CUANDO SE fundó el Estado de Israel, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Moshe Sharett, hizo algo que parecía bastante natural. Vendió su apartamento privado.

En su nueva función se le concedió una residencia oficial. Una vivienda modesta, no hace falta decirlo.

Sharett pensó que era impropio de un funcionario público mantener un apartamento privado cuando vivía a expensas del gasto público.

No se quedó con el dinero que recibió por su apartamento privado. Prefirió donarlo a varias asociaciones de derechos humanos, las mismas que ahora están bajo el ataque de un gobierno feroz, y etiquetadas como “izquierdistas”, una etiqueta sólo ligeramente menos negativa que “traidoras”.

Hoy en día, una acción semejante sería considerada una locura. Pues bien, el actual primer ministro vive en una residencia oficial y mantiene dos casas más, una de las cuales es una villa de lujo en una colonia, de los muy ricos.

En muchos aspectos, Sharett fue una excepción. Nació en Ucrania, llamado Moshe Shertok; llegó a Palestina cuando tenía diez años de edad, vivió durante algunos años en los barrios árabes donde aprendió esa lengua, sirvió durante la Primera Guerra Mundial en el ejército otomano y se convirtió en el experto sionista en relaciones exteriores. Todo esto era bastante inusual: casi todos los líderes sionistas ni entendían el árabe ni les gustaba, y veían a los árabes desde el principio como enemigos.

Para que esto no se entienda como adulación por un admirador, debo añadir que él no me gustaba en absoluto y que dijo algunas cosas muy desagradables sobre mí, a lo cual respondí con algunos comentarios muy desagradables.

Sin embargo, no pude abstenerme de recordar su decencia esta semana, el día en que el máximo tribunal en Israel envió un exprimer ministro a la cárcel por soborno.

CUANDO ESTO sucedió, el acusado, Ehud Olmert, estaba casi exultante.

Un tribunal menor lo había hallado culpable de una acusación mucho más grave de soborno y lo condenó a una pena de prisión por mucho más tiempo. El Tribunal Supremo, después de demorar su caso el mayor tiempo posible, redujo el delito y la pena de prisión de seis años a un mero año y medio. Y como de costumbre en Israel, un tercio sería reducido por su buen comportamiento en la cárcel, por lo que es probable que esté “detenido” solo por un año.

Aleluya. El exprimer ministro va a pasarse sólo un año en la cárcel, donde se unirá a un expresidente de Israel que ha sido enviado allí por violación.

El actual primer ministro y su esposa están bajo investigación por el uso de fondos del Gobierno para pagar los gastos de sus dos casas particulares. El actual abogado de Netanyahu solicitó al Fiscal General una conversación privada, en la que iba a pedirle (de acuerdo con una nota escrita) que anulara la investigación, dando a entender que Sara Netanyahu estaba mentalmente inestable. El fiscal general se negó a verlo, pero el asunto se mantiene. 

Por cierto, el todopoderoso Procurador General (conocido en Israel como el “Asesor Jurídico del Gobierno”), fue, antes de su nombramiento, el abogado privado de la familia Netanyahu. Concluirá su mandato en un mes, cuando sea reemplazado por el actual secretario del gabinete, una persona aún más cercana a Netanyahu.

Otras luminarias políticas importantes están bajo investigación penal por una cosa o por otra. Uno de ellos es Sylvan Shalom, el exministro del Interior, y viceprimer ministro, quien tuvo que renunciar la semana pasada después de ser considerado sospechoso de violar o abusar sexualmente de seis mujeres que trabajaban a sus órdenes (no hay juego de palabras).

El oficial de policía a cargo del departamento responsable de todas estas investigaciones acaba de ser reintegrado, después de haber sido suspendido por sospechas de haber abusado sexualmente de mujeres policías.

Esto me recuerda una anécdota que escuché hace muchas décadas. Un político se acercó al entonces ministro de Educación, miembro del Partido Laborista: “¡Felicítame! ¡Acabo de ser absuelto!”. A lo que el ministro respondió secamente: “Qué curioso, yo nunca he sido absuelto”.

DESDE ENTONCES, la moral pública de Israel ha cambiado radicalmente. Ehud Olmert es, tal vez, su representante más típico.

Su padre fue un luchador clandestino del Irgún y cuando Menahem Begin fundó su partido político, Herut (“Libertad”) en el nuevo estado, su padre fue elegido miembro del parlamento, el Knesset.

Ehud nació unos días después del final de la Segunda Guerra Mundial y se crió en los barrios fundadas por exmiembros del Irgún, cerca de Haifa. Todos estos barrios eran bastante pobres, lo que tal vez explique el deseo de Ehud de toda la vida de dinero y objetos preciosos. El hecho de que nunca haya participado en ninguna guerra quizá explica su ligereza con el gatillo. 

Se incorporó, por supuesto, al partido de Begin. Pero cuando surgió una nueva estrella, vio una oportunidad para un avance rápido. La estrella era Shmuel Tamir, también exmiembro de Irgún, que había estudiado leyes cuando los británicos lo exiliaron a África. Tamir era extremadamente ambicioso, y cuando le pareció ver una oportunidad para derrocar y reemplazar a Begin como líder del partido, ejecutó un golpe de estado en la conferencia del partido. Olmert, mucho más joven, se unió a él inmediatamente.

