En dos brillantes artículos publicados aquí en Acento.com.do, Tony Raful hijo da en el clavo para explicar la verdolaga de desechos evacuadas por el cine criollo: el dinero proviene de fondos que las empresas debieron pagar como impuestos al fisco. La Ley de Cine les permite pasar de anónimos contribuyentes subyugados a falsos mecenas públicos, con poder absoluto de decidir lo que pujan hacia las salas de cine. De ahí que con acierto, el articulista la considera una industria burbuja destinada a explotar y evaporarse tan pronto se eliminen los subsidios que la tienen marchando a todo maloliente vapor. El cineasta mutado en “cineHasta” que el gobierno le permita disfrutar gratis el libidinoso enema.
Este joven abogado, con especialidad en regulación económica, claramente explica que esto que pasa en el cine ocurre con cualquier actividad que se quiera impulsar con subsidios generosos. Este párrafo debería estar en una tarja a la entrada del Congreso: “¿Que a que nos referimos con industria burbuja? Bueno, digamos que el Estado quiera pagar cien mil pesos a cada poeta dominicano que haga un libro de sonetos, de inmediato se creará una industria: editores, publicadores, impresores, nuevos poetas, falsos poetas, musas, plagiadores, chapiadoras… todos surgirán en base a este incentivo, y si perdura muchos años, aprenderán incluso a vivir de eso. Pero es una economía falsa, una burbuja esperando estallar.”
A diferencia de este ejemplo hipotético en que el gobierno subsidia directamente a poetas, en el caso del cine ha optado por una posición bajo perfil. Deja que el dinero destinado a la Tesorería de la nación, que debería ir a medicina y auspicios, lo reparta la empresa contribuyente con total libertad de decidir a quién favorecer para hacer una peliculada. De esta manera la opinión pública cree que las que Robertico escribe en el baño, las apoyan con su propio dinero aquellas que hace años lo patrocinaban en “Las cosas de Robertico”. La conveniencia de que ése sea el mensaje que entiendan las masas iracundas e irreverentes, Tony Raful hijo la explica genialmente en su artículo: “Imagino que si el pueblo dominicano viera un corte anual que te dijera: Robertico Salcedo hizo 3 películas este año a un costo de 100 millones de pesos, el Estado Dominicano le dio ese dinero. Pues quisiera pensar que al otro día el país amanecería prendío en candela. No sólo por la baja calidad de sus filmes, sino porque no hay razón de priorizar tanto dinero al cine sobre, por ejemplo, los hospitales.” Es cierto, da para poblada mayor que aquella de abril que siguió al anuncio del primer paquete de medidas del FMI, en gobierno de Jorge Blanco.
La prueba de que el esquema emboba la encontramos en la reciente lucha de los profesores de arte para que el Ministerio de Cultura le suba los salarios: ninguno miró hacia un dispendio de fondos públicos al cine que ronda los 4,500 millones. No creen, aunque se lo demuestren con datos, que el gobierno paga una miseria a un maestro de piano y remunera de lujo a comediante que al cine lleva los mismos chistes de su programa televisión. Enseñar como Kodaly “el solfeo silábico que relaciona fonemas con figuras rítmicas: ta, ti-ti…”: libramiento por 1.5 veces el salario mínimo; pedir paneo de cámara a chica en minifalda que de pista al espectador para descifrar enigma de bautizar el filme “Tubérculo”; entrega fondos públicos por 150 veces el salario mínimo. ¡De tirarse del puente hacia el cemento!
En Milton Friedman encontramos una razón para explicar cómo es posible que empresarios privados, comprometidos por obligación a producir bienes y servicios de calidad para superar a sus competidores locales e internacionales, mezclen su reputación con peliculadas; el misterio que para ellos sea lo mismo aparecer en una foto recogiendo un premio a mejor industria del año y caminar con garbo en alfombra roja como promotor fariseo de una nueva basura fílmica. Para el mercantilista esto es parte de su naturaleza, no hay que explicar nada. La bipolaridad del empresario de libre mercado competitivo si es necesario comprender usando el cuadrante de Friedman sobre la Falacia del Estado Benefactor.
