En la palabra está el truco. Ahora tu nombre como la sonrisa,
Y el deseo flota en el verso,
Y en el aire yo soy uno, contigo.
Megan van Nerissing
Cuando hablo de la refrescancia en las letras de Karlina Veras me refiero a shots, cortos, relámpagos de historias que peligrosamente juegan con la nostalgia. Me interesan las escritoras que recurren a lo errante para construir túneles de regreso a unas formas y unos horarios que además de pertenecer al pasado, tienen un anclaje certero en el Caribe. ¿Qué es un yun-yun? Un raspado, una piragua, un frío frío, pero es también un viaje a las islas y a los parajes, son las botellas luminosas durante el recreo o bajo el sol de la salida de la escuela. Botellas que encierran secretos luminosos en semillas de chinola. ¿De qué quieres tu yunyún? Quiero morir en tu boca de frambuesa y libertad.
El libro de Karlina se llama Yunyún pa la calor. Tiene un diseño hermoso y es un libro que uno quiere robárselo, tenerlo en el bolsillo ya que visualmente da frescura. ¿De qué oficina en Santo Domingo me robé yo este libro? Cuando me inviten a sus espacios tengan presente que si me encuentro con algo que me gusta, voy a llevármelo sin preguntar. De la única casa que no me robo libros es de la de Nelson Ricart-Guerrero en París, ya que él tiene la casa llena de ellos y tiene su inventario muy al día.
La belleza de este libro de Veras no se limita al exterior. Como entrada principal a este teatro de la escritura tenemos un poema de Emily Dickinson. Uno sabe que está frente a una escritora interesante cuando descubre o intuye que ella misma ha hecho estas traducciones. Recién en una entrevista con Martha Garrido hablábamos de ello, de que las traducciones son formas anotadas de lectura. Karlina comienza como digo traduciendo con brillantez y desenfado: “¡Qué vaina es ser alguien! Andar siempre en el tumulto como un maco, viviendo todo el día con los pies sumergidos en el pantano”.
Ya dentro del libro descubrimos que la idea es encontrar la poesía en la cotidianidad de lo dominicano, de lo caribeño; el hablar relajado, me atrevo a decir ahora mismo que barrial tirando a clase media. Son estas historias muy breves que en vez de surtir el efecto golpe de boxeo que sugería Cortázar en sus formas de contar cuentos, estos shots de Karlina Veras son cortometrajes de voz tenue que descuidan la historia para encontrar la poesía. En este sentido, más que cuentos breves, son haikus de respiración tensa y extensa. De entrada mi preferido es “El jabón”, que juega mucho con la filosofía de la vida en lo cotidiano (dije haiku ya, ¿verdad?). La trama del cuento: básicamente es la historia de una chica que lava en un río como si meditara, y sin arruinarles la historia les digo que se le escapa un jueves el jabón y la cámara a partir de esa pérdida puede hacer lo que le de la gana, o seguir el jabón corriente abajo o hacer un shot a la cara y las manos de la muchacha. Hay mucha filosofía de la buena y muchas preguntas en un breve cuento de dos párrafos. Bien hecho.
Recalco el hecho de que Karlina escribe “desde fuera” porque es interesante anotar que muchos de los escritores y escritoras que nos interesan escriben desde esa distancia. Si bien es cierto que en las discusiones sobre la diáspora hace algunos 20 años se hablaba mucho de nostalgia del East Coast, también es mucha verdad que el movimiento de los isleños hacia el exterior se ha diversificado. Creo que sería justo ya hablar de una nueva diáspora, de escritores que incluso viven en Santo Domingo y pueden formar parte de esa diáspora. ¿Será que el concepto cambia con el tiempo, con los movimientos e incluso con la pandemia y la misma tecnología? Dije que Veras escribe desde fuera y es importante anotarlo si uno quiere ir más allá de disfrutar el libro y entender que a veces al ser humano lo que le queda, en la distancia, es evocar su casa, su colmado, su familia, sus hermanos. Karlina le escribe a la añoranza y dice, “Cerré los ojos y me transporté al Caribe. A esos días sin pelos en la popola ni panza, solo mar, arena, sal y un sol amarillo y hermoso, que a veces también tengo aquí”.
El libro de Karlina es un viaje y hay que leerlo así. A veces cuentos para llorar un poco, otros para samar o subirle al chulimameo. Reitero que este es un libro que hay que conseguir y adorar. Hay cuentos buenísimos: “El peo”, “El agente 007”, “Porno de peces”, etc. Cuentos para contarle a un pana en un bar, o para hacer reír a una muchacha, en el mismo bar, cuando podamos ir a un fucking bar, pedir un vodka seven, mirarnos en el largo espejo al fondo de la barra y decir “Tal vez con sus ojitos llenos de agua (los peces) logran mirar lo que yo no puedo. Logran mirar hacia la luz donde el sol ya no es rey. Donde no importa si brilla, o no”.