El reciente triunfo de Donald Trump en la campaña presidencial de los Estados Unidos tiene una importante explicación: ¡el voto ideológico!

Me venía preguntando durante la campaña: ¿cómo un candidato tan odioso y que comete tantos errores -incluyendo proponer un muro en la frontera con Méjico- puede tener una aceptación tan alta? La explicación no es Trump, sino Hilary. Es decir, los votos de Trump no son propios, sino votos en contra de Hilary. No me refiero a esta candidatura demócrata -por primera vez sin ninguna oferta de corte progresista-, aparte de contar con el apoyo de los sectores políticos más conservadores; ni me refiero a su imprudencia en el manejo de los wikileaks, y ni siquiera a la campaña sucia -aunque fuera en respuesta a las acusaciones contrarias-; me refiero a dos puntos que Hilary admitió en su tercer debate: su preferencia por una Suprema Corte que apoye la agenda LGBT, y por el derecho femenino a decidir ¡incluso un día antes del parto!

Esto último… está fuerte, ¡muy fuerte!, y fue la razón de su derrota. Los otros factores son secundarios. Esta posición extrema atizó el voto en su contra, tanto de los evangélicos, como de los católicos practicantes, y de otros grupos ideológicos. Esto sucedió antes con Dilma Roussef en Brasil, pues su caída se produjo -no por cuestiones de corrupción- sino específicamente por su apoyo a la agenda LGBT. Lo mismo pasó con el triunfo del ‘no’ en Colombia, y antes con la derrota de Eduardo Frei por el conservador Sebastián Piñeira, en Chile (2010). Hay evidencias claras que confirman el papel determinante de estas cuestiones ideológicas en estos desenlaces.

La trampa en que cayó Hilary -y el Partido Demócrata- es de nuestro siglo: el postmodernismo que vino después de los hippies. Este es el siglo de la legalización de la mariguana, de la agenda LGBT, del derecho a decidir, y de la “completa liberación sexual”. A partir de ahora nos tendríamos que acostumbrar a romper esquemas, y a cambiar por cambiar, aunque sea en detrimento de la familia nuclear, un fundamento clave de la civilización occidental. Grecia y Roma entraron en decadencia desde que sustituyeron la familia por una promiscuidad rampante, y es probable que ninguna gran civilización se pueda sostener sin ese soporte esencial (Unwin, Max Weber, Sorokin).

Estas elecciones son una señal de la decadencia de los Estados Unidos, y el postmodernismo del Partido Demócrata podría ser la partera de ese proceso. Esto también ocurre con partidos marxistas, y que hoy asumen la ideología postmodernista, por ejemplo: el Partido Comunista Cubano, y el Partido Socialista Obrero Español (POSOE). La tendencia es a suavizar las reformas políticas, mientras se reivindica la agenda LGBT (en oposición a la familia nuclear) y el derecho a decidir (en oposición al derecho de nacer).

El nuevo liberalismo y la nueva izquierda deben poner frontera con estos nuevos postulados del postmodernismo. Cada cual tiene derecho a decidir su preferencia sexual, y la ley debe permitir que una mujer, por razones médicas, interrumpa el embarazo, pero, otra cosa es un matrimonio entre personas del mismo sexo, o la negación del derecho de nacer a la criatura que crece en el vientre materno. Pero, ¿por qué permitir que el debate político se reduzca a estos temas filosóficos? ¿No podríamos mejor hacer un programa mínimo de lucha por los pobres, y por el bien común?

Al fin y al cabo, si la tendencia de la sociedad de hoy es hacia el matrimonio informal, ¿por qué se insiste tanto en formalizar el matrimonio homosexual? ¿Por qué insistir en la formalización cuando apenas el 2-5% de los homosexuales, en los países donde se legaliza, accede al matrimonio formal? Por otro lado, ¿realmente podemos apoyar al feminismo postmodernista en su reclamo por el derecho a decidir hasta el último día antes del parto? ¿Se puede justificar tal menosprecio a la criatura que se desarrolla en su vientre?

La moraleja es: 1) reconocer el postmodernismo que hoy embriaga a Occidente, y, 2) consenso político para el bien común, con respeto a la diversidad, pero también con respeto a algunas reglas básicas de convivencia social.