En su negocio privado, esta clase de empresario está en el cuadrante donde el dinero de la inversión es suyo y los beneficios o la utilidad a percibir también es suya. No hay garantía de rentabilidad, porque ésta depende de la aceptación del público al bien o servicio que ofrece. Están ahí los incentivos a maximizar la utilidad de cada peso invertido, de ponderar con cuidado cada estrategia de negocio, de compararse todos los días con el que le pisa los talones o al que quiere alcanzar y superar en la preferencia del público. Ninguna decisión se toma a la ligera, cada una recibe la ponderación adecuada a su importancia para los objetivos de la empresa. Investigue el proceso para contratar un mensajero o abrir una sucursal y verá como factor común criterios racionales de selección competitiva.
La Ley de Cine coloca al empresario en el cuadrante donde el dinero es de otro y los beneficios son suyos. Es de otro porque, a pesar de que los generó en su actividad económica, su obligación es pagarlo como impuesto sobre la renta al gobierno. En estos casos de usar dinero de otro en provecho personal, explica Friedman que no hay razón alguna para economizar en el uso de los recursos. Hay que exprimirlos al máximo. Como ejemplo de ese cuadrante explique una vez como un director del IDSS, acusado por un suplidor de haber amañado un concurso para adquirir fotocopiadoras, gastó dos veces el monto presupuestado para esa compra en defender su reputación: lo hizo con espacios pagados por la oficina que ocupaban la página tres de todos los periódicos de circulación nacional o familiar. Si la cuenta era para pagar de su bolsillo, solicitaba a Don Rafael, Don Cuchito o Don Bienvenido que les mandaran reporteros para una rueda de prensa y que, por favor, se la destacaran como noticia en sección importante. Una réplica con similar resultado, pero con inversión propia en sobrio brindis de jugos y bocadillos a los muchachos que vinieran de la prensa.
El empresario que se ve en la posición de disponer a sus anchas de la proporción que la ley le autoriza a no pagar de impuestos si invierte en el cine, hace lo mismo que ese director del IDSS o lo que cualquier otro haría en su caso. El objetivo es disponer lo más rápido que se puede del máximo a descontar para brillar como mecenas, conseguir publicidad gratis, recibir cashback por sobrevaluación de presupuestos, condicionar financiamiento a exclusividades en compra bienes y servicios u otro quid pro cuo. De gratis no es cierto que están haciendo ricos a tantos mediocres que ya hasta asumen múltiples roles para cobrar tres veces remuneración completa por cada uno. Responsabilidad por la deplorable calidad de lo que se produce la pueden eludir diciendo que le toca a otros. “Pilatos no quería crucificar, pero lo mandaba la ley. Quería dar recursos del fisco a obra maestra, pero la ley me dice esto es lo que hay, pasa ponchera y jabón.”
Les favorece también el encubrimiento de la farándula, prensa rosa e importantes dueños de medios de opinión que participan del engranaje de esta industria burbuja, todos abrazados a la esperanza de un filme redentor que, alcanzando un premio internacional, borre presente de ignominia y cumpla la profecía de que “se aprendió cine haciendo cine”. Es cierto que las cosas se aprenden haciendo, pero cuando se invierten recursos propios, enfrentando incertidumbre como se hacía antes de la Ley de Cine, sin gobierno pobre tener que sacrificar un peso para producir una opción más de ocio que al pueblo le sobra y gratis.
Hong Kong se convirtió en el tercer productor de cine del mundo y hasta ahora he visto que lo logró sin recibir un dólar de subsidio de las arcas públicas, siguiéndose el mismo patrón de que sean los precios y no los acuerdos con políticos los que encaucen la inversión privada. Estamos a tiempo de enmendar este entuerto con un primer paso de quitar a las empresas privadas el poder que ahora tienen en la selección de evacuaciones como las del próximo “Tubérculo”. Debe ponerse fin a este extraño caso dónde el que paga la orquesta se desentiende de lo que toquen los músicos, para dar paso a un esquema más democrático y participativo en la promoción, modesta y adecuada a la situación de las finanzas públicas, del cine y otras manifestaciones artísticas. De dar este paso conoceremos a enamorados sinceros para el largo plazo con el avance del cine nacional, liberado ya del lastre de falsos amantes a los que el gobierno les paga hoy la factura del motel donde están gozando un encuentro lucrativo "de paso".
(Foto del periódico El Caribe y cuadrante de Friedman tomado del libro "La Gráfica del Día" de José Alfredo Guerrero y Andrés Dauhajre hijo)