La década de 1920 fue muy activa en la arquitectura del Caribe, impulsada por la influencia norteamericana que incrementó sus intereses en la región. Tanto Cuba, Puerto Rico como la isla de Santo Domingo recibieron inversiones directas en la industria azucarera, el rubro en el que descansaba la economía de las tres islas y generaba cambios significativos en la sociedad tradicional.

Si bien Cuba y Puerto Rico producían mayores toneladas de azúcar que la República Dominicana y recibían enormes inversiones norteamericanas, las compañías azucareras visualizaron condiciones favorables para el establecimiento de ingenios modernos en el país, no obstante las preferencias en las cuotas de importación en Estados Unidos de que gozaban Cuba y Puerto Rico.(1) La publicación de la Orden Ejecutiva No.511, del 31 de julio de 1920, sobre registro de tierras realizada durante la Intervención militar, facilitó las cosas para atraer compañías norteamericanas al país, ya que desmontó el antiguo sistema de propiedad comunera. El cambio del sistema causó verdaderos traumas en la sociedad rural y trajo como consecuencia el incremento del latifundismo a favor de las grandes corporaciones extranjeras.

El ingenio Barahona en 1932, ejemplo del impulso de la industria azucarera en el país en la primera mitad del siglo XX. Imagen de la autoría de "Foto David", cedida Por Víctor Durán.

La industria azucarera no solo generó un trasiego de mano de obra entre las islas, también compartió tecnología, transportación marítima, diseminación de esquemas socioeconómicos y la formación de una nueva clase media más cercana al consumo de productos norteamericanos. En ese acelerado proceso de sustitución de la cultura colonial española y del gusto por lo francés, la sociedad giró hacia modelos relacionados con la practicidad estadounidense que el cine, la música y las revistas mostraban, con la adquisición de artefactos domésticos y vehículos de motor, símbolos de la modernidad en los “locos años veinte”.

La traslación entre las islas era relativamente sencilla. Los profesionales podían establecerse en uno y otro territorio para desarrollar sus carreras y ofrecer sus servicios sin muchas restricciones, tal como había sucedido desde finales del siglo XIX cuando llegaron a Santo Domingo varios constructores que ejercían el oficio en Cuba para ocuparse de obras gubernamentales. De esa oleada podemos recordar, entre otros, a Jaime Malla, José Turull y José Domenech, quienes ejecutaron una lista de obras en el país una vez fueron contratados en 1905 para engalanar los interiores de la sede del Gobierno, hoy Museo de las Casas Reales.

La afluencia inusitada de capital por los altos precios que alcanzó el azúcar en los mercados internacionales a finales de la Primera Guerra Mundial generó en el Caribe un ambiente de inversiones en muchas áreas, en particular, en la arquitectura. (2) En las tres capitales hispanoparlantes cierto furor por modernizarlas embargó a la sociedad. Planes urbanos, edificios representativos, aeródromos, clubes sociales, paseos, plazas públicas y expansión del territorio caracterizaron el momento, con inmuebles destinados al comercio y residencias para la pequeña burguesía con ínfulas de diferenciación. En cada una de ellas sobresalían nombres de individuos ligados al mundo del diseño arquitectónico y la construcción, algunos verdaderos artistas dominantes del oficio de la composición y la distribución de espacios.

El Centro de Recreo, en Santiago. Diseño de Pedro A. De Castro (1929). Fotografía de Imágenes de nuestra historia.

En Santo Domingo y en las otras capitales antillanas abundaban los arquitectos prácticos que hacían arquitectura por su capacidad para el dibujo y por la experiencia adquirida en las respectivas oficinas municipales de obras públicas, los cuales compartían casi los mismos esquemas arquitectónicos entre las islas. De ahí que cierta coherencia en el lenguaje arquitectónico se puede visualizar hoy en la arquitectura de los años veinte en las Antillas Mayores.

La República Dominicana se convirtió en destino para inmigrantes de diversos orígenes en la década de 1920, atraídos por la dinámica que mostraba el país en sus áreas productivas. Grupos de antillanos y de otros puntos del planeta se concentraron en las zonas azucareras, contribuyeron al fortalecimiento de la economía y transformaron pequeñas comunidades en ciudades con modelos arquitectónicos de variados estilos. Tal es el caso de San Pedro de Macorís, referente ineludible de ese momento particular en la historia dominicana, donde convivieron autores de edificios que hoy forman parte de nuestro patrimonio cultural.

La necesidad de arquitectos con cierta especialización permitió que varios de ellos saltaran de isla en isla para asumir encomiendas que las oficinas técnicas locales requerían, en particular, aquellos ingenieros y arquitectos que laboraban en compañías azucareras de capital norteamericano. Había cierta destreza en estos individuos que la mecanización de los ingenios y las áreas secundarias en las centrales azucareras exigían. Alrededor de cada ingenio, sabemos, una pequeña “república privada” se desarrollaba para garantizar el control de administradores, capataces y braceros, tal como se describe en la novelística dominicana sobre vida en los ingenios azucareros en la primera mitad del siglo XX.

El edificio Baquero, el más alto de Santo Domingo en 1927. Diseño de Benigno de Trueba Suárez. Imagen del Archivo General de la Nación

En ese trasiego de arquitectos interisleños, tres de ellos llegaron de Puerto Rico a ejercer su oficio en territorio dominicano durante la década de 1920. A diferencia de Antonin Nechodoma (1877-1928) que se radicó en San Juan luego de agotar un largo período en Santo Domingo desde la primera década del siglo, estos diseñadores se insertaron en el país con encargos privados y encomiendas gubernamentales. Pedro A. de Castro, Benigno de Trueba, y Fidel Sevillano contribuyeron con la arquitectura dominicana de tendencia premoderna, es decir, aquella que se apoyaba en códigos historicistas aprendidos tanto en la academia como en la práctica y que anunciaba, con ciertos gestos estéticos y variaciones en la distribución espacial, la llegada de un nuevo lenguaje en la arquitectura de todo occidente.

El más afamado de todos era Pedro Adolfo de Castro Besosa, quien tenía una de las oficinas de arquitectura más reputadas en Puerto Rico, con una carpeta de proyectos que crecía hasta el momento de su trágica muerte ocurrida en 1936. Nacido en New York en 1895, su familia regresó a San Juan en 1899. A los 19 años inició sus estudios en la Universidad de Syracuse, New York, donde se recibió como arquitecto en 1918, el primer puertorriqueño egresado de una escuela norteamericana.

Se incorporó al Departamento de Interior de Puerto Rico bajo la supervisión de Adrian Finlayson, desde donde proyectó varios edificios importantes como el Capitolio (1919) y la Escuela Superior Central (1919), en Santurce. En 1921 se unió a la oficina de Nechodoma, de quien heredó importantes clientes tras su muerte, en 1928. De Castro apostó al revival español, basado en el California Mission Style, que en Santo Domingