Hay oficios que los niños admiran enormemente: bombero, astronauta o marinero. Estas fantasías a veces se esfuman con el paso del tiempo, otras, persisten para volverse una auténtica vocación. Tal fue el caso del francés Jean-Baptiste Charcot (1867-1936) que nunca dejó de soñar con cruzar los océanos.
Sin embargo, su padre Jean-Martin Charcot, neurólogo eminente y precursor de la hipnosis (en la que inició a Freud por cierto) nunca consintió que el «frutito de sus entrañas» se hiciera un vulgar marino. Por lo que, ni tarde ni perezoso, se encargó de inscribirlo en la facultad de medicina.
Aunque la frase es trillada, sabemos que la voluntad es indomable, así que Jean-Baptiste Charcot, con todo y su diploma de doctor, será uno de los mayores exploradores de los polos. Al mando de su embarcación realizará una docena de expediciones al Ártico y a la Antártica, aunque antes tenga que esperar al fallecimiento de su padre.
A principios del siglo XX, el planeta está muy visto. Charcot, inspirado por la obra de Jules Verne, que devoraba con fascinación, ya no podía descubrir el Océano Pacífico o conquistar el imperio Azteca, sólo le quedaba navegar hacia los polos: esquivando en su barco los monumentales icebergs; sufriendo los embates del frío perpetuo; motivando a la tripulación para que su ánimo no decayera…siempre con la intención de comprender mejor el mar y sus misterios.
Hoy, a ochenta años del fatal accidente, Francia conmemora la valentía de un explorador casi desconocido. La Maison de l’Amérique latine de París presenta una exposición fotográfica del primero de sus viajes
En 1903 inicia su primera aventura hacia los confines australes. Echó mano de la fortuna familiar y de las donaciones de la gente para poder costear la expedición que, en agradecimiento la llamó «le français ». En un principio duraría tres meses, pero habría de prolongarse durante dos años. Las groseras condiciones del clima no le impidieron trazar una cartografía de la península Antártica, al sur de Chile, que incorporaba mil kilómetros de litorales hasta entonces desconocidos. A su regreso en 1905, su mujer Jeanne Hugo (nieta del célebre escritor Víctor Hugo) lo recibió con la sentencia de divorcio, él como toda respuesta se rascó las barbas y se dispuso a preparar su siguiente viaje.
En efecto, en agosto de 1908 regresó a la Antártida, necesitaba completar sus cartografías. Llega a la Tierra Alexandra y descubre la isla que llevara su nombre (Tierra de Charcot). En aquellas épocas no existían ni los radares satelitales ni los institutos meteorológicos que pudieran prevenirle: « ya viene un tormentón apocalíptico…No, por allí no te metas que está lleno de rocas criminales…». Todo era intuición, descubrimiento y valor.
Prácticamente nunca dejó de viajar, gracias a lo cual sus aportaciones son valiosas y extensas: 4000 kilómetros de costas descubiertas; cartas marinas; observaciones oceanográficas, meteorológicas y geológicas; colecciones zoológicas y botánicas de aquellos remotos sitios.
También participaría en la Gran Guerra. Primero como médico en un hospital de la marina en Cherbourg. Luego, convenció e instruyó a los ingleses para que fabricaran un barco caza-submarinos, inventos similares va a implementar para los franceses. Sus actos le valdrán el reconocimiento de ambos países.
En las rocosas y glaciares costas de Islandia hay un monumento a Charcot que recuerda su trágico final. Era el 16 de septiembre de 1936 cuando su emblemático barco « Pourquoi pas » no resistió una tormenta feroz (duraría doce horas), él y 38 miembros de su tripulación murieron a unos cuantos metros de la playa. Sólo sobrevivió un marinero. Al día siguiente, la marea arrojaría a las playas una veintena de cuerpos, entre ellos el de Jean-Baptiste Charcot, también llamado el ‘caballero de los polos’. Tanto en la capital islandesa como en su país, recibirán homenajes apoteósicos, dignos del mejor Odiseo.
Hoy, a ochenta años del fatal accidente, Francia conmemora la valentía de un explorador casi desconocido. La Maison de l’Amérique latine de París presenta una exposición fotográfica del primero de sus viajes: Quand Charcot gagnait le Sud y el canal franco-alemán Arte difunde un documental sobre su vida.
Jean-Baptiste Charcot no quiso morir de aburrimiento en su mansión de Neully-sur-Seine, prefirió ser fiel al verso de Neruda y acostarse con la muerte en el lecho del mar.