La delincuencia y la actividad criminal nos obligan a movilizarnos y apoyar toda acción que el gobierno asuma contra ella. Debemos unirnos en repudio masivo contra este flagelo que mantiene en ascuas a los ciudadanos, temerosos de sus vidas y propiedades. No hay lugar ni hora seguros ante ese fenómeno. No transcurre un día sin que el anuncio de un asesinato o un atraco a personas indefensas nos sacuda. Los medios escritos y electrónicos nos traen cotidianamente, como una rutina, reportes escalofriantes de crímenes, como uno no llegaba a imaginarse hasta hace unos cuantos años.
Es hora de sublevarse contra ese fenómeno que nos despoja del derecho al sosiego. Si no somos capaces de ponerle un alto a este vandalismo perderemos la oportunidad de construir una nación digna de vivir en ella y de la que podamos sentirnos orgullosos. Los últimos hechos no nos permiten permanecer inactivos, porque podríamos ser los próximos.
Ante las acciones de estos delincuentes la vida humana cuesta menos que un pequeño teléfono celular. Los asaltos ocurren dentro de viviendas, a la salida de establecimientos comerciales, en los parqueos de restaurantes y consultorios médicos. Las familias abandonan sus casas en barrios que una vez fueron seguros y tranquilos para irse a vivir en apartamentos, para encontrar un nivel de seguridad que las residencias individuales ya no ofrecen. Las medidas contra el crimen no surten efectos y la población siente que no existen realmente políticas para combatir la creciente delincuencia. Criminales vulgares y narcotraficantes se están apoderando de nuestras vías y ciudades. La gente tiene temor de ir a los sitios públicos y dejar sus vehículos en las calles. Los dominicanos estamos en la obligación de formar un amplio frente contra esta situación sin precedentes, enviando cartas, suscribiendo documentos públicos y marchando en demanda de tranquilidad.