1. Inolvidable por muchas razones

Ignoro cómo vivieron los ganadores del Premio Nacional de Literatura hasta el fin de su reinado el 26 de enero del año siguiente. Nunca seguí el curso de ellos ni lo que dijeron los medios; sencillamente porque nunca pensé que lo mereciera. Por eso les deseo suerte a los futuros merecedores y si realmente aman la literatura sobre todas las cosas, como me sucede, que puedan salvarse del chaparrón de los medios y de los homenajes, merecidos o no, para que puedan dedicarse a su tarea. Aunque, reconozco que más que un premio, es un compromiso de superación, y, en mi caso, para tener más cuidado al redactar.

¿Quién me hubiera dicho a fines diciembre del 2020 cuando redacté el artículo que copio más adelante, del cual no tengo registro de si lo envié a este periódico, pero que feché el Día de los Inocentes, lo que me esperaba un mes después?

Revelaciones

El periodismo como enseñanza cultural y política

Manuel Mora Serrano

Como nací en un pueblito comercial, teniendo una madre maestra rural directora de una escuela en Campeche Arriba, mi vida osciló entre lo rural y lo pueblerino. Eso me permitió amar intensamente a mis gentes sin pensar en sus orígenes o sus fortunas, amén de que mi familia paterna venía de Bánica y la materna era local, me permitió amar y comprender mejor a mi país.

Todo el mundo se pregunta cómo ese humilde pueblo que construyó el ferrocarril, ya que donde está era un pantano, al extremo de que casi todas las casas tenían pilotillos y pisos de maderas, para que allí surgieran escritores y compositores musicales. No sabemos si el gran culpable fue  Eugenio Córdova y Vizcarrondo (¿….-1917), poeta nacido en Puerto Rico, considerado dominicano como Valentín Giró (1883-1940), cuya madre era criolla. Eugenio vivió desde 1906 a 1913 en Pimentel. Como había traído Efluvios, 1905, su libro de poemas editado en Barcelona, podemos imaginar lo que fue ese acontecimiento, que un poeta que luego fue antologado, viviera en esa aldea, por lo menos pudo dejar una tradición. En 1918 fue a vivir el padre de Freddy Gatón Arce (1920-1974), el farmacéutico Manuel Gatón Richiez (1887-1975), hombre culto, que allí engendró al futuro poeta, aunque nació en San Pedro de Macorís, pero vivió la primera infancia, hasta los 8 años en nuestro pueblo, donde fue alfabetizado, que fue suficiente para que le quedara el paisaje y hablara “de mi pueblo”. Además, en 1919 apareció el primer periódico impreso, en una imprenta local: El Eco de Pimentel.  Siendo muy niño, un médico tisiólogo, el doctor Miguel A. Hernández (¿….-….?) lo resucitó con ese mismo nombre con tres o cuatro ediciones, en 1937. Esta vez era un vocero político del tirano. Eso lo supe muchos años después. Mientras mi madre recibía obligatoriamente el diario trujillista La Nación, pagando de su miserable sueldo de 30 pesos mensuales, el peso y medio de la suscripción, aparte del diez por ciento del Partido Dominicano y el dos por la venta del mes, del cual uno era para la Primera Dama. El periódico llegaba tardío por el correo, que era muy eficiente durante la Era, traído por el alcalde pedáneo y nunca salía de la escuela donde debía conservarse para que nadie cometiera el crimen de embardunar el rostro del Primer Maestro o de su ilustre familia, siempre en Primera Plana, utilizándolo como papel higiénico.

No lo leía, era un niño que solo le gustaba jugar y leer cuentos, aunque aprendí a leer a los tres o cuatro años yendo diariamente a la escuela desde el vientre de mi madre. Sin embargo, un día, en mi casa del pueblo donde veníamos los fines de semana y en las vacaciones hasta mis diez años que pasé a la escuela Primaria del pueblo, aburrido, subí al cielo raso que cubría la sala de la casona de aquel humilde rancho que tenía comedor y cuatro habitaciones, de tablas pulidas de palmeras y pisos de pino, techada de palmacanas, y ahí encontré un tesoro cultural:

Había un montón intacto del suplemento literario del Listín Diario. Paquitos de Dick Tracy con su pistola de rayos láser; de Jorge el Piloto, de Trucutú, y otros. Desde entonces amé a los periódicos.

