Cualquiera diría que los franceses son raros. Por ejemplo, imaginemos que una hija busca a la antigua amante de su papá. Como el padre y la madre han muerto ya, la hija tiene menos escrúpulos y entonces le deja una nota, se ponen de acuerdo y luego de conocerse pasan la tarde comiendo chocolates.
Esto no es la trama de una novela sino del primer encuentro entre Catherine y María. Habría que mencionar que el papá es Albert Camus, autor de grandes libros como El extranjero y ella María Casares, actriz de teatro y cine, que no es francesa sino española (¿las rarezas tienen nacionalidad?) aunque formará parte de la Comedie française.
Obvia decir que se vuelven muy amigas, ¿hablarán todo el tiempo del papá/novio; de su melancolía permanente?, ¿de su absurda muerte que las dejó en el abandono? La hija tenía entonces 14 años y María 37. Recordemos, Camus, su esposa Francine Faure y los gemelos Catherine y Jean (a quienes cariñosamente llamaba Peste y Cólera) han pasado las fiestas de diciembre en su casa de campo; el editor Michel Gallimard está con ellos. En 1957 había ganado el Nobel, es el escritor más célebre de Francia (junto con Sartre, de quien se distancia por razones políticas) y hasta dicen que se parece a Humphrey Bogart.
Ahora bien, Santa Claus le ha traído a Gallimard un bólido espectacular, un Facel Vega que quiere probar por las carreteras. Albert ya tenía su boleto de tren para regresar junto con su parentela a París pero aquél lo convence de acompañarlo…Era un 4 de enero de 1960 cuando el deportivo se incrustó contra un árbol, Camus iba en el « asiento del muerto », como triste y acertadamente le dicen los franceses al lugar del copiloto.
María y Albert se habían conocido en la casa del también escritor Michel Leiris en marzo del 44; él con 30 años y ella tan sólo con veintiuno. Francia estaba ocupada por los nazis y Camus participaba en la Resistencia. María por su parte, había llegado a París con su padre Santiago Casares Quiroga, primer ministro de la Segunda República, al comienzo de la Guerra Civil.
El azar urdió a favor del amor pues Francine se había ido a Argelia huyendo de la guerra. Así que mientras las tropas aliadas desembarcaban en Normandía, le petit Albert iniciaba un tormentoso romance con la españolita de la risa cristalina: era el 6 de junio de 1944.
Al parecer Catherine y María se hicieron muy amigas después de tantos chocolates y recuerdos compartidos, así que la actriz cedió sin complicaciones (salvo algunos miles de francos de por medio) los quince años de correspondencia.
La editorial Gallimard publicó el libro en noviembre pasado y por eso hoy sabemos de las penas y alegrías de aquellos amores contrariados: « Es tu silencio lo que hace todo más difícil y el pánico que conlleva… nunca he podido soportar tus silencios », escribe Camus en 1949.
En efecto, cuando la esposa regresa de Argelia y luego de nacer los mellizos, María lo deja, pero Cupido quiso que se reencontraran 4 años después, precisamente otro 6 de junio, en el bulevar Saint-Germain, para que retomaran su pasión, que seguía intacta o mejor dicho, más intensa que nunca: « Rien n’est plus beau, plus fier et plus tendre que le désir que j’ai de toi», (no hay nada más bello, soberbio ni tierno que el deseo que siento por ti), le escribía a la gallega en sus insomnios solitarios; ella le responde que su presencia es siempre un milagro renovado.
Ahora bien, ante la muerte repentina del autor de La peste, su amigo el poeta René Char tuvo la precaución de recoger las cartas que aquél conservaba de su amada, para devolvérselas. Por eso es que la actriz tenía más de ochocientas en su poder.
Sabemos que siempre que se publican cartas o documentos privados, surge la pregunta de hasta dónde se puede ventilar la intimidad del personaje. Al respecto Catherine había confesado haber recibido muchas presiones para que se publicara dicha correspondencia. Sin embargo, ahora en el prólogo escribe que: « gracias a los dos, sus cartas hacen que la tierra sea más vasta, el espacio más luminoso, el aire más ligero simplemente porque han existido ».
En la que sería la última carta, Albert le informa que pronto llegará a París y hasta le propone cenar juntos: «La idea de volver a verte me tiene tan contento que río mientras te escribo». No contaba con que la muerte tenía otros planes, más tristes y sin retornos.