- Las redes sociales y la construcción de opinión
Como consumidor de información en las redes sociales y no como productor de contenido, digo lo siguiente: Twitter se ha convertido en el epicentro de construcción de opinión y los grupos de WhatsApp en la comunidad epistémica por excelencia.
Quien tiene deseo de participar en la construcción de opinión a través del “marcar tendencia” (bien por interés de presencia pública o bien por interés monetario a partir de la presencia pública) ha encontrado en Twitter una plataforma idónea donde lograr su objetivo. Allí sucede lo de siempre: nueva forma de mezclar lo privado y lo público, crear desinformación a base de repeticiones frecuentes, generar un acto de presencia masivo con el fin de obtener notoriedad y visibilidad social. Twitter ha sido consistente, al igual que las demás redes sociales, en ser vehículo idóneo para la exposición masiva de contenido privado o temas de alta relevancia pública llevarlos a niveles de desinformación más o menos manejables.
WhatsApp es la comunidad virtual por excelencia en donde la producción de imágenes adquiere mayor fuerza que la producción verbal. Allí la imagen (memes, videos, fotografías, etc.) cargan con el contenido semántico del mensaje (contrario a Twitter en donde la imagen es ilustración o ejemplificación del contenido verbal). Si antaño lo que salía en el periódico y era acompañado de una foto se consideraba una verdad; hoy el reenviado de información y de contenido visual sin fuentes precisas, a través de las pequeñas comunidades virtuales, no amerita una justificación a no ser el mismo reenviado. El vínculo que une al grupo de WhatsApp es la posibilidad misma para la introducción de nuevos contenidos y dar la sensación de crear un producto para ser consumido por otros (la orgía de ser autor), sin importar la veracidad del mensaje y la credibilidad de la fuente. Claro, no todo es dañino: esta red social ha sido un medio para comunicarse masivamente con un objetivo en común y en un momento puntual, lo que ha permitido agilizar el teletrabajo en el contexto actual. Lo de comunidad epistémica es a propósito de la tendencia a aceptar contenidos afines a las creencias de la comunidad virtual, respecto a otros contenidos más críticos de la opinión común.
2. La vieja y la nueva política en redes sociales.
Hemos perdido una gran oportunidad, por fuerza del distanciamiento social, para construir nuevas prácticas políticas en esta fase de promoción de candidaturas. La alternativa de Twitter no ha sido el vehículo para presentar programas de gobierno condensados sobre problemáticas puntuales del interés colectivo. Los comportamientos de la vieja política (los dimes y diretes, la pretendida “no politización” de lo que ya está politizado, la campaña sucia) en términos de propaganda política se ha traslado tal cual a la twitósfera. El discurso del descrédito del adversario es la nota distintiva en Twitter y se asoma, como lo hace en la cotidianidad no virtual, a través de WhatsApp.
3. El teletrabajo educativo.
A la segunda semana de la cuarentena hubo conciencia de un nuevo rol en la familia; nos dimos cuenta de lo esencial que es el maestro y de cuál es la realidad en cuanto a educación de los niños y niñas. Por la misma fecha, surgieron los teleforos y las teleconferencias como alternativas viables para la discusión y el debate, por un lado, y para la continuidad del proceso educativo, por el otro. En el momento hay mayor conocimiento de que es distinto una educación a distancia y una educación virtual. Pero mientras nos ponemos de acuerdo en el lenguaje y el modo de proceder en medio de la pandemia y sus secuelas, hemos olvidado un punto esencial: la autonomía del alumno en el proceso de aprendizaje.
En momentos como este es cuando se requiere mayor grado de autonomía. Está claro que hablo desde secundaria hasta el nivel universitario. No podemos exigirlo en los niveles básicos en donde hay que instruir para formar. Hablar de autonomía supone, igualmente, haber resuelto el tema de la accesibilidad y las condiciones de esta. Tal vez sea hora de que la reflexión educativa que surge de este desafío piense seriamente en la autonomía como una competencia.