Acabo de leer un estudio académico de sondeos que coloca el approval rating de Trump (índice de aprobación) en un 37% y en alza los últimos meses. Muy similar a lo que tenían, tras el mismo tiempo en la presidencia, Clinton y Obama dos presidentes que lograron reelegirse con cierta facilidad. En el análisis en cuestión, basado en interpretar estadísticas desde una óptica política e histórica, se refiere que Trump cuenta con importantes posibilidades de reelegirse en la medida de que logre conservar su núcleo duro de votantes (blancos de clase media) y los niveles de desempleo en estados clave (los Swings States) se mantengan bajos. En nuestra lectura política, ello arroja varias conclusiones interesantes:

1. Desde un análisis del populismo Trump ha sido, por ahora, muy exitoso ya que ha logrado mantener vivo, entre sus votantes, el momento populista que le llevó al poder. Es decir, la dicotomía pueblo vs élites de Washington con la cual sus estrategas Roger Stone y Steve Banon montaron su candidatura Trump ha sabido mantenerla viva desde el gobierno. Y esto es muy difícil puesto que, como advierte Laclau, el populismo es ante todo un lenguaje para aglutinar sectores sociales en un momento dado; no puede ser, generalmente, una forma de gobernar. Trump lo ha logrado. Reitero, entre sus votantes que es un espacio de menos del 40% pero con el cual puede volver a ganar en un contexto de alta polarización.

2. La política exterior de Trump que, a los ojos de los liberales y la mayoría de académicos, parece una locura, es, de cara a lo interno, muy lógica: le permite seguir construyendo un imaginario de que no es un tipo de la élite y vino a desmontar consensos. Al mismo tiempo, presenta una materialización del Make America Great Again con un Estados Unidos que rompe con aliados históricos (Francia, Reino Unido y Alemania), bombardea Siria, “pacifica” las Coreas, amenaza directamente a Irán y coloca la embajada estadounidense de Israel en Jerusalén. Esas decisiones, frente al votante del núcleo duro de Trump, hacen mucho sentido con una idea de que Estados Unidos manda en el mundo a su modo y puede vivir sin aliados pues es el país "más poderoso” del planeta. Trump hace política exterior pensando, sobre todo, en lo local. Los presidentes como Obama, Clinton y hasta Bush hijo hacían política exterior para sus legados en la historia. A Trump la historia no le interesa mucho.

3. Los demócratas no han sabido leer el país bien. Porque siguen combatiendo a Trump desde la racionalidad tratando de explicarles a los estadounidenses que este presidente es irracional y está incapacitado para el puesto. Se equivocan y en esto reafirmo mis análisis tras el triunfo de Trump: la sociedad estadounidense se encuentra irremediablemente dividida entre una América profunda blanca, conservadora y nacionalista y otra diversa compuesta por minorías y segmentos sociales como los LGBTT, jóvenes, mujeres educadas y otros. Estos dos bloques disputan por la hegemonía. Es una batalla cultural y de sentido. Lo cual fragmenta y genera un marco de discusión donde no priman, necesariamente, las razones frías sino lo rupturista y quién es capaz de definir el futuro. Trump es muy exitoso siendo estas dos últimas cosas entre sus votantes: hace ruptura con la política tradicional y define un Estados Unidos futuro blanco (más que blanco en sentido fenotípico, en términos culturales y de proyección con lo blanco entendido como significativo de poder, riqueza y una esencia no contaminada de influencias “impuras” latinas y musulmanas sobre todo), grande y poderoso. Los demócratas de momento ni lo uno ni lo otro. Tienen un grave problema.

4. El futuro inmediato de Trump pasa por las elecciones de medio término de este noviembre. Si los demócratas ganan mayoría en ambas cámaras o se posesionan más republicanos moderados en el Congreso, su presidencia puede tambalearse porque habrá los números para iniciar un proceso de impechment. Los casos del rusia gate y el de la actriz porno Stormi Daniels lo pueden sacar de la presidencia. Él necesita que el balance de la elección sea un fortalecimiento de su núcleo duro: para que o bien no hayan los votos para sacarlo o bien no se atrevan a hacerlo sabiendo que es un presidente fuerte entre sus votantes con lo cual tendría serias consecuencias políticas el impechment.

5. Si Trump se mantiene en la presidencia y va a la reelección en 2020, para ganarle los demócratas deben colocar un candidato con capacidad de construir un discurso populista que aglutine todos los sectores anti-Trump en torno suyo en aras de armar un bloque demográfico-electoral que derrote en los estados clave el núcleo duro de Trump: los blancos nacionalistas de clase media. Michelle Obama, haciendo terna con Sanders o Warren, o viceversa, podrían lograrlo por lo que culturalmente representan: negros, jóvenes radicales, clases medias blancas y no blancas abiertas a la multiculturalidad, latinos, etc. Pero una Michelle Obama llamando a la unidad sin más (apaciguamiento) como está haciendo en sus intervenciones será derrotada por Trump en las actuales condiciones populistas. La gente que puede sacar a Trump no lo quiere cambiar por otro Obama: un negro tibio y muy del establishment. Quiere ruptura y otro futuro. Una figura que represente, y materialice, esas aspiraciones tanto con su discurso como con su ejemplo de vida. Michelle tiene el ejemplo de vida (una negra que nació pobre en la periferia de Chicago) pero le falta el discurso. Sanders y Warren tienen ambas cosas; pero ya están algo agotados por la edad y por el día a día del Congreso.

En todo caso, para finalizar, queda clara una cosa: Trump marcará el tono del discurso político estadounidense y mundial de aquí al 2020 y quién sabe si más allá. ¿Será histórica su presidencia como fue la de Reagan que marcó el rumbo mundial hacia el neoliberalismo económico y cultural?, ¿o es su presidencia el producto de un momento histórico mundial populista como consecuencia del debilitamiento del sistema liberal de representación? Ambas respuestas, creo, las iremos conociendo más pronto que tarde.