Al terminar el primer año, debemos mirar atrás y repasar cuánto hemos podido realmente avanzar en este proyecto que iniciamos juntos. Pasar balance es siempre un ejercicio necesario, uno que incluye una crítica dura sobre los esfuerzos y el trabajo que se han hecho, a nivel individual y de equipo, tomando como punto de medición el estado de las cosas desde donde se ha iniciado este recorrido.
Pero sería injusto, a mi parecer, tomar como punto de partida el estado de las cosas que encontramos el 16 de agosto de 2020. En ese momento un régimen de 16 años yacía moribundo en los escombros del naufragio estelar causado por su propia desmesura. Y aquellos indolentes que en algún momento debieron estar atentos al timón, navegando hacia a un puerto seguro con la finalidad de entregar sanos y salvos, tanto a la nave del Estado como a sus tripulantes, hacía rato que habían abandonado a una y a los otros a la suerte de sus oraciones.
Fue así como llegamos a tomar posesión de una nave encallada y haciéndose aguas. Donde la gran mayoría de los empleados no sabía dónde trabajaban ni cuáles eran sus funciones, donde muchos otros se encontraban boicoteando nuestra llegada y donde otros ni siquiera conocían a algunas de las autoridades salientes… a sus jefes.
Encontramos un edificio que aun siendo nuevo tenía derrames de agua en el lobby, las paredes sin pintar, toma corrientes abiertos y sin protección, sillas nuevas pero destruidas, escritorios recostados sobre archivos, aires acondicionados que no funcionaban, ventanas rotas, procedimientos redundantes y un personal desmoralizado.
Nos encontramos con un ministerio al cual se le había robado su razón de ser, su volición; convirtiéndolo en un ejemplo de libro de texto de los vicios y riesgos que la sobre burocratización de los procesos genera, siempre en perjuicio de los usuarios finales de todos los servicios del Estado, el ciudadano. Porque a final de cuentas es siempre el ciudadano el que sale perdiendo cuando los procesos han sido complejizados y oscurecidos con la sola finalidad de generar contratiempos y abrirle la puerta a las arpías rastreras que se aprovechan de los deseos legítimos del dominicano de “echar pa’lante”. Porque si hay algo que el dominicano ha hecho desde siempre es amanecer cada día con la fe y la esperanza de que las cosas van a cambiar, tienen que cambiar, y que todo irá para mejor.
Y es por esto por lo que es tan importante el hacer balance un año después. Para saber qué tan bien lo hemos logrado, qué tanto hemos podido revertir la entropía que se había vuelto parte del ADN de nuestro Estado. Y esto lo tenemos que realizar no solo desde la parte de cifras y logros, los cuales son evidentemente impresionantes como que el MICM certificó entre septiembre 2020 y julio 2021 más Mipymes que en los 4 años anteriores, o que promovió la apertura de 71 Zonas Francas, o la generación de más de 10 mil nuevos empleos, inversiones de más de 10,500 millones de pesos, o que desde las Zonas Francas lograron exportar más 1,000 millones de dólares en un solo mes, o que el ministerio fue certificado en ISO 9001:20015; o cualquier de los otros hitos históricos que se han alcanzado bajo la administración del ministro Ito Bisonó.
Pero no es en eso en lo que nos debemos de enfocar. Al final lo importante no son las cifras ni los hitos históricos, lo importante es cómo hemos logrado cambiar la cultura e impactar realmente a la gente. Como se ha curado la desidia institucionalizada que existía, se han transparentado los procesos, se han desmontado la burocracia redundante y la indolencia; como se han eliminado los riesgos de corrupción, se ha instaurado una cultura de trabajo honesto y a tiempo, de atención personalizada al ciudadano, una política de puertas abiertas, de diálogo y de conversación.
Así nos encontramos un año después. Orgullosos del trabajo que hemos hecho para rescatar a sectores olvidados como el de la Gastronomía y las Zonas Francas. Orgullosos del cambio de cultura en la forma en la cual se relaciona el Estado con los ciudadanos y los empleados públicos con su lugar de trabajo. Orgullosos de que en tan solo el primer año ya hemos logrado detener el proceso de descomposición en que se encontraban nuestras instituciones, y fomentar desde dentro un cambio real que permita que de aquí en futuro el Estado dominicano funcione para lo que tiene que funcionar, para servir a los ciudadanos, para promover el fortalecimiento de la industria y el comercio, y para garantizar que las reglas del juego sean iguales para todos.