El próximo pasado sábado 22 de abril se efectuaron en 500 ciudades del mundo unas marchas muy peculiares: ¡marchas por la ciencia! La principal se realizó en Washington,  EEUU, país  que tiene 8 de cada 10 de las mejores universidades en el mundo; y precisamente una de las principales razones de tanto prestigio se debe a las grandes contribuciones que esos altos centros de estudios hacen  a la humanidad desde la investigación científica  en tan variadas vertientes; pero lo de las marchas por la ciencia  se entiende mejor a  partir de los siguientes hechos.

Donald Trump nombra en la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos  a Scott Pruitt, quien siendo fiscal de Oklahoma había hecho público su escepticismo sobre el cambio climático, una realidad probada por irrefutables estudios científicos; pero recientemente ya  como principal responsable de la Agencia, Pruitt anuncia la posible salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático  de 2015 que establece las directrices para regular las emisiones de gases que provocan el calentamiento global.

Ante una insólita   posición de cuestionar  las vacunas que tanto han hecho por la humanidad y el incremento de la calidad y  las expectativas de vida, nombra Trump a  Robert Kennedy Junior fanático opositor al uso de  las vacunas,   para que presida la comisión que las  evaluará.

Otras más. El borrador de presupuesto que presentó recientemente  la administración de Trump rebaja en un 18% los recursos financieros destinados al Departamento de Salud, de  impacto negativo en investigaciones médicas en  áreas cruciales.

También se anuncia la reducción del presupuesto de la NASA, de cuyos programas ya se han demostrado sus múltiples derivaciones para la vida de las personas, más allá de sus propios importantes objetivos.

Lo peor y que lo integra y resume todo, es que la administración de Donald Trump y abiertamente sustentado por él mismo, expresa poco respeto por el desarrollo científico que tan gran impacto ha tenido sobre la humanidad; desde aumentar el promedio de vida de los seres humanos  en más de 20 años en sólo 8 décadas,  hasta impactar por la vía de la tecnología áreas tan importantes como la producción de alimentos, la comunicación, el transporte, vivienda, educación y hasta  el entretenimiento.

Que abiertamente se promueva una actitud contraria a la ciencia desde el centro del poder de los Estados Unidos de América,  es más que motivo para que las y los científicos levanten la vista, distrayendo por  un momento su imprescindible   concentración, y  miren más allá de su  tan consagrada labor, en defensa de la humanidad toda.