecienta cuando tenemos marionetas en el Congreso Nacional, elemento que asegura que seguiremos siendo víctimas de lineamientos partidistas e intereses particulares, esto independientemente de qué partido este en el gobierno.

Y es ante esta realidad que como dominicanos debemos unirnos bajo una misma voz. Los legisladores están ahí porque nosotros, los electores, votamos por ellos. No llegaron allí como por arte de magia, fue el seno mismo del pueblo quien depositó en ellos la responsabilidad de velar por el bienestar de la nación. Es allí donde debe radicar nuestra respuesta, haciendo valer nuestra voluntad ante un grupo de individuos que ha desempeñado sus funciones con marcadas deficiencias. Nos ha de importar a todos, sin excepción alguna.

"Primero se llevaron a los negros

pero a mí no me importó porque yo no lo era.

Enseguida se llevaron a los judíos

pero a mi no me importó porque yo no lo era.

Después detuvieron a los curas

pero como yo no soy religioso tampoco me importó

Luego apresaron a los comunistas

pero como yo no era comunista, tampoco me importó

Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde." Martin Niemoeller.

A buen entendedor, pocas palabras bastan…