A la parca, como cada noviembre.

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Detrás de esta suerte de poética tanatológica yace quizás la respuesta al porqué el hombre de todas las épocas y de todas las culturas -presunto conocedor de su propia historia- insiste en adjudicar una atemporalidad al alma y la existencia: porque no cabe duda de que nuestro destino biológico es tan espantoso como inexorable ya que la muerte es el absoluto final. Ella define un punto de no retorno alrededor del cual la humanidad recrea explicaciones y motivaciones; incapaces de asumir la brevedad de la vida queremos permane-cer, ser permanentes y ven-cer lo irremediable: las arrugas, unas várices o la muerte de una flor. Infructuosamente intentamos la eternidad sabiéndonos pasajeros casi vencidos y la soñamos, imaginando dioses.

En "La nueva refutación del tiempo" Borges explica cómo es posible sernos sin cuerpo pero jamás sin alma; aquel no le necesitamos para soñar, pero no podemos prescindir del tiempo ya que él nos forma al ser quizás más real que nosotros mismos. Es decir, no podemos prescindir del alma pero sí de su hogar.

La eternidad es inconcebible mas la inmortalidad es factible siempre que sobrevivan los recuerdos. Protagonista de su propia mortalidad vivida día a día resultado del desgaste natural, el hombre atrapa los sueños alojándolos en ese cajón que él llama espíritu, y para engrandecerles, los alimenta de memoria. Ésta, es la más poderosa de todas las formas de inmortalidad. Aquélla, el alma, la más frágil.

Cuántica e inmortalidad

Hay poca diferencia entre las ideas del contemporáneo "maestro de la medicina mente-cuerpo" Deepak Chopra y su famosa tesis de curación cuántica (donde enuncia que no hay pérdida con la muerte sino tan solo un cambio en el campo de conciencia) y las concepciones aztecas, incas o mayas, para quienes los muertos en realidad estaban vivos, pero habían llegado a ser los miembros invisibles del clan. Por igual, los zulúes africanos, los egipcios y los chinos sostenían una idea de perpetuidad anímica donde la realidad y las acciones del vivo en su entorno jugaban un rol preponderante.

Prueba de lo anterior han sido los múltiples objetos-símbolos de la inmortalidad en múltiples civilizaciones: el consumo de sangre, proveedora de "energía vital" que hace a los vampiros y a Isabel Bathory, Condesa sangrienta de Rumania, criaturas inmortales; el fénix, espíritu indestructible para etnias europeas, orientales y centroamericanas, ave mitad faisán y mitad águila, símbolo de sol, renacer y resurrección cada 500 años; El Dorado, legendaria fuente de la juventud eterna; el árbol del manzano del Paraíso terrenal y del Jardín de las Hespérides; la muerte de Aquiles a manos de Paris al éste haberle atacado en su punto más frágil: el tendón que sostenía el cuerpo del más temido de los guerreros helénicos; el anillo de J..R.R. Tolkien en The Lord of the Rings; e incluso el Soma, la bebida sagrada extraída de la planta Asclepias ácida parte del antiguo ritual védico, opio de las masas en el Brave New World de Aldous Huxley y ambrosia servida por los griegos a los dioses del Olimpo.

Alquimias y pecados

La alquimia, disciplina concerniente a la manipulación de la materia con intención de producir substancias de valor comercial (como el oro y la plata) o de carácter onírico (como la inmortalidad del elíxir de la vida), combinó conceptos espirituales dirigidos a la transformación de la condición humana que por siglos permearon las prácticas religiosas y filosóficas de los antiguos griegos y persas. La cosmetología, intentando ocultar el camino irreversible de la evolución celular, hoy día sustituye a los alquimistas queriendo hacer magias en las caras de hombres y mujeres.

