Por generaciones, hemos crecido con un sentimiento de inferioridad nacional. Apenas nos sentimos superiores a los haitianos, pero en una época, chispazos de ese complejo, afirmábamos entre dientes que la clase intelectual haitiana era superior a la dominicana. Recuerdo que, en mi primer día de anatomía práctica en la UASD, en los sesenta, un catedrático – por demás excelente maestro y persona – nos advirtió que aprendiésemos bien los aspectos prácticos de la profesión, y “nos dejáramos de pendejadas”, pues nosotros no producíamos investigadores ni científicos. Un baño de agua fría en la estima propia de aquellos estudiantes.

Traumados por nuestra historia, no fue hasta que comenzamos a emigrar masivamente, a dar jonrones en las grandes ligas, y ver nuestros ritmos acaparando la atención de medio mundo, cuando hemos podido comenzar a superar el complejo del “Negrito del Batey”. Pero esa superación es precaria todavía; nuestra juventud carece del factor oportunidad, y el Estado se niega a facilitarlo, dejando aletargados talento e inteligencia. 

Sin embargo, una encomiable fracción del sector privado viene haciendo esfuerzos y  demostrando lo sabido:  si se ofrecen las herramientas necesarias, se  pueden alcanzar niveles de excelencia iguales a los de cualquier país del primer mundo. Y si se les ofrece, comenzaríamos a recomponer esa marchita estima propia que nos impide alzar el vuelo.

Y expongo lo anterior, luego de recibir una gratísima sorpresa: fui testigo hace dos semanas, en Palm Beach, Florida, de una competencia internacional de robótica donde participaron dos mil quinientos jóvenes. Entre las banderas estaba la dominicana. Compitieron el equipo del “Colegio Lux Mundi”, reforzado por jóvenes de escuelas públicas que auspiciaban ese colegio y un grupo de mecenas independientes. Concursaron también alumnos de otro colegio capitalino, el “Saint Michael”.

Los equipos están organizados en sesiones de “software”, “hardware”, y mercadeo, aproximadamente veinte muchachos en cada uno. El espíritu de cooperación, el conocimiento, y la laboriosidad de estos adolescentes, habría hecho exclamar a cualquiera “ah, pero esos no parecen dominicanos”.    

No solamente lo eran, sino que Lux Mundi ganó el premio más prestigioso del torneo, el “Chairman Awards”, y Saint Michael el “Inspiration Award”, como equipo nuevo que exhibió a plenitud los valores de la organización “First” (organización fundada por el científico norteamericano Dean Kamen para diseñar programas innovadores, aumentar la confianza, conocimiento, y motivación en ciencia, tecnología y matemáticas a jóvenes, promoviendo colaboración y ética.)

Impresionado, aprendí que existen en nuestro país 64 clubes de robótica autosuficientes donde el aprendizaje tecnológico se comparte con la exigencia de valores. Se organizan bajo la supervisión de  “Fundecitec”, entidad que fomenta ese trascendental proyecto que, sin aspavientos, surgió ocho años atrás de la visión y bondad del Ingeniero Abraham Dauhajre. Su entusiasmo en promover tecnología y amor por la ciencia en nuestra juventud sigue imbatible al día de hoy; allí estaba en  Palm Beach, colaborando con ambos equipos junto a uno de sus hijos – exitoso ingeniero innovador que ejerce  en  “Silicone Valley”, California. Él también brindaba desinteresadamente sus conocimientos.

Impulsados por una de las originales fundadoras de este movimiento cibernético, la empresaria Jasmín Chaljub, el Colegio Lux Mundi, bajo la cuidadosa dirección de la Lic. Leonor Elmúdesi de Bancalari, formó su propio club de Robótica un año después, arañando fondos de unas cuantas bondades individuales. La entrega de Abraham, Jasmín, Leonor, y un entusiasta conjunto de padres y madres de diferentes sectores sociales, han podido ver el éxito de sus esfuerzos. Esa comunidad de adultos y mozalbetes hicieron que los “dominicanitos” demostraran que, con dedicación, visión de futuro, trabajo en equipo, e independencia estatal, pueden quedar bien plantados frente al resto del mundo.

La culpa de lo poco que creemos en nosotros la tiene tanto el sector público como el privado; hacen muy poco por la educación académica, cívica, y moral. No ofrecen oportunidades,  ni recursos, ni motivación para que podamos dar el brinco al primer mundo. En la Florida, un grupo de jóvenes dominicanos y sus mentores dieron ese brinco frente a mis propias narices.