Superar a Trujillo ha sido el gran talón de Aquiles de la democracia dominicana.   Hoy, más de medio siglo después de su desaparición física,  las formas del Jefe impregnan los modos de interacción social, política y económica de todos los dominicanos.  De hecho, el andamiaje institucional tanto en el ámbito público como en el privado sustenta la cultura despótica  nacida en su Era.

Nos cuesta dejar atrás al Generalísimo precisamente porque las generaciones que le sucedieron han sido incapaces de explicar con asertividad qué pasó con la sociedad dominicana de principios de siglo XX que parió una figura con sus características, ni mucho menos cómo es que un hombre con su alta vocación autoritaria fue tolerado por nuestros compatriotas durante tanto tiempo.

Tal vez esta falla se deba a que quienes han emprendido el camino de analizar su figura se quedaron , o en el dolor de su estela sanguinaria o en la nostalgia de su mano protectora. Precisamente, este es el quid del asunto: a Trujillo lo han estudiado o sus víctimas o los favorecidos durante su régimen. Y el sesgo resultante de ello ha tenido como consecuencia fatal un círculo vicioso que nos deja en una eterna transición hacia la democracia.

El desafío más importante que tenemos por delante es deconstruir la sociedad trujillista en la que hemos vivido durante el último medio siglo

Digámoslo sin temores: Trujillo sacó del atraso a la sociedad dominicana. Le dió consistencia institucional al Estado Dominicano.  Su paso por el Poder consolidó nuestra condición de república independiente. Ningún antecesor o predecesor suyo puede mostrar los logros económicos e institucionales de su era.  Claro, la transformación de República Dominicana de aldea a Estado alcanzada durante la dictadura representó un altísimo costo para la nación, máxime cuando su herencia lastra, difumina y deforma nuestra democracia.

Reconozcamos sin resentimientos ni amarguras que Trujillo llenó de luto a la nación, castró las aspiraciones de cambio de los dominicanos a sangre y fuego.  Nadie como él hizo del dominicano un ser resignado, incapaz de movilizarse más allá del beneficio particular.

Superar a Trujillo, pasa necesariamente por poner en blanco y negro sus luces y sombras, por asumir que el ser social dominicano en sus prácticas más cotidianas ejerce el trujillismo.  Mi generación de políticos tiene como una de sus más importantes tareas la de impulsar la formación de una cultura democrática en nuestro país, no solo en el ámbito partidaria, sino más allá en el orden social y en el modelo económico.  El desafío más importante que tenemos por delante es deconstruir la sociedad trujillista en la que hemos vivido durante el último medio siglo.

Ese puede ser el más trascendente aporte al progreso nacional, a las futuras generaciones.

El autor es Secretario de Educación del Partido Revolucionario Dominicano.