Autodidacta infalible. Es un personaje con una bonhomía blindada. Sus conocimientos sobre la mitología griega nos dejaban absortos, en medio de la salita adornada con cuadros de Julio Valentín y Bidó. Todos agrupados como sardinas. El tiempo parecía una gota de agua. Mientras hablaba, sus ojos celestes indagaban las inquietudes de los jóvenes poetas que lo acompañaban. No había respiros. El estado de hipnotismo era tan severo, tan rígido, que muchas veces esperábamos el amanecer con sus sermones atestados de sabiduría.

Un poeta de muchas generaciones. Su generación es la generación de todos. En cada intento poético, y en cada invención estética, él está estratégicamente programado, como un mecenas que busca sacrificarse con sus discípulos a cambio de nada. Y es que su vida es oriunda del amor, de la felicidad, de los valores, de las inquietudes. Su vida es de un juglar consagrado en su cosmos.

La serenidad de sus pasos delata su personalidad. Lo delata una y otra vez, hasta demostrar que es un ser excepcional, henchido de atributos antillanos, de una parsimonia seductora. No se trata de un vate aislado, sino de un escritor capaz de conectarse con sus lectores, sus discípulos, su pueblo y su añorado país.

Como poeta ha producido joyas incalculables. Como hombre de bien ha demostrado que el conocimiento es una virtud que el fuego no puede consumir. Como dominicano ha sido un patriota, sin entrar en exageraciones.

Rafael Guaroa Moreta Batista. Ese es su nombre. Pero su nombre no es de él, es de todos. Ha sido un maestro de infinidades de generaciones. Pero no es una extremosidad, él es la propia generación.

Honor a un bardo antillano. Rafael Guarda Moreta Batista