No nos sorprendamos de que las interpretaciones del Génesis quieran definir la mortalidad a partir del pecado original; al fin y al cabo era necesario que el hombre despertara de la inocencia para así comprender la bondad, el peligro y la maldad. Cabe anotar que el mito bíblico de la inmortalidad no fue abrazado por los cristianos sino hasta el Concilio Luterano, que bajo la tutela del Papa León X, hijo de Leonardo de Médici, estableció la eternidad del alma. Hoy, tal idea es cuestionada por algunas facciones evangélicas que afirman que la inmortalidad no le atañe al hombre presente hasta tanto Cristo regrese resucitado. Aristóteles, Platón y Kant también quisieron explicar el Génesis con razonamientos que viajaban entre el tiempo y el espacio, lo concreto y lo supuesto, lo espiritual y lo científico, idea que años después, en 1777, el empirista escocés David Hume argumentara en su "Ensayo sobre la inmortalidad del alma": Si el alma fuese inmortal ya habría existido antes de nuestro nacimiento. Y si su existencia anterior no nos concernió en absoluto, tampoco habrá de concernirnos su existencia posterior.

Sexo, muerte y tecnologías de la eternidad

Sexo y muerte, por su parte, han sido conceptos paralelos a través de la historia del arte y el cine universal: El cartero llama dos veces, Matador, Romeo y Julieta y El Imperio de los sentidos solo son algunos ejemplos; en cada uno es evidente la dinámica operativa del inconsciente: Eros, preservador de la vida y Tánatos pulsión de la muerte (¿O acaso no hemos sido todos víctimas de esa petite morte justo cuando los cuerpos destruyen la ansiada eternidad de un orgasmo?) De hecho el mismo Freud, conocedor de los menesteres de la psiquis, respetó el poder de la muerte cuando afirmó que ella era el único temor capaz de vencer la líbido y todas sus polimórficas perversas y no tan perversas manifestaciones.

En términos estrictamente científicos, la muerte celular, unidad básica de vida, no sólo es irreversible, sino hasta muchas veces programada. Tejidos corporales como la próstata adulta, las células cancerosas y el corazón enfermo, muestran evidencia de apoptosis: muerte celular lenta y genéticamente programada. Ante el incuestionable aumento de la expectativa de vida en el Primer mundo, la Gerontología biomédica investiga el proceso del envejecimiento, sus causas y las posibles formas de detenerle. Recordemos que el primate Neanderthal vivió apenas unos míseros veinte años; el típico hombre griego unos treinta; el norteamericano de antes de la Primera Guerra Mundial cincuenta y el individuo promedio contemporáneo cerca de ochenta. A este ritmo se calcula que la mitad de los niños nacidos luego del ano 2000 llegarán a los noventa años de edad y el diez por ciento sobrepasarán los cien.

La biotecnología de la clonación y la investigación de células madres, la criopreservación, los trasplantes y otros avances médicos han dejado de ser parte de la ciencia ficción; tampoco lo es ya la técnica de Mind Uploading (transferencia de la mente y la conciencia a un chip de silicón en computadoras de alta complejidad). Esta teoría se basa en el concepto neurobiológico de que la memoria y el espíritu humano no son más que una red de complejas interacciones celulares de índole físico, eléctrico y químico localizadas en el hipocampo cerebral y cuya  reproducción y captación en un sistema binario de inteligencia artificial, por lo menos en teoría, no sería imposible.

Sergei Lukyanenko, Psiquiatra y autor de Linia Grioz (Línea de Sueños), serie de ciencia ficción popular en la Rusia contemporánea, ha creado la tecnología de la eternidad al servicio del hombre: se trata del a Tan, un objeto que permite a su usuario resucitar en un nuevo cuerpo cuantas veces lo crea necesario. En la historia, el detalle es que tal instrumento se adquiere solamente por compra a la única y más rica corporación del universo: es decir, al mercado, el oráculo de la posmodernidad que luce ser nuestra salvación eterna.

Colofón

No queremos morir y a diario matamos. No deseamos perecer mas nos dejamos morir, y peor aún, a cada momento nos matan, a veces sin ni siquiera enterarnos; es decir: pretendemos una eternidad sin sentido aún sabiéndonos desconocedores del infinito. A mi juicio, rescatar la memoria parece ser el camino más cercano a la supervivencia, trátese ella la de un héroe, la de uno de nuestros amores o la solución al más complejo teorema matemático. Aceptar el morir cuando nos llegue es haber querido seguir vivo entendiendo que por lo menos lo intentamos. Porque a la especie humana aún no le llega su turno final, y, contrario a lo sucedido a Aquiles, mientras sepamos proteger el tendón-refugio de nuestras debilidades podremos ser río, tigre y fuego; aunque el mundo, desgraciadamente, sea real y nosotros no seamos Borges.