UNO

Lo sucedido en el Ministerio de Relaciones Exteriores me ha traído a la mente la figura del contribuyente. Entre nosotros, el contribuyente ha sido esfumado. El contribuyente es ese tipo inverosímil que paga los impuestos, y que como una sombra tutelar, omnipresente, siente el espigón de los corruptos clavado en su corazón. Pero no habla. No existe. Incluso los políticos lo hacen invisible. Aunque es él, el contribuyente, quien paga los tránsfugas de toda laya, los marrulleros con sueldos, los saltimbanquis de profesión, los ex izquierdistas escindidos entre corazón y barriga, los tígueres bimbines que apagan con la lengua el cabo del cigarrillo, los sindicalistas claveteados por la podredumbre, las guaricandillas  intelectuales comidas por el silencio, la pundonorosa pensión de Leonardo Matos Berrido, o la de Vicente Bengoa, o la de Daniel Toribio; el Bastón de Euclides, y hasta el pelo postizo de Fefita la grande. Todo lo paga el contribuyente, incluyendo las guirnaldas entretejidas en las puertas barrocas de las casas de campo de los funcionarios.

Pero aun así no existe. En este país de mortajas ardientes, donde sestea el chirrido de la impotencia, y todos nos asomamos a perdidas batallas, el contribuyente es un fantasma.  Y se puede dilapidar y robar el dinero público sin piedad, porque el  que paga los impuestos, el buen pendejo vagaroso que muestra sus harapos sin rubor, no existe.

 

DOS

Los valores no tienen partido. Los corruptos del PLD no deberían invocar, para justificarse, a los corruptos del PRD. Con motivo del cuarenta y un aniversario de la fundación del PLD escuché a una dirigente peledeísta tejer un discurso de justificación cuantitativo respecto de cuál había sido más corrupto entre los dos partidos. Pero no hay ninguna estrategia que justifique el desprecio real por los valores, porque ellos son como un cemento invisible que une la sociedad, y si en la cúspide de la dirección social del país los paradigmas practican la permisibilidad como una genialidad  del juego político, la sociedad se encanallece, y el desasosiego va encalleciendo el espíritu. No se trata de quién roba más, sino de no robar, de tener una sociedad decente.

Lo predominante en este país ahora es una experiencia común de una sociedad que puede vivir en o debajo del umbral de la conciencia. Todo cierra la individualidad sobre sí misma. ¿Por dónde andan los santos barones de la honestidad que dio origen al PLD como partido? ¿Por qué no están sufriendo el habla elegida de una postura socio moral individualista? ¿Cómo es que han llegado a coexistir apaciblemente con la corrupción como algo natural?

Sobre el hormiguero humano de esta  media isla, cada cual cultiva su pequeño jardín. Como decía Espinoza: “los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, y no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres, y por ello son justos, dignos de confianza y honestos”, en la República Dominicana casi son merecedores de la burla por derecho propio. Y, aunque no lo sean, huelen a pendejos.

 

TRES

En la historia penosa de la reelección en la República Dominicana, el pequeño burgués que se traga el suspiro de su condición de insustituible, construye siempre un mundo de justificaciones hecho a la medida de su comercio. Santana, Báez, Heureaux, Trujillo y Balaguer; Hipólito, Leonel y ahora Danilo; han atribuido sus propias ambiciones de poder a encantadoras cláusulas conjuratorias de todos los males del país, y el lenguaje oficial y su sustantivación hacen creer que únicamente el Príncipe detentador del poder en ése momento puede resolverlos.

¿O no ha ocurrido siempre que en el universo de nuestra tradición institucional , el candidato que se sucede a sí mismo desde el poder alcanza el olimpo de los sentimientos elevados, únicamente porque el poder le presta la pasta milagrosa del mito, y no hay escrúpulos que tomar en cuenta cuando de mantener el disfrute del poder se trata?

La reelección tiene una realidad entre nosotros perfectamente histórica. Ha sido siempre una fuente de corrupción y despotismo.  Ha mermado sustancialmente las posibilidades de materializar instituciones por encima del personalismo, y ha provocado largos periodos de confrontación y dictaduras. Una de las cosas más difíciles que puede haber en este país, es ser original para vender cualquier proyecto de reelección.