Muchas son las lecciones que ofrecen los sabios. Como uno de ellos, Umberto Eco ofreció bastantes. En estas líneas, quiero compartir con ustedes una tan significativa desde el punto de vista intelectual, como vital. La expresa William de Baskerville, el protagonista de la novela El nombre de la rosa, a su discípulo Adso de  Melk, cuando le aconseja huir de los profetas dispuestos “a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros”.

La afirmación, situada en el contexto histórico del siglo XIV, en medio de la persecución de la Santa Inquisición contra todo sospechoso de herejía, nos alecciona sobre el enfrentamiento entre la mentalidad dogmática y la actitud crítica.

El sabio de aproximadamente finales del siglo II o inicios del siglo III, Sexto Empírico, llamó dogmáticos a quienes creían haber hallado la verdad. En este sentido un espíritu dogmático entiende la verdad como un sistema de afirmaciones acabadas, concluyentes, no modificables.

El protagonista de El nombre de la rosa sintetiza la postura dogmática relacionando dos convicciones aparentemente inconexas: la de estar dispuesto a  morir por la verdad y la de estar dispuesto a matar por ella.

En ambas actitudes, existe el deseo de aferrarse ciegamente a unas creencias sin ninguna consideración sobre la posibilidad de que las mismas requieran ser abandonadas.

Ambas se presentan muchas veces como dos caras de una misma moneda, consistente en concebir las creencias como más importantes que las personas.

William de Baskerville dice que tal vez, la misión de quienes aman a los seres humanos sea hacerlos “reírse de la verdad”, porque sólo deberíamos tener como certeza “ser libres de la insana pasión por la verdad”.

Reírse de la verdad significa no tomarla lo suficientemente en serio como para concebirla absoluta, definitiva, indiscutible, tan sagrada que esté por encima de los seres humanos. Entenderla así nos deshumaniza, porque convertimos una perspectiva abstracta en un fin por encima de la especie a la que pertenecemos.

La “insana pasión por la verdad” es esa convicción irracional que impulsa al fanatismo religioso y político, al nacionalismo chovinista y al dogmatismo filosófico. Insana, no sólo porque nos perturba psicológicamente, sino también porque nos reduce a la condición de una especie salvaje dispuesta a destruir para la sobrevivencia de sus ideas.

Al final de su conversación, William de Baskerville advierte que el orden estructurado por nuestras mentes para dar significado a nuestro mundo es como una red, o una escalera empleada para llegar a una meta. Luego de lograr el fin, la escalera se arroja porque ya no tiene sentido. La sentencia, comparte el espíritu de otros sabios de la filosofía occidental que nos han dicho, en distintos momentos, que nuestras creencias son instrumentos de sobrevivencia para la vida y deben por tanto, servir a los humanos, no martirizarlos.