Y me convertí en lector asiduo de las páginas deportivas.

Por eso mi primera experiencia periodística tenía que ser deportiva, y lo fue. Creé, en las vacaciones, a partir del cuarto del bachillerato a La Deportiva, editada a maquinilla, que traía en la última de sus 4 paginitas, de una normal 8 ½ por 11 doblada, el resultado del último juego de pelota en el play local. Las otras tres traían algún poema y una serie de chismes sociales, gracias a una serie de colaboradores.

Esa experiencia me motivó a solicitar la corresponsalía de El Caribe, que era el periódico que sustituyó a La Nación en el fervor político. Y lo fui por varios años, enviando noticias y reportajes, como uno sobre La culebra de Gualete y otro sobre Juanita Morel, que fue agrandado con fotos y datos que había en el periódico, titulado Juanita Morel ya no baila el merengue. Mi hermana Ofelia recogió las copias de ese y los demás remitidos y cobró unos diez y siete pesos, mi primer dinerito por las letras, toda una fortuna para mí en esa época, por mis colaboraciones.

Más tarde, en 1955, el odontólogo John Molina Patiño (¿….-….?, editó un periodiquito: Vanguardia Trujillista y me pidió colaboraciones. Publiqué un cuento, un relato y varios poemas. El relato me causó problemas porque sostuve que una vez por mi casa cruzaban tantas palomas por encima del patio que mi padre buscó un cazador con una calibre 12 y este mató tantas, que según exageré: “por tres días estuvieron recogiendo palomas”.

Las burlas que provocó eso diciéndome que ya estarían podridas, me ayudó muchísimo para jamás exagerar una noticia. Una lección periodística de ética profesional que nadie me enseñó. La aprendí de la mejor escuela: De mi error.

Después mis colaboraciones en el periódico El Nacional que dirigía mi gran amigo Freddy Gatón Arce, que me corregía las colaboraciones, contra los funestos doce años del balaguerato, me dieron cierta nombradía. Aunque en 1961 Francisco Nolasco Cordero (1932-2007) y yo habíamos fundado la revista Amidverza, y más tarde fui articulista del Listín Diario durante muchos años, y de varios periódicos más, director de la revista del Colegio de Abogados y luego de la revista Cuaba Riel de Pimentel en su Primer centenario, puedo asegurar, que si mejoré algo mi redacción se debió a una advertencia que me hizo mi viejo amigo Gregorio García Castro (1936-1973) cuando luego de escucharme leyendo un discurso en San Francisco de Macorís me pidió el original, y me dijo: “Eres demasiado buen lector; por eso le pones las comas y los puntos en la lectura, que no están así en la escritura. Te deben revisar lo que escribas”.

Para los periódicos del día a día los colaboradores culturales o políticos no somos periodistas, aunque nos sintamos serlo, como advierte Umberto Eco (1932-2016), en el prefacio de su ‘Estrategia de la ilusión”  Editorial Lumen, 3era. edición, 1999:

De este artículo, al ver que no tenía fotos, pensé que no se había publicado, la que aparece la incluí ahora.

Portada del libro de Umberto Eco

 

“En caliente, bajo el impacto de una emoción o el estímulo de un acontecimiento, se escriben las propias reflexiones, esperando que sean leídas y después olvidadas.

La diferencia reside, entonces, en que, en un libro teórico, si se avanza una hipótesis, es para probarla confrontándola con los hechos. En un artículo de periódico se utilizan los hechos para dar origen a hipótesis, pero no se pretende transformar las hipótesis en leyes.

Los periódicos son hoy el diario íntimo del intelectual y le permiten escribir cartas privadas muy públicas. Lo que le protege del temor de equivocarse no reside en los secretos de la comunicación, sino en su difusión.”

“Me gusta escribir en los periódicos, para leerme el día siguiente y para leer las reacciones de los demás.

Juego difícil porque no siempre consiste en sentirse seguro ante la aprobación y en dudar ante la desaprobación. A  veces hay que hacer lo contrario: desconfiar de la aprobación y encontrar en la desaprobación la confirmación de las intuiciones propias. No hay reglas. Solo el riesgo de la contradicción. Como decía Walt Whitman: “¿Me contradigo? ¡Bueno, pues me contradigo!”

