CAIMARI, MALLORCA ISLAS BALEARES/110817. Luego de la crisis humanitaria y la polémica en torno a las sucesivas oleadas de inmigrantes indeseados, producto de las guerras y el hambre en Oriente Medio y en el Norte de África, el Sur de Europa despierta incómodo este verano con otra invasión, la de los turistas, también indeseados, al menos por una parte de la población.
En ciudades de España e Italia, colectivos de residentes inconformes declaran hostilidades a los visitantes, en un agosto con inusuales altas temperaturas. La situación plantea una vuelta de tuerca, que si bien pudiera parecer sorpresiva, era del todo previsible.
La crisis tiene varios componentes, entre ellos, la significativa baja en el costo de los pasajes, producto de la fuerte competencia de las aerolíneas de bajo costo; el auge de las plataformas electrónicas de alquiler de viviendas; y el hastío de los residentes locales que año tras año han sufrido el asalto estival de hordas de jóvenes y adultos poco respetuosos con el entorno, la historia, la moral y las buenas costumbres cívicas.
En este último mes en la isla de Mallorca he sido testigo directo de la emergente corriente de malestar, que va desde el simple desprecio hacia el extranjero, hasta los ataques a buses y restaurantes, con visos de terrorismo, como ha ocurrido recientemente en Barcelona. Las ciudades de Roma, Venecia, Florencia y Palma de Mallorca, son también escenarios donde se viven tensiones.
Desde que a fines de los años 60 tanto España como Italia abrieran sus puertas al turismo masivo, millones de personas se desplazan desde el Norte buscando sol, playa y un cierto toque de cultura exótica, al ritmo del flamenco, al sabor de las tapas, la paellas, las pastas y el buen vino.
Pero si bien ha aumentado progresivamente el flujo de turistas y de divisas, los especialistas entienden que la calidad de ese turismo ha ido decayendo. En algunas localidades cercanas a Palma de Mallorca, como Magaluf, se vive una especie de juerga permanente y los excesos de los turistas son reportados a diario por los periódicos locales. Y es que el turismo masivo y la permisividad ha llevado al colapso de los servicios en las localidades más visitadas. No hay capacidad para recoger la basura y tampoco para controlar los ruidos molestos que generan estos turistas, más interesados en el jolgorio que en los paisajes o monumentos.
Otro aspecto no menor, es la situación inmobiliaria, ya que buena parte de quienes alquilan viviendas a través de las plataformas electrónicas como Airbnb, lo hacen para pagar las altas hipotecas de los inmuebles, generando nocivos efectos colaterales, como la falta de alojamiento para los miles de trabajadores temporales que requiere el sector hotelero. Se prefiere a los turistas antes que a los trabajadores, ya que a los primeros se les puede alquilar a tarifas más altas. Pero una cosa es una casa aislada y otra un apartamento de un residencial, donde los vecinos no necesariamente están de acuerdo en recibir turistas, en especial si resultan bebedores y bullangueros.
Desde los gobiernos centrales se llama al sentido común. En momentos en que se empieza a sacar la cabeza luego de la última crisis económica, resulta del todo inconveniente rechazar a quienes aportan significativamente a la economía de estos países (11% del PIB en España). Los ataques y la mala voluntad hacia los turistas ponen en juego la imagen y la solvencia de lugares que han apostado a los servicios como eje de su economía.
Sin embargo, los gobiernos locales, regionales o municipales, comienzan a exigir normas más estrictas, multas más altas y hasta límites o cuotas de turistas, como es el caso de Venecia, al menos en sus fiestas y eventos especiales.
Pero más allá de cualquier medida restrictiva, es evidente que el modelo es insostenible en el corto plazo. El libre mercado se evidencia favorable a quienes compran servicios, pero no es la solución para aquellos polos de atracción turística que se ven desbordados, generando un malestar en los residentes del todo entendible. Será necesario readecuar, y pronto, a riesgo de aumentar la ruptura entre los residentes y los visitantes.
Cierto es que se puede morir de éxito, como dijera un líder empresarial mallorquín ante los hechos recientes. Pero mientras las autoridades buscan soluciones, ya convertido el drama en comedia, en las fiestas patronales de algunos pueblos del interior de Mallorca los habitantes se divierten jugando a la "caza del turista".