Ambos calcularon mal. El Begin de especto benigno enseñó los dientes, el golpe fracasó, y Tamir y sus seguidores fueron expulsados. Entonces, fundaron un nuevo partido, pequeño, el partido Centro Libre. “Centro”, porque atacaron la ideología nacionalista derechista de Begin y se posicionaron en el centro moderado.

Poco después estalló la Guerra de los Seis Días e Israel se convirtió en un imperio con enormes territorios ocupados. Y, he aquí que, de un día para otro el Centro Libre se convirtió en el más extremista de los partidos de derecha, predicando la anexión y acusando a Begin de debilidad y moderación.

YO ERA un miembro del Knesset entonces, y vi a Olmert por primera vez cuando era un ayudante menor de Tamir. Siempre caminaba detrás de él, llevando sus documentos y libros.

Pero Tamir subestimó a este joven ambicioso. Cuando prefirió a otro joven como ayudante, Olmert dividió el pequeño partido en dos aún más pequeños, bajo otro líder veterano. Luego, también dividió a este partido, se deshizo de su líder, y se hizo cargo él mismo. Al darse cuenta de que esto no conduciría a nada, se reincorporó a Begin y fue colocado en la lista de candidatos.

Él hubiera podido haber avanzado lentamente en las filas, pero estaba impaciente. Por eso saltó del Knesset a la municipalidad de Jerusalén y atacó al legendario, pero ya envejecido Teddy Kollek. Y resultó elegido alcalde de Jerusalén, un lugar destacado y muy visible.

Kollek, un hombre de trabajo, era un nacionalista agresivo. Inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días destruyó los barrios árabes cerca del muro occidental con el fin de crear la enorme plaza. Y creó los barrios judíos en el Jerusalén recién anexado.

Afortunadamente, no puso en práctica la idea de su antiguo mentor, David Ben-Gurión, de arrasar la antigua muralla otomana de Jerusalén, símbolo de la ciudad. Ben-Gurión, ya un tanto senil, insistió en que no era lo suficientemente judío.

Olmert, el centrista que se hizo radical, después centrista de nuevo, otra vez se convirtió en radical. Fundó más barrios judíos en Jerusalén Este, incluyendo el asentamiento muy controvertido de Har Homa. Mis amigos y yo organizamos una larga pero al final infructuosa lucha en contra. Ahora, desde el atroz asentamiento, se divisa Belén. 

Pero esta no fue la única atrocidad arquitectónica del gobierno de Olmert en Jerusalén. Otra, aun peor, ha contribuido a su circunstancial caída de esta semana.

EN EL CENTRO de Jerusalén Oeste se desató la codicia de los constructores. Un grupo de desarrolladores se distribuyó grandes sobornos a derecha e izquierda con el fin de obtener la licencia para construir un enorme proyecto de viviendas llamado “Tierra Santa”.

La barbaridad se concretó. Consiste en un grupo de edificios de gran altura y una torre aún más atroz, de muchos pisos, desde donde se ve todo Jerusalén, incluyendo los lugares sagrados. El alcalde, Olmert, entre otros, fue acusado de haber aceptado un soborno fabuloso.

Pero para entonces, ya Olmert había avanzado. Salió de la municipalidad, regresó al partido de Begin, volvió a ser un miembro del Knesset, ayudó a Ariel Sharon a dividir el partido (ahora llamado Likud) y crear un nuevo partido (“Kadima”, Adelante.)

Cuando Sharon asumió el poder, Olmert esperaba apoderarse del importante Ministerio de Hacienda, pero Sharon se vio obligado a entregárselo a Benjamín Netanyahu. Olmert tuvo que conformarse con el Ministerio de Comercio, mucho menos importante. Como premio de consolación, Sharon le confirió a Olmert el título de viceprimer ministro.

Este era un título vacío, y los colegas de Olmert se rieron a sus espaldas. Pero no por mucho tiempo. De repente, Sharon cayó en un coma prolongado, y antes de que nadie pudiera moverse, Olmert asumió el poder como diputado, y luego como el próximo primer ministro. Al fin había llegado.

Pero sus fechorías lo atraparon. Un montón de escándalos de corrupción lo obligaron a renunciar, finalmente. En el último momento, ofreció a los dirigentes palestinos concesiones tentadoras, pero ya era demasiado tarde. Los palestinos decidieron que su final político estaba cerca y esperaron para negociar con su sucesor.

En ese momento, una docena de acusaciones de corrupción flotaban en el aire. Él siempre se defendió acusando a sus subordinados, siempre afirmando que no sabía nada de nada, que todo había sucedido a sus espaldas.

Pero al final, llegó demasiado lejos. Cuando despidió a su fiel secretario (una mujer) con el fin de salvarse a sí mismo, ella abrió la boca. Y esto fue demasiado.

Tras una batalla judicial muy larga, el Tribunal Supremo emitió el fallo definitivo esta semana: Olmert fue declarado culpable de uno de los muchos casos de soborno de los que era sospechoso y enviado a prisión.

Nunca me gustó mucho este hombre, ni política ni personalmente. Sin embargo, debo confesar que en este momento, no siento ni alegría ni satisfacción. Más bien siento lástima por él.