No sé lo que pasa pero parece que me he degradado como escritor. Busco ayuda urgente entre los genios iluminados. No hago literatura sobre la literatura. Intento hacer literatura de la política y la cultura y me quedo en una gimnasia rítmica que no da en el negro. No he logrado ascender en esa escala social hacia el púlpito sagrado del soneto y el endecasílabo. No logro encontrar la gran metáfora de la diáspora desarraigada. Góngora es un héroe que ha perdido público frente a cierto asombro. Fue un guía espiritual que gozó de mi infidelidad. Lo olvidé a traición por una lectura de Quevedo. Secretamente me interrogo sobre su actualidad y me asombro de su impactante ausencia. Trato de llamar la atención sobre la necesidad de leer El Quijote para vengarme de todos los plasmas diseminados por el mundo, especialmente cuando llega el invierno. Mis ansias se burlan de mi falta de coherencia. Hablo de los demonios de la ignorancia que nos deshabitan. Uno de ellos me contesta ufano:
- Tú no estás pisando en la tierra prometida. Chúpate esta menta Cristal para que recuperes la lucidez y deja esa vaina tal como está.
Como mi salud mental está primero, decido seguir la corriente: Enciendo la TV y pongo: Premio a lo nuestro. Luego paso, con extraña solemnidad al programa: Suelta la sopa. Me revuelco en el mundo de la desinformación a puro show y si me preguntas, digo que soy feliz.
Una voz interior insistió:
- Hijo mío, no estás demasiado lejos del Fuerte Apache. Abre los ojos y deja El Conde Lucanor para el domingo. Abre un libro de Manuel del Cabral o trae de vuelta a Pedro Mir. No es un mito todavía. Ya no hay que comprarlo en la calle 14. Léete El hombre del acordeón, de Marcio Veloz Maggiolo, a ver si aprende a tocarlo, aunque sea con la boca cerrada. Por desgracia, hace mucho que desapareció la librería Macondo.
Hoy en la mañana le he recordado una conversación anterior a una persona que me dijo ante una acusación mía de que eres trujillista, lo siguiente:
- Mira, hijo de la gran patria exiliada, si un ex rector de mi época fue el primer reformista de la élite estudiantil de izquierda, qué importa que yo sea trujillista.
- Yo no tengo moral apartidista. Soy de la masa silente.
- Soy de la sucesión de la misma cosa. Un cuadro surrealista que ni Dios puede interpretar. Yo puedo ser hasta fascista, si me da la gana y me van a aplaudir los fantasmas de una desesperación risueña. Ya los colores de la politiquería barata son más cosas del presente. Los candidatos a rectores actuales se promueven en las calles de Cristo Rey, en Capotillo, en el corredor de la avenida Independencia y también en las chatarras de la modernidad.
Vuelvo de visita a mi ciudad natal y descubro con horror que un amigo de mis años universitarios, ex comunista de los años 70, defiende a Trujillo como una opción válida y honrosa. Levanta la bandera del nieto y la pone a ondear en la sala de su casa. Lo afirma categóricamente: Si voté por Donald Trump para que lleve el muro hasta Losminas, eso ya no tiene importancia. El le está dando clases de agronomía política a Danilo Medina y a Nicolas Maduro sobre el tema fronterizo. El hombre blanco enterró la ética, la moral, la hipocresía de la piedad en el fondo de una cloaca para baños sordos mudos.
Entonces hubo otra interrupción. Alguien descubrió el asombro de una cucaracha gigante, presumiblemente dominicana, paseándose por la estufa y sobre los osos del día de San Valentín.
En el Bronx le atribuimos nacionalidad a todo lo asombroso, a cualquier morgue para insectos resistentes le hubieran concedido la orden de Duarte, Sánchez y Mella, pero estaba muerta y nos acusó de promover otra invasión suicida para aumentar los gastos militares en fumigación.
Ocurrido el desvío, al final de un proceso de fumigación real, nos sentamos en la sala de mi casa a juzgar el posible éxito de la matanza. Un producto extraordinario, prometido por un ex inquilino, a quien considero un hijo pródigo de la calle, o un hermanastro politico que fue Dreamer, aunque no tenga padre ni madre, bajo esa condición migratoria. Mientras predecíamos una larga temporada sin cucarachas imperialistas, surgió una conversación sobre la política interna en los Estados Unidos, bajo el mito de la teoría del amor a la grandeza. Mientras resurgían los temas del último discurso sobre El estado de la desunión y la posterior reacción de la prensa corporativa, la ultra amarilla y la alternativa, reducida a espacios limitados de la clase media intelectual o universitaria, al estilo monográfico de Democracy Now o la de la National Public Radio y no sé cómo el tema se desvió, como siempre, hacia la historia dominicana y el asunto de Trujillo, el Padre de la patria Nueva.
El demonio que nos come el hígado desde el 1932, hoy resurge como paradigma de la época. Cierta nostalgia vagabunda y un agotamiento degradante lo salva del olvido. La política actual en República Dominicana se dejó de lado, como si ese no fuera el tema de primer orden. Hay demasiado paz en el país para someter el asombro a una prueba de plenitud vital. La conversación se convirtió en un circo. Afilamos los cuchillos pero la ética humanitaria preservó el diálogo. Mi interlocutora defendió su tesis sobre los aportes del Padrino de muchos niños de mi generación, el Generalísimo, Rafael Leonidas Trujillo Molina, a la civilización del pueblo dominicano y de América.
La defensa del Déspota se ventilaba, a partir de varios temas cruciales como: salud, alimentación, educación y economía. Sostenía que si el Presidente Donald J. Trump atacaba el socialismo y planeaba una cruzada de amor anti socialista sin límites, Trujillo implantó una dictadura con apoyo popular comprador o impuesto. Los desilusionados hablan con frecuencia de las puertas abiertas de par en par y olvidan a los calieses. En su pobre imaginación la tiranía era un paraíso perdido de paz a palo limpio. Dijo que las hermanas Mirabal se buscaron esa muerte y que a pesar de esos crímenes, la gente comía, se desayunaba, se vacunaban y los niños iban limpios a la escuela. La defensa tenía como objetivo promover un reconocimiento positivo y evidenciar el fracaso de los sucesivos gobiernos democráticos en República Dominicana y en el resto de América.
El símil de Trump es Trujillo, pero su arquetipo es Hitler y Mussolini, según el parecer de esta retórica que se nutrió de una bibliografía anterior a la apertura de la universidad Autónoma de Santo Domingo que sucedió a la guerra del 1965. La esposa de mi amigo volvió a defender la época de Trujillo a partir de unos cuantos recuerdos infantiles. Mientras yo pedía una pausa para ver la primera salida de una de las 5 candidata presidenciales de USA para el 2020, la Senadora, Amy Klobuchar, representante ante el congreso de Estados Unidos. La primera senadora del estado de Minnesota hablaba sobre cómo la educación se había utilizado como un arma de exclusión y embrutecimiento ciudadano. Los niños terminan la escuela sin ningún conocimiento histórico. También habló del cambio climático, de un seguro de salud universal, del peligro de la posesión de armas para auto defensa pero no habló de otro tipo de armamentismo. No dijo una palabra sobre la eliminación de los Colegios Electorales o de la respuesta al discurso del mito de la unión por parte de la política, abogada y novelista, Stacey Abrams al presidente Donald Trump. Completó su perorata volando alto pero este nunca le dio las gracias. El machismo y el fascismo son Siameses. No tienen humanidad legítima.