En su última aparición publica en Phoenix, en Agosto 22, el presidente norteamericano Donald Trump trajo nuevamente a colación la construcción del muro divisorio entre Estados Unidos y México, el cual esta supuesto a detener lo que en previos discursos él ha calificado como una especie de horda maligna, conformada por criminales, ladrones, drogadictos, narcotraficantes y violadores, procedentes del vecino país del Sur.

Aquellos que como en mi caso, han sido subyugados en los últimos siete años por la serie Game of throne, sabemos dos o tres cosas que bien podrían funcionar como referencias alegóricas a este cuasi ilusorio propósito: la primera se refiere a la presunta existencia del lado sur de la frontera de muertos en vida que avanzan para conquistar el territorio que siglos atrás les fuera disputado. Lo segundo es la factibilidad de construir una especie de muro encantado, cuyas propiedades disuasivas trasciendan su solidez y altura, a fin de evitar que los zombis invasores  conquisten el paso que conduce al otro lado afluente donde habitan los vivos. Tercero, que el invierno está llegando.  La elección del orden de estos componentes es mía, de hecho, la secuencia de eventos en la serie televisiva es a la inversa, sin embargo, en esta comparación el orden de los factores sí altera el producto.

En su perorata a una incendiaria masa de receptores cautivos, Donald Trump no escatimó la oportunidad para homogenizar los flujos criminosos con una diáspora  económica que ha sido históricamente demandada principalmente por la agroindustria sureña, así como con los “buscadores de sueños”, los cuales no sólo provienen de México, sino también de otros continentes -incluyendo europeos y asiáticos- que entran por diversas vías a Estados Unidos,  ilusionados quizás con la sobredimensionada expectativa de alcanzar el bienestar social y económico que les ha sido vedado en sus países de origen.

La reduccionista imagen proyectada por Trump al afirmar lo siguiente: “A lo largo de la nación, he pasado tiempo con aquellos fabulosos americanos cuyos hijos fueron asesinados por la simple razón de que nuestros gobiernos han fallado en coaccionar nuestras leyes migratorias, actualmente existentes”, prefigura una estigmatización absoluta de la fuerza laboral extranjera. Su cosmovisión fue plasmada en los siguientes términos: “Uno por uno estamos encontrando los miembros de pandillas, los narcotraficantes y criminales que acosan a nuestra gente…Estamos presionando a esas ciudades santuarios que acogen a los extranjeros criminales, y estamos construyendo el muro en la frontera suroeste, el cual es absolutamente necesario”

Su estrategia anti inmigrante descansa en múltiples falacias: en primer lugar, los considerados criminales y narcotraficantes no son de manera exclusiva de origen extranjero, sino más bien el producto de una sociedad en la que predominan mercados ilícitos competitivos, y que en el ámbito de las drogas tiene un largo historial. En mis clases sobre “Droga y Sociedad” he terminado denominándola una sociedad “Farmacón,” porque gracias al apetito incontenible de varias generaciones de norteamericanos, el consumo de drogas ha sido desde hace más de un siglo un fenómeno tan inherente a la cultura Americana como el béisbol y las tartas de manzana .

Si se quiere ahondar en la raíz del problema del consumo de drogas en Estados Unidos, solo hay que recordar que en 1930 el entonces primer Comisionado del Buró Federal de Narcóticos, Harry J. Anslinger, trató por 32 años no sólo implementar muscularmente la política prohibicionista de alcohol y drogas, sino también de incoar una estrategia similar a la que apela el actual presidente Trump, culpando a Mexicanos y orientales de la epidemia del consumo de marihuana y opio que se expandía entre la clase media y rica norteamericana. Es necesario aclarar que los intentos de regulación y coacción legal se retrotraen a los mediados del siglo diecinueve, y que ya en el 1910 el gobierno Federal trataba de administrar las patentes de medicina que los doctores y farmacéuticas poseían para comercializar opio, morfina, laudanum e incluso heroína. Más aún, la campaña antidrogas desplegada por Anslinger no puede ser separada del sustrato político que ya entonces la impulsaba, de disciplinar a la clase obrera a través de la ley seca o “blue law”, y  más tarde despachar a una mano de obra extranjera que entre finales del 1929 y mediados del 1930 resultaba un excedente laboral para un país en crisis. De igual manera, la diatriba anti-inmigrante que apela a la estigmatización y al miedo hacia el sujeto extranjero, no puede ocultar el objetivo de impulsar una campaña de descredito que alimenta un espíritu xenofóbico en la parte  más conservadora de la población de un país históricamente conformado por inmigrantes.

La segunda idea distorsionante introducida en la narrativa se refiere a la que el Presidente y sus acólitos han dado en denominar “Ciudades Santuarios”, denostándolas como sitios de acogida de criminales.  Desde hace 20 años resido en una de esas ciudades, Arlington, Massachusetts. Debo reconocer la asertiva denominación de “santuario”, ya que desde mi perspectiva, esta ciudad donde resido es ciertamente un santuario de tolerancia. Aquí las personas coexisten de manera respetuosa y armoniosa, independientemente de sus preferencias sexuales divergentes; predomina la tolerancia y la acogida a la diversidad social y racial, y sus residentes se involucran activamente para defender causas políticas, ambientales, económicas y sociales que beneficien a la colectividad. Esta es tan solo una de las más de 300 ciudades consideradas santuarios en EE.UU, y no por casualidad se ubica en un estado cuya principal industria es la producción de conocimientos.

La tercera acotación tiene que ver con la realidad de las fronteras. Estas constituyen un mal y a la vez un bien necesario. Si bien es cierto que las fronteras son territorios donde concurren transacciones legales e ilegales, lo último se debe no solo a la supuesta “debilidad en el control”, o a la precariedad disuasiva que pudieran o debieran ejercer las autoridades en los países de paso o de destino. El asunto es más complicado y tiene que ver por un lado, con los diferenciales institucionales y legales; por otro lado, con las asimetrías económicas y sociales entre países que comparten frontera. Estas disparidades propulsan la base del intercambio comercial por el cual cada país explota su ventaja competitiva. Consecuentemente, esas mismas diferencias constituyen un estímulo importante para aquellos que deciden emigrar por razones económicas, los que tratan de escapar de la violencia y el peligro que los acosa en sus países respectivos, o los empresarios legales e ilegales que aprovechan los intersticios para hacerse de beneficios, transgrediendo los límites impuestos. En todos estos casos, la frontera es en términos figurativos y reales, simplemente un obstáculo más que salvar.

Ante el prontuario de consideraciones desplegadas en el discurso de Phoenix, la masa irredenta de Trump respondía en coro a su discurso: “Construye ese muro!!” “Construye ese Muro!!”, un muro que según Trump, los patrulleros fronterizos consideran “vital”; un muro que Trump promete construir, a pesar de los supuestos “Obstruccionistas demócratas que están poniendo toda la seguridad de América en riesgo” y “Aunque tenga que paralizar la distribución de fondos de su propio gobierno”.

Sobre estas consideraciones, y procurando no “dañarle” el final a los fanáticos de la serie Game of Throne, es de suponer que una de las alternativas para confrontar la amenaza que enfrentan todos los feudos desde Westeros hasta kingslanding es cooperar juntos en una estrategia clara y racional, que sobretodo logre identificar al enemigo real. Traslapando esta alegoría a la realidad, hay dos o tres verdades que se necesitan aclarar:

En primer lugar, en el mundo globalizado en que vivimos, no hay cabida para el excepcionalismo que caracterizó a Estados Unidos desde la época colonial, y el aislamiento de los años 20 y 30s. Estados Unidos mismo ya experimentó ambos escenarios sin buenos resultados. Es cierto que en estos momentos el país atraviesa por una situación crítica por el consumo nacional de heroína. La raíz del problema sin embargo difícilmente podría catalogarse de externa o ajena. De hecho, varios estudios destacan el papel preponderante que ha tenido en este fenómeno la prescripción indiscriminada y desregulada de analgésicos en diversas poblaciones, como una antesala al consumo de drogas fuertes como la metanfetamina.

En segundo lugar, la relación con los demás países del hemisferio no puede ser asumida como de suma cero, por el contrario, la diplomacia, la construcción de regímenes de cooperación constituyen espacios que la comunidad internacional ha ido construyendo para posibilitar el intercambio lícito de mercancías, la trans-localidad de mercados, una distribución más igualitaria de recursos, y el desarrollo de capacidades y saberes. En la actualidad no es factible, y tampoco es concebible, un arreglo tal donde la interacción entre pueblos y naciones sea unilateral o sólo beneficie a uno de los participantes.

En tercer lugar, los muros no son capaces de impedir que los riesgos producidos por las asimetrías y vacíos inter e intra estatales permeen o afecten la situación de sus vecinos colindantes, esto ha sido más que probado en el caso de las pandemias y los desastres.

No se necesita ser muy creativo para sentir las resonancias de lo que no hace tanto tiempo fuera la época gélida de la guerra fría. El invierno está llegando, y lejos de continuar con el aislacionismo, Estados Unidos debería más bien armonizar sus recursos internos y externos, sobre todo con aquellos con los que comparte fronteras. Cuando menos, deberían saber sus elites políticas desde que parte del muro avanzan las amenazas.