Concluyendo con su concepto de que todo artículo tiene una función “política”:

“Es también hacer política correr el riesgo del juicio inmediato, de la respuesta cotidiana y cuando se siente el deber moral de hacerlo, y no cuando se tiene la certeza (o la esperanza) ilusoria de hacerlo bien”.

“Es una lección política criticar a los mass-media a través de los mass-medios. En el universo de la representación “mass-medias”, es quizás la única elección de libertad que nos queda.”

2. Lo increíble unos días después

Qué lejos estaba de lo que me esperaba justamente casi un mes después. Como todos los años en lo que menos pensaba era que ese 26 de enero se anunciaría el Premio Nacional de Literatura, mientras algunos amigos, como siempre, hacían apuestas de que podría ser que me lo dieran. Nunca lo pensé. Como dice el pueblo, ese día estaba “lo más quitado de bulla” en mi habitación estudio, escribiendo o corrigiendo algunas segundas ediciones o intentando alguna nueva, cuando sonó el teléfono.

Al escuchar a también un viejo amigo, compañero de estudios, José Luis –Pepín– Corripio (1934), darme la noticia y felicitarme porque  el ganador había sido yo, naturalmente le di las gracias, pero, como tantas veces frente a ese hecho consumado, solo le dije a mi hija Taiana, con la cual convivo por la pandemia: “Me jodí. Me dieron el premio”.

Solo pensé en las interrupciones que padecería. En mi santa tranquilidad, aumentada, a pesar de todo, por la pandemia, para leer pausadamente y escribir sin prisas, que iba ser interrumpida.

Don José Luis Corripio Estrada (Pepín)

Aunque al entregarse el premio en marzo gracias a la pandemia, fue un acontecimiento sin lucidez: la más oscura y humilde de todas. Sin los fastuosos actos en el Teatro Nacional con la presencia del Presidente de la República, (aunque este después me ofreciera una audiencia para felicitarme); los eventos teatrales y musicales y la cena fastuosa, me sentí bien, precisamente porque no me gusta el fasto, aunque los medios le dieran lo que no tuvo y la sorpresa de que había sido a unanimidad, por lo que una mayoría dijera que “era merecido”, y de que, luego y todavía con la pandemia, hubiera actos en San Francisco de Macorís, en la extensión de la UASD, en Pimentel, mi pueblo, en el cual, el Ayuntamiento y el Síndico se desbordaron ofreciéndome un homenaje en la celebración real de mi cumpleaños el 5 de septiembre, y sobre todo, por lo de Jarabacoa, al dedicarme el evento anual de su Poesía en la Montaña, que había culminado con la llamada al Concurso Literario con mi nombre que el Senador de la Provincia Duarte llevó a cabo, y además me dijeron de un pospuesto homenaje en el Senado,  y un largo etcétera de artículos, biografías y demás, que han compensado ampliamente para mi amor por la Provincia Nacional, una celebración mayor.

La muerte de mi querido Marcio Veloz Maggiolo en plena crisis impidió que se le rindieran los honores que merecía, aplacó el fervor y mi premio pasó a un segundo plano. Gracias a los cielos o las musas todo eso ya es historia.

Tantas personas se han ido, amigos queridos sobre todo. Familiares. En fin, un año con sus altas y sus bajas. Y si no hubo mayor despliegue, fue porque me negué a aparecer en la televisión en los primeros días o en Zoom y por una razón u otra, he podido permanecer aislado, tranquilo, a pesar de todas esas satisfacciones que debo agradecer y agradezco.

En fin, si en mis inicios fui un periodista marginal, mi amor por las letras y lo que llamábamos la Prensa, me ha permitido a mis 88 años, permanecer trabajando. Tener varios libros en proyecto y seguir investigando. He dado conferencias. He leído versos. En fin, me he divertido y he recibido compensaciones que me permitirán, eso espero, terminar mi vejez dignamente concluyendo las obras en las cuales trabajo. No deseo nada más. Me siento totalmente compensado con el Premio que me ha demostrado que el haber amado y servido al mundo de las letras, no ha sido  en vano.

De izquierda a derecha doña Carmen Heredia, ministra de Cultura, Manuel Mora Serrano recibiendo de José Luis Corripio –don Pepín– el Premio Nacional de Literatura 2021.