La poética histórica de Pedro Mir obliga a revisar la historiografía caribeña como conjunto y fuente, como conflicto y narración, como épica y novela. Si bien es cierto que la mirada acerca héroes, espacios y diferencias, este fenómeno ha sido siempre un cauce, una herida que, en algunos casos, indispone el juicio historiográfico y sobre todo, lo que ha quedado como fuente de aventura, congruencia o incongruencia de la historia.

Los narrantes creados y orientados por Pedro Mir como voces, funciones históricas y narrativas, se sostienen en una base y un argumento de origen y sobre todo poético, valiéndose ante todo del testimonio, esto es, de los que han visto, de lo que se ha presentido,  de lo advertido por el testigo que bien puede ser falso y verdadero, algo que quiere sugerir una opinión o doxa individual que haga verdadero el signo o los signos de la historia.

Las Tres leyendas de colores (1969), no necesitan de pruebas o testimonios documentales para desentrañar la historia de la violencia en la isla de Santo Domingo. Roldán, Enriquillo y El negro Sebastián Lemba, son tres sinfonías históricas que componen las Tres leyendas… y donde podemos ver lo que ha sido la historia de la destrucción de cuerpos legales, separados, suprimidos, torturados, quemados por micropolíticas y macropolíticas de la interpretación. La combinación narrativa convertida en relato, trama, posición geográfica, hormiguero territorial, aspira a constituir, ganar o perder el tiempo y el espacio, tomando en cuenta el sangrado topográfico y la violación de toda ley.

Tensión entre civilización y barbarie motivada por los límites del derecho de indias y en la ínsula lejana La Hispaniola.

En el origen fue el viaje a América. El contrato. La llegada. La leyenda. El color de la naturaleza. El agua y la tierra. El aire y la amenaza. Colón. “La vida de Colón”.

Según Pedro Mir:

“Será preciso que hojeemos rápidamente las ardientes páginas de esta vida, de modo de poder situar históricamente el tema de nuestra aventura. Un tema es una imagen. Una sombra. Una soledad entre sienes. Hay que darle configuración  objetiva. Vestimenta carnal. Es algo como esa vaguedad que es un recién nacido, un segundo antes de que el escribano público lo ubique en la grey, le dé corporeización social, diga: nació en tal instante, en tal lugar, de tales personas y es su nombre… al nombre habrá que instrumentarle un acta de estado civil. Desprenderlo de los otros temas con los cuales convive y se confunde, en ese vagabundeo delicado que es la meditación. Al tema hay que asolarlo, disociarlo, leerlo solo. Ponerlo en pensamiento como discurre en corazón. En soledad”. (Ver Pedro Mir: Tres leyendas de colores, en Col. Premio Nacional de Literatura, 1993, Ed. Fundación Corripio, Santo Domingo, 2005, pp. 97-98).

Lo que presenta esta cita es el universo de la soledad, la confusión de la mirada, “una sombra”, realmente “una soledad entre sienes”, un tema que debe ser estudiado en un capítulo primero del testigo, la violencia y el hambre, tema que también tratará Pedro Mir en su Historia del hambre o La bella historia del hambre dominicana (1987), pero también en El gran incendio (1969), La gran hazaña de Límber y después otoño (1977).

Lo que presenta Pedro Mir en su “Orientación del tema”, en los cuatro primeros párrafos, no es la vida de Colón o su encontrar islas en una travesía marina que abre el discurso de la historia, sino el equívoco de la interpretación planteada como rumbo del primer y el segundo viajes, esto es, de la aventura atravesada por sus signos y contextos.

“Luego –nos sigue diciendo Mir-, la teoría de las islas. Aquella que es la postrera hacia el sur, la de Sotavento, que debe ser la de Cipango de Marco Polo, y su nombre va y nombre viene en el desgranar de las islas…” (p. 98).

Lejano en el tiempo, pero cercano en los contornos de la aventura, el objeto, el evento, el pago legal y la huella histórica se reconocen en aquella sombra que se manifiesta como verdad de la mentira y mentira de la verdad. El relato de Pedro Mir se crece en la memoria de días y noches de combate, saqueo y guerra de intereses. La leyenda se nutre del conflicto y de ahí las tres partes que comprenden esta sinfonía histórica y fantástica.

El plan del autor en esta obra, pasa de un acorde textual a otro en un ritmo que podríamos llamar serpentino:

“Como vamos así, a la impresionista, hojeando rápidamente la vida de Colón, pasamos al vuelo del barloventear del primer viaje. Sus páginas nos darían un cuadernillo oceánico, con un delicioso acento yodado, como escrito sobre la mar. Lo primero que encontraríamos sería la teoría de las voces” (Ibídem.).

¿Qué se desprende de esta teoría? Indudablemente, el primer signo que en su caso es verbal. El sustantivo y el verbo posicionan lo que se quiere significar en el Diario del almirante, o, en el “cuadernillo oceánico” donde se contaba la información resumida o estratégica: “Cebadera, calmeria, islear –que es el verbo mayor de estas andanzas- temporizar, surgir en limpio a medio golfo, armainar el trinquete… Términos quebrados por emoción –mitad angustia, mitad esperanza- que podrían cuajar y quedar simbolizadas en aquella expresión de Las Casas: “Alegrón de tierra, por Martín Alonzo, pero no lo era…” (Ibíd. loc. cit.).

El relato admite que toda travesía implica una teoría, una búsqueda, una especulación significante. “Más tarde la teoría de los árboles. Porque para un marino, y más si viene de un prolongado marear, ninguna emoción más para que la de un repentino árbol. A la idea de marinería se opone la imagen del bosque”. (Ibíd.)

Lo legendario implica un sello, pero también una intención y una direccionalidad como propósito:

“No hay ideas que haya que violentar más para conciliarlas que la idea de alta mar y la de monte adentro. Hay que hacerse cargo de la emoción de estos árboles de indias –que a más de ser árboles, son distintos, fantásticos, como soñados- para estos marineros tan hechos ya a los horizontes, sin término y al mar idéntico siempre a sí mismo. Y, sobre todo, que vienen sin poder representar previamente la experiencia a que vienen” (pp. 98-99).

En Pedro Mir, lo histórico se orienta en lo poético y es en esa desembocadura  metafórico-metonímica donde la evocación y la ubicación constituyen posibilidades descriptivas e inimaginables:

“Dicen los sabios de la época, consagrados por el rey Enrique el Navegante, que en las inmediaciones del trópico, el mar se convierte en líquido espeso, el mare pigrum, donde las naves se incendiarían por la acción directa del sol… y nuestros osados marineros, en vez de romperse en esta amenaza, surgen en el exuberante verdor nunca soñado”. (Ibíd.)

El trayecto, el camino y la mirada interiorizada se convierten en leyenda e historia. El personaje histórico actúa en un espacio imaginario y en un tiempo de la memoria. La historia cobra su valor en la metáfora épica y en los hilos de un conflicto que caracteriza la travesía colombina y hasta postcolombina.

El recurso poético-histórico del escritor-historiador-poeta, reconoce y al mismo tiempo extiende el juicio crítico mediante la doxa intelectual que propicia el relato de la historia originaria, conformada y hasta deformada por los intereses económicos e institucionales.

Pero, ¿qué es una mirada en el trayecto de la tradición y cómo ésta cobra valor para la posteridad? En las Tres leyendas… de Pedro Mir lo que adquiere valor es precisamente el horizonte de la mirada crítica sobre los gestos, movimientos y espacios de rebelión, toda vez que en las tres travesías observables en el libro, la historia presenta y presentifica literalmente los cauces y argumentos de la formación nacional.

Es por eso que Pedro Mir presenta una opción-opinión narrativa, particularmente raigal y ligada a los orígenes para producir y orientar la nueva escritura de la historia en el país. Abrir compuertas críticas, historiológicas y escriturarias en las cardinales de una hermenéutica de la historia, que participa de los intereses que conforman los puntos fuertes de la crítica histórica e historiográfica.

Y no se trata del título como tal que implicaría partir del término “leyenda” como tópico fabuloso o maravilloso y que por lo mismo denotaría un sentido “literario” del libro. Se trata, más bien, del indiciario del texto en cuestión. Mir aborda la problemática de las tres rebeliones como tópico fundacional, a la vez que analiza las condiciones nacionales del sujeto en contexto, posición y efecto. Signos y objetos, documentos y trayectos políticos encontrados en el tejido histórico, narrativo y político de la apertura histórico- cultural del relato, caracterizan un tiempo y un espacio de la contradicción histórico-cultural.

La ambigüedad del género histórico-literario, conduce en este caso a la superación preceptiva y retórica del trazado escriturario y exegético. El elemento circunstancial y sobre todo el hecho mismo que posiciona la narrativa cultural, histórica y literaria, plantea un reanálisis de la “cosa” política, económica y etno-simbólica.

Las articulaciones temáticas del texto se hacen cada vez más legibles en estructura y coyuntura de interpretación, toda vez que el conjunto de eventos y sumas secuenciales va creando las posibilidades explicativas y sobre todo axiológicas de una filosofía de la historia dominicana y caribeña.

Espejos políticos, cadenas morales y éticas, simientes culturales y económicas movilizan los caminos de comprensión que, según Mir, presentifican las razones y argumentos de las imágenes históricas, sociales y políticas del mundo caribeño. Todo el texto se constituye como puente entre la vida colonial y el sujeto dinámico de la historia, al acentuar la problemática del conflicto en sus diversas concentraciones espaciales y temporales. El autor toma en cuenta las posibilidades reales de un derecho que esclaviza, establece y a la vez vincula al poblador con el aparato de dominación.

Las imágenes de mundo y las experiencias que surgen de esta inspiración-valor, proyectan en tiempo y espacio un marco equivalente a una visión asumida como eje y trazado en el universo de formas que se expresan como entidades de una sociocultura activadora del proceso identitario. En esta línea de alteridad y posicionamiento se revelan los principales resortes y tensiones de la historia colonial.

Cercanía y lejanía de la historia crean un espesor ideológico en el contexto formulario de la cultura resistente, constituida y asumida por los agentes o actores políticos, administradores coloniales y sujetos del derecho en todo el Caribe insular y Latinoamérica.