El asalto de muchos medios de comunicación por parte de cuadrillas de delincuentes tiene al país de vuelta y media. La crisis ética se ha desbocado y pocos se atreven siquiera a sugerir una discusión sobre las graves consecuencias sociales de tal desenfreno.
Hay instrumentos de difusión (radio, televisión, periódicos, digitales) en todo el territorio nacional que sirven como centros de extorsión y chantaje con base en productos seudoperiodísticos (fake news). Un método asqueroso y peligroso, pero efectivo para atraer millones de pesos a cuentas personales o de empresas creadas para ello.
El desdibujamiento malsano de los contornos del periodismo no es la única causa del problema; mas, le ha servido como “alfombra roja” a quienes han descubierto en este noble oficio una vía rápida de enriquecimiento a partir de la manipulación de las informaciones. Ni más ni menos.
Así sucedió: un día cualquiera, a alguien se le ocurrió gritar: “¡Cualquiera es periodista, cualquiera puede ser dueño de medios solo con poseer dinero, sin importar el origen!”. Y llegó la bandada de carroñeros.
La inundación contiene políticos, abogados, periodistas, ingenieros, técnicos, contadores, mercadólogos, poetas, narcotraficantes, mulas, bachilleres, locutores, músicos, legisladores, religiosos, venduteros, profesores, médicos, policías, escritores, economistas, locos, sin oficio, vagos empedernidos…
No todos son delincuentes mediáticos. Claro. Sin embargo, todos han estuprado sin piedad el campo, y todos lo ven solo como espacio para el negocio, lejos de los objetivos cardinales de los medios y de la responsabilidad social del periodismo. Por tanto, todos son cómplices.
Sería raro si hoy usted no halla a un desacreditador profesional solo con un simple escaneo por el cuadrante de la radio, o por los canales de la televisión, o con un vistazo a ciertos periódicos.
Unos hablan bien; otros, representan el analfabetismo más rancio. Avergüenza el panorama. Sí. Pero avergüenza más que unos y otros tienen en común el hablar durísimo para asustar a sus víctimas y atraerlas con el objetivo de mostrarles documentos que supuestamente las comprometan. O, sin mostrar, alertarles sobre “algo grande” que “se mueve” en su contra. Dramatizar para arrodillar es su lema. Son verdaderos fabuladores. Verdugos mediáticos.
La tragedia va desde el aspirante a una curul que, en campaña política, se aprovecha de la ignorancia y la tragedia de otros para inventar una “leyenda urbana” sin analizar el impacto negativo en la sociedad y en personas particulares, solo porque le urgen los votos de un segmento de menesterosos desconocido para él hasta en el mapa de la provincia Santo Domingo, hasta aquél que usa los medios de comunicación como tribuna para sus ataques y luego llama a la presa para advertirle sobre la posibilidad de difundir “lo peor”.
Este mal copa los medios y tiende a agravarse. Ya se ve como normal. Bicho raro es quien se ubica en la acera contraria y no se excita con reconocimientos envenenados.
Parte de las nuevas camadas de los que entran a los medios, llega con los colmillos afilados, por los marcos de referencia nefastos que tienen arriba y debajo de la pirámide social. Asumen que les debe caer la “una borona” de la millonada que se mueve en los niveles ejecutivos, y activan en esa dirección.
En el mundillo que se ha construido, el talento es menos importante que hacer de mandadero para hacerse de un carrito o un apartamento. Y en mandaderos se convierten unos. Otros, no. Otros, sencillamente, ven al de arriba solazarse con bienes lujosos obtenidos a la carrera, con métodos “non sancta”, y optan por “no voy a ser pendejo”. “Me busco lo mío porque ellos se la buscan, y en grande”, fantasean.
Estamos ante una Suprema Corte Mediática que condena moralmente, de manera irrevocable, a quien no acceda a chantajes y extorsiones. No se trata de un tribunal con los ojos vendados y suficiente inteligencia emocional y ética para hacer justicia, sino de una instancia integrada por un tigueraje nada interesado en la verdad ni en la honra de los demás…
Se trata de un tribunal siempre dispuesto a triturar sin apelación la moral de quien no suelte la cartera.
¿Hasta cuándo?