De acuerdo a los distintos diccionarios del español coloquial, “venir con cuentos chinos” o con cuentos, simplemente, es contarle a uno cosas poco interesantes, o mentiras. Y María Moliner, en su consultadísima obra lexicográfica, al referirse al uso de frases tales como: venir como anillo al dedo, decir lo que viene a la boca, venir a la boca, venir a la cabeza, venir al caso, venirse el cielo abajo, venir a cuentas, venir a cuento, venir con cuentos, etc., indica que el verbo venir, seguido de un infinitivo o de otra palabra significa que la acción realizada por alguien se considera “inoportuna o injustificada: por ejemplo: ¿a qué viene mostrarse ahora tan amable, ¿a qué viene comprarse otro coche, ¿a qué viene todo esto?”.
Pues bien: nosotros, siguiendo tanto el trillo de Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras” como el de la filóloga española –el uno desde la práctica y la otra desde la ciencia–, buscaremos responder antes de que usted se formule la pregunta: “a qué viene Venir con cuentos?” Y es que ambos sentidos, aparentemente de una sutilísima, inasible, carga negativa, resultan sin embargo muy útiles al momento de abordar este Muestrario del cuento dominicano, publicado por la Editora Nacional en 2012. Podrían ser mentiras –y algunas sí lo son, en parte o en esencia– las historias que nos cuentan los cuentistas, pero lo son sólo a raíz de que su punto de partida es la envoltura de ficción en los hechos que construyen como relatos. Y quizás no estemos lejos también de considerar estas narraciones, navegando paralelos a María Moliner, “inoportunas o injustificadas”. ¿Ello por qué? Pues porque la literatura de ficción, incluso cuando invade el terreno de lo histórico-social, aparece preñada de la imaginería del autor, como si todo proceso escritural fuera una destilación personalísima de la realidad. Siempre un punto de vista, una visión: una versión, digamos, del suceso.
¿Y a qué viene el escritor José Rafael Lantigua con este libro? Veamos qué nos dice en contratapa, para entender a qué: “AAAAAVale decir que, desde XXX, desde el origen de nuestra narrativa nativa, los escritores dominicanos siempre vienen con un cuento
Quince momentos del cuento dominicano, desde ángulos y licencias variadas y, a veces, contrapuestas, conforman la presente selección, que no está marcada por la linealidad y más bien atiende a la visión de la literatura como proceso. Tampoco se circunscribe a un orden de representatividades, sino a un modelo que busca diseñar el comportamiento de una literatura conforme las técnicas, estilos y temas abordados por los autores seleccionados. Aunque la marca una cronología, ésta no es determinante. No sabemos si algunos de los maestros del género invocados lo han escrito, pero si el cuento es deleite y sorpresa, con la misma intensidad debe ser también provocación. Un esquema narrativo moderno se ajusta, pues, a presupuestos técnicos donde la norma sea precisamente la variedad, la diversidad, la falta de normas. Justo lo que esta muestra ofrece a los lectores.”
Viene a cuento, entonces, que Venir con cuentos pretende trazar un espectro amplio en la generalidad de la cuentística dominicana contemporánea, habiendo elegido piezas de Juan Bosch, Hilma Contreras, Virgilio Díaz Grullón, Marcio Veloz Maggiolo, René del Risco Bermúdez, Armando Almánzar Rodríguez, José Alcántara Almánzar, Pedro Peix, René Rodríguez Soriano, Enriquillo Sánchez, Arturo Rodríguez Fernández, Diógenes Valdez, Rafael García Romero, Ángela Hernández y Pedro Antonio Valdez. Escritores todos de trayectoria indiscutible, sabiendo que faltan nombres, que siempre faltarán. De ahí que el libro eluda ser una antología, y se proponga como muestrario, una motivación de arranque a la lectura de nuestra narrativa corta, género en el que nos vamos afianzando tan robustamente que sus raíces cruzan lechos de océanos y se implantan en otros países. De modo que, repito, antología no: ¿quién se va a creer ese cuento?
Venir con cuentos parte de Bosch porque, según su compilador “con Bosch nacía, sin duda alguna, una nueva forma literaria de contar, historias novedosas que configuraban un ejercicio de desvelos aquietados por el ambiente cerrado de la dictadura y que en los nuevos narradores abría un novísimo espacio para enriquecer una cuentística que nacía apremiada por la nueva realidad.”
Pero también recuerda nuestro autor que “cuando Bosch regresó a Santo Domingo a fines de 1961, ya había una cuentística importante, y sin dudas señera. Existían las obras de Ramón Marrero Aristy, José Rijo, Freddy Prestol Castillo, Néstor Caro, Ángel Hernández Acosta, Hilma Contreras, Ramón Lacay Polanco, J.M. Sanz Lajara y Virgilio Díaz Grullón. Y estaba comenzando a descollar el cuento de Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco y Carlos Esteban Deive, para anotar sólo algunos ejemplos. O sea, estaba labrada una cuentística de impronta saludable que afirmaba la cuantía y calidad del género en nuestra historia literaria. Empero, es a mediados de los años sesenta cuando va a producirse una explosión iluminante y sorpresiva en el recorrido histórico del cuento dominicano. Han ocurrido ya varios hechos esenciales desde el punto de vista socio-político que marcan definitivamente la labor literaria, como dejan marcada sin dudas el alma del país: el ascenso de Bosch al poder, su efímero mandato de siete meses cortado por la codicia cívico-militar de la época, la revuelta armada de abril de 1965, frustrada por la segunda intervención militar norteamericana del siglo en República Dominicana y la celebración de elecciones, con los marines todavía interviniendo la nación, que terminan con el ascenso al gobierno de Joaquín Balaguer. Estas situaciones sociopolíticas marcan el rumbo de la literatura de la época y originan la explosión literaria señalada, donde el cuento adquiere importancia capital y distintiva. Es cuando surgen los concursos de la agrupación cultural La Máscara, que tendrá a Bosch entre sus jurados, luego seguidos hasta la fecha por los de Casa de Teatro, certamen donde ha nacido y crecido en las últimas décadas el cuento dominicano y a través del cual puede perfectamente estudiarse la trayectoria del género en el país.”
Nada sale de la nada: nadie me venga con ese cuento, porque son el trabajo crítico de años y los kilómetros de páginas recorridos como lector incontinente, los que han permitido a José Rafael Lantigua brindarnos este manjar de narrativa rápida en formato 6×9. Su sustanciosa selección, como nos cuenta, “ejemplariza formas y estilos diversos: el criollismo de óptica impresionista de Juan Bosch; la metáfora poética de Hilma Contreras, la primera mujer cuentista dominicana; la sombra psicológica dentro de una visualidad urbana de Virgilio Díaz Grullón; el retrato de caracteres desde la visión experimental de una realidad epocal de Marcio Veloz Maggiolo; el tema urbano desde la memoria nostálgica de René del Risco Bermúdez; la agudeza verbal desde un lenguaje coloquial que cifra sucesos y memorias de Armando Almánzar Rodríguez; la visualización de una realidad mágica de José Alcántara Almánzar; la experimentación en el desborde imaginativo de Pedro Peix; la narración renovadora de vivencialidad posmoderna de René Rodríguez Soriano; el esqueleto demiúrgico dentro de una prosa narrativa solemne y confluyente de Enriquillo Sánchez; el juego de la cotidianidad en el expresionismo desacralizador de Arturo Rodríguez Fernández; la linealidad ortopédica con el vitalismo explorante de Diógenes Valdez; el trazo poético en una armazón delirante de Ángela Hernández Núñez; la magicidad absorbente y crítica de Rafael García Romero; y, la ficción como juego de notas marginales en una estructura alternante de Pedro Antonio Valdez.”
Desde nuestros primeros abordajes a las letras como cultura-nación, las plumas dominicanas siempre vienen con un cuento. Tan temprano como el siglo XIX con Angulo Guridi, Deligne, Deschamps, Perdomo, Penson, hasta el afianzamiento del género en sí en el siglo XX con Virginia Elena Ortea y José Ramón López. Y en el siglo XXI, además de los cuentistas incluidos que vienen con cuentos hoy, narradores de fuste como Jeannette Miller, Néstor Caro, Alcántara Almánzar, Marcallé Abreu, Holguín Veras, Tejada Holguín, Avelino Stanley, Máximo Vega, Miguel Aníbal Perdomo, José Bobadilla, Llibre Otero, José Acosta, César Zapata, Pastor de Moya, Luis Martín Gómez, Rey Andújar más el etcétera que se me escapa… ¡parece el cuento de nunca acabar!
Este es un libro ameno, ágil y a la vez muy contundente, con la riqueza propia del arco que describe una tradición narrativa con personalidad propia. Y es además la selección de un escritor agudo, dueño de un ojo avizor, enterado del más mínimo signo rescatable de la cultura dominicana y conocedor, a cabalidad, de nuestra narrativa.
De modo que, lector, déjate de cuentos. Cuando no es cuento es otro. No me vengas con el cuento de que no puedes leer. Sumérgete en este libro que te cuenta, en 15 cuentos, tu contemporaneidad.