“… y es preciso recordar que la corrupción sistémica es producto de una debilidad institucional y cultural.” –Sergio Moro
La hora de Brasil se acerca, y no nos referimos a la inminencia de los Juegos Olímpicos Río 2016.
El conteo regresivo anuncia el apoteósico clímax de la magna ópera catártica bautizada “Lava Jato”- que en sus treinta fases cumplidas viene ocupando la atención de toda la ciudadanía y escandalizando a muchos en el mundo entero- develando las colosales dimensiones de la corrupción sistémica que ha permeado la vida política y empresarial de la nación sudamericana.
Todo empezó en 2008 (no la corrupción, sino el descubrimiento de su carácter sistémico) cuando el empresario paranaense, Hermes Magnus, responsablemente denunció el intento de lavar activos en su fábrica, Dunel Indústria e Comércio. En las pausadas y minuciosas investigaciones conducidas por la Policía Federal eventualmente se identificaron cuatro grupos dedicados a lavar activos en el estado de Paraná. Uno de ellos resultó particularmente interesante por la intrigante transacción de la compra de una yipeta Range Rover, pagada en efectivo por un cambista y registrada a nombre del director de compras de la empresa estatal Petrobras. Sin detenerse con este inusual hallazgo, las autoridades siguieron el hilo conductor hacia arriba.
El 11 de julio 2013 el juez, Sergio Moro, abre la caja de Pandora cuando autoriza “la escucha telefónica y telemática” del cambista Alberto Yousseff, descubriéndose en sus conversaciones una amplia red criminosa en torno a sobornos relacionados con la colosal Petrobras. Si inicialmente parecía el típico esquema de sobornos de contratistas a gerentes de la empresa petrolera (por eso conocido como Petrolao) para la obtención de contratos comerciales en términos especialmente ventajosos, paulatinamente se fue revelando la participación de encumbrados políticos y empresarios. Pero quizás lo más sorprendente de este esquema es que buena parte de las “propinas”, o dineros producto de la corrupción, fueron utilizados al menos por un partido político (el “de los Trabajadores” o PT) con fines de mantenerse en el poder (también parece que hubo millonarias compras de artículos de lujo, vehículos, viajes y propiedades inmobiliarias por algunos de los beneficiarios y sus familiares). Muchos recursos fueron canalizados directamente por empresas favorecidas y receptores de “propinas” a las campañas electorales de candidatos presidenciales, parlamentares, estaduales y municipales. Por eso el juez Moro insiste en describir este fenómeno social como “corrupción sistémica”, pues no se trata de los actos corruptos de algunos individuos buscando provecho propio, sino de una sistemática manipulación de la corrupción por políticos y empresarios para eternizarse en el poder y usufructuar sus mieles. En una de las principales empresas participantes se instituyó un departamento secreto con personal dedicado, su propia plataforma informática, nombres de los participantes y beneficiarios en código, y un pintoresco vocabulario idiomático propio para referirse a sus criminales actividades. Corrupción como institución y cultura, toda una economía paralela, reproduciéndose ad infinitum, era el designio de quienes lo perfeccionaron. Y muchos de los protagonistas tuvieron las agallas de participar en el Petrolao mientras eran investigados y/o imputados en el ensayo menor conocido como el Mensalao. La impunidad era garantizada por la amplia red criminosa, o por lo menos eso creían los principales protagonistas que fueron protegidos en el escándalo anterior pero esta vez están en la picota.
Y no es que los jefes políticos y empresariales soslayaran la vista, haciéndola gorda para dejar pasar tranquilamente el intercambio de favores y dineros entre sus respectivos colaboradores: la clásica colaboración pasiva. Éste (el Petrolao) era un acuerdo rubricado en sangre precisamente entre presidentes, ministros, legisladores, gobernadores y propietarios de empresas y sus más altos ejecutivos, con dividendos para el partido y sus candidatos, así como para intermediarios y contratistas. Evidentemente, para que así fuera, el sistema fue concebido por las máximas figuras políticas y empresariales, y su cumplimiento era celosamente supervisado por ellos mismos. Así apunta lo que se conoce de las confesiones ya homologadas y las que aún se negocian bajo el amparo de la “delación premiada”, herramienta utilizada por la justicia brasilera para profundizar en las redes criminales a cambio de suavizar las penas de los reos cooperantes, al estilo estadounidense. Incluso se dice que algunos “delatores premiados” han saboreado las ventajas del sistema transaccional en Brasil, y ahora negocian también con las autoridades estadounidenses para llegar a acuerdos de mutua conveniencia.
Los perpetradores de la corrupción sistémica no contaban con la convicción y determinación de un juez y su equipo para utilizar las armas jurídicas que se habían creado en Brasil en las últimas décadas- basadas en las de la justicia estadounidense- para llegar hasta las últimas consecuencias. Apoyada por el juez Moro, la fiscalía federal de Curitiba ha sabido obtener la colaboración de los más recalcitrantes de los beneficiarios y corruptores, escalando gradualmente en la jerarquía hasta llegar a la cabeza de cada organización, faltando pocos delatores para completar el coro.
El desenlace de la trama purgatoria se acerca, y el juez Moro parece que ya tiene redactado el epílogo de la Operación “Lava Jato”, al escribir recientemente:
“Ninguna nación está predestinada a vivir con corrupción sistémica. Pues ésta no es un fenómeno natural. Desvelarla, aun si generase impacto en el corto plazo, no es parte del problema sino de la cura. Descubierta la corrupción sistémica, debemos adoptar políticas públicas para superarla. No se puede resolver el problema barriéndolo bajo la alfombra. Quizás más que cualquier otro caso anterior, debido a la dimensión de los hechos que han sido desvelados, la Operación Lava Autos brinda a Brasil la oportunidad de tomar las medidas necesarias para superar esta vergonzosa práctica. Para lograr este objetivo, es imprescindible concertar acciones de las instituciones públicas y privadas. Actuando juntos, es posible que la corrupción sistémica devenga una triste memoria de un pasado sombrío, y que ella no represente el futuro de la nación.”*
El día en que la corrupción devenga la “triste memoria de un pasado sombrío” en Brasil, veremos la consagración apoteósica del combatido juez Sergio Moro como símbolo del deber cumplido. Que así sea.
*Traducción libre de JTT. Texto original completo del juez Sergio Moro en: http://exame.abril.com.br/revista-exame/edicoes/1114/noticias/sergio-moro-explica-sua-visao-da-justica
Traducción-adaptación del mismo texto al inglés: http://www.americasquarterly.org/content/judge-moro-systemic-corruption-can-become-sad-memory-brazils-past