Cascaes, Portugal, 1936. La avioneta Puss Moth aterriza en una sabana cubierta de hierbas. Su piloto, Juan Antonio Ansaldo, se desmonta y camina hacia el grupo de personas allí reunidos. Saluda militarmente al General José Sanjurjo, líder del golpe de estado que desconoce al gobierno constitucional de don Manuel Azaña. En tal condición, debe retornar a España para ponerse al frente de la conspiración. Ansaldo debe transportarlo a Burgos, capital provisional de los golpistas. Esa mañana neblinosa termina su exilio en Portugal, donde vivía desde que fracasó su último intento de golpe de estado (Sanjurjo fue, como Wessin, un conspirador impenitente).
El edecán del General arrastra con dificultad una pesada maleta hasta la avioneta.
El piloto le dice: “Es demasiado peso para la avioneta. Tenemos el tanque lleno de gasolina. Además, la pista es corta. Esos pinos de allá están muy cerca”.
El edecán insiste. La maleta contiene los uniformes de gala del General, sus condecoraciones, su espada. Es imposible que entre a Madrid sin ellos. Ni el General ni su asistente saben que el golpe se convertirá en guerra civil y que los golpistas tardarán tres años en tomar Madrid.
El piloto se da por vencido. Mete la maleta en la avioneta. El general – bastante gordo – y el piloto se montan. La avioneta se encamina lentamente hasta el inicio de la pista, gira y se dispone a despegar. El piloto acelera el motor al máximo y lanza la avioneta hacia el final de la pista. El General Sanjurjo saluda por la ventanilla a quienes han venido a despedirlo. La avioneta despega con dificultad. Una de las ruedas golpea el cogollo de un pino.
La multitud grita de miedo: La avioneta pierde altura. El piloto intenta un aterrizaje de emergencia en una finca cercana. Lo logra pero choca contra una cerca de piedra. El General Sanjurjo se golpea en la cabeza y muere en el acto. El piloto sobrevive. Gracias a la muerte de Sanjurjo, Francisco Franco ocupará el liderazgo de las tropas rebeldes y gobernará España durante treinta y seis años.
Tres moralejas para políticos:
El orgullo no es un buen consejero.
Los subalternos que a todo dicen que sí tampoco…
Hay quien quiere llegar al poder (como Miguelito), pero no hace más que arrear para que otros enlacen…