“El país que conocimos de niño los hombres de mi generación no guarda semejanza alguna con el país turbulento, azotado por violencias continuas y profusas, con una legalidad y unas instituciones siempre amenazadas, con un mal desarrollo económico…” Plinio Apuleyo Mendoza.

Todo parece indicar que en el país está instalado y creciendo un mercado de sicarios, con intermediarios y todo; en el que se encuentran compradores y vendedores del servicio de matar o hacer otros daños a seres humanos.

Un mercado que comenzó hace tiempo, porque si no recuerdo mal, el país perdió hace más de tres décadas a Johnny  Nouel, uno de sus mejores locutores de entonces, por la acción de un sicario que le disparó y quitó la vida; mientras que  Johnny Ventura denunció que años antes, estando en un lugar público, una persona le confesó que habría llegado allí a darle muerte por encomienda de alguien cuyo nombre no fue revelado, y que no cumplía el encargo porque  la falta de valor  le enfrió pies y manos.

Aquellas cosas ocurrían de cuando en vez.

Pero ya son frecuentes. Más hacia estos días, hemos sufrido el atentado a manos de sicarios contra Jordi Veras, hijo de Negro Veras; e igual el de  Natasha Sing,  asesinada  por la confusión de unos que habían sido contratados por una empresaria para matar a la  joven secretaria Suleyka Flores; quien de hecho fue también asesinada días después por ellos mismos, tan desalmados, que no tuvieron ningún reparo en continuar “su trabajo” de muerte a pesar del escándalo y el dolor que  ya había generado en la sociedad la muerte de la primera víctima.

Las llamadas telefónicas  de Quirino en días pasados relegaron a un segundo plano las denuncias formuladas por Juan Hubieres y el Dr. Manuel María Mercedes Medina  sobre la existencia  de una red de sicarios que ha cometido, e intentado cometer, crímenes en varios lugares del país, algunos de cuyos miembros han sido apresados por los asesinatos en días recientes a dirigentes choferiles.

La gravedad de las denuncias estriba, además, en que han puesto en relieve el vínculo del  sicariato con personajes de la política y con efectivos de la Policía y el Ejército nacionales, que haría  más eficiente ese mercado terrible al proporcionarle un manto de seguridad e impunidad.

Si a las variables sicariato, complicidad política, policial y militar, agregamos corrupción, narcotráfico, pobreza, desconfianza en las instituciones públicas, fanatismo ultranacionalista (que ya cobró la vida de un ciudadano haitiano en la ciudad de Santiago), tendremos la justa ecuación de un país en vía de joderse, (con perdón). Cada una de esas, es un problema grave; y todas juntas, son una bomba peligrosa.

A esto hay que ponerle un pare ahora, y la principal responsabilidad recae sobre nosotros los políticos.  Porque se requiere de un espíritu de cruzada nacional que involucre, principalmente, a la voluntad de los sectores políticos con vocación de ganar el poder, y desde este, impulsar cambios efectivos en el acontecer nacional. Será muy difícil revertir la situación sin un ambiente de cambio, de esperanza restaurada en el  país.  Porque si nada cambia, la gente termina por digerir lo que ocurre como parte de  la  norma.  Lo que casi pasa con el tema de la corrupción.

Puse como estribillo de inicio de este artículo algunas palabras de Plinio Apuleyo Mendoza, intelectual colombiano que no me simpatiza,  a no ser lo bien que escribe, que no lo bueno; palabras que son parte de lo que dice en la introducción al libro “En qué  momento se jodió Colombia”, que incluye reflexiones de personas de todos los litorales políticos, incluyendo de izquierda; publicado en 1990, y  que  invito a leer a manera de espejo de lo que sucede en nuestro país.

No creo que las realidades de Colombia ni de República Dominicana sean irreversibles como para estar definitivamente jodidas. Si lo creyera no militara en política. Pero si creo que una situación en la que se juntan problemas como los señalados, es grave y delicada,  y cabe un alerta y se necesita un ambiente de cambio político, urgentes; restaurar la esperanza de que el país puede cambiar para una situación buena, y así poder movilizar en un mismo sentido las amplias reservas de las que todavía  dispone.