Algunos poemas nos dejan sin palabras…
Por ejemplo, tener la suerte de encontrar los poemas de Miguel Hernández en el aniversario de su cumpleaños y poder leerlo y entre todos redescubrir tu favorito (había olvidado el premio de su existencia):
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
¿Cuáles palabras quedan después de su lectura? Solo queda el silencio de la introspección y el asombro.
Mi reacción fue querer aprendérmelo, memorizarlo para siempre, que no salga otra vez de mi cabeza. Tenerlo como bandera o como ropa. Decirlo a algún extraño en la calle o a mis hijos. Repetirlo todos los días para que se lo aprendan, igual que yo pude aprender las rimas que decía mi padre.
Decirlo en lugar de los buenos días, cada vez que llegue a la oficina y como Billy, gritarlo por la ventana, para que sea parte del viento, para que viaje a los oídos que lo necesiten, para que sea sombra de este iluminado pedacito de tierra.
“Tristes, tristes” …