“Sí, usted misma. ¡Salga del aula!” Se paralizó el grupo de clase, con cierta tensión y asombro. Se va, aquella joven mujer a un iPhone pegada, escribiría hoy Quevedo.  Continúo luego, sin comentarios. La única vez que llevé a un alumno a Comisión Disciplinaria fue porque, a pesar de repetir más de tres veces: “pongan todos los celulares en mi escritorio para el examen”, él, excelente estudiante, se quedó con el celular debajo de la silla. Hizo fraude. No son uno ni dos, los  jóvenes que tienen sus minutos existenciales adheridos a un artefacto comunicacional. En el aula, lo ponen detrás de la cartera, de un libro y creen jugar con la inteligencia del profesor. Los veo sentados frente a frente, comunicándose entre ellos por chat. ¡Qué horror! Ya no se hablan, han perdido la insustituible magia del diálogo, la riqueza del idioma verbal y gestual, del roce y de las miradas. A varios he tenido que expulsar por chatear en clase. Supe que algunos hasta han retirado mi materia, porque no soportan estar una hora sin chatear. ¡Dios mío! Tenemos que rescatarlos de esa adicción tecnológica, tienen urgencia de saber estremecerse, vibrar de emoción con un beso frente al mar. Experiencias inigualables y distintivas de los seres humanos y sociales que somos.

Como docente, siempre utilizo las máquinas-puertas al mundo de la información, encomiendo la búsqueda -en páginas acreditadas- de algunos temas y les digo a mis alumnos: utilicémoslas, no permitan que ellas nos manipulen la vida.

Pero sé que hay profesores que aún no han incorporado los adelantos tecnológicos al proceso de aprendizaje interactivo. Todavía practican una enseñanza tradicional y esto trae ruptura de los códigos de comunicación maestro-alumno;  como consecuencia surge la desmotivación por parte de los estudiantes, nativos digitales,  pues consideran que esos contenidos pueden encontrarlos en el Internet. No se les hace atractiva la clase.

Así como las nuevas tecnologías modifican las relaciones interpersonales e intrafamiliares, así también, deben cambiar los modelos de enseñanza/aprendizaje. Estos métodos de enseñanza, deben combinar lo tradicional-tangible, para incorporar las nuevas tecnologías, en tanto las herramientas tecnológicas ocupan un lugar central en la vida de nuestros alumnos, para resolver las necesidades más disímiles de la cotidianidad. Nosotros, los inmigrantes digitales, hacemos procesos de enseñanza más lentos, más informativos, unidireccionales, y los nativos digitales tienden más actuar a la velocidad que les imponen las nuevas tecnologías digitales, a realizar varias acciones al mismo tiempo, y a participar activamente en la construcción de su propio conocimiento. En el aula, los alumnos ya no entienden los discursos verticalistas, absolutistas, lentos y mecánicos nuestros, y les pareceremos unos nuevos tipos de dinosaurios del siglo pasado, o peor, del pasado Milenio, como dijo Eduardo Galeano. Se creará un abismo comunicacional entre maestros y alumnos. El maestro es un motivador al conocimiento, a los métodos de análisis y valoración, al pensamiento lógico. Debe ser generador de interrogantes, de inquietudes y debe proporcionar que los alumnos tomen la iniciativa y sean creativos. El maestro de hoy día, debe servir de guía de los proceso de  búsqueda, análisis, selección, interpretación, síntesis y difusión de la información con la apoyatura de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NITC).

Amigo Teo Terrero, me declaro celebrante de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC), sello de distinción de la Sociedad Global. Múltiples e incuestionables son sus ventajas de acceso al infinito de la información en el mundo, de acercamiento con los que estaban lejos, en tiempo o en distancia física; pero… ¡Cuidado! Estas máquinas culturales nos están alejando de los más cerca: pareja, familia y amigos.

Los BB Iphone, Ipad y otras máquinas, hemos de incorporarlas como vehiculares, instrumentales y no como en fin en sí mismas, ni centro y dimensión de todas las cosas. Estamos viviendo la colonización virtual de las palabras que arden por bailar la danza eterna, con la música del susurro o del diálogo cordial. Las palabras mueren de ganas de ser dichas. Pero… Tampoco apedreemos las máquinas, como hicieron aquellos obreros ingleses del XIX, ellas no son las culpables. Nosotros somos los que nos dejamos devorar el tiempo de la entrega. No podemos perder la capacidad y habilidad de  crear, soñar, dar y recibir amor: cuerpo a cuerpo, corazón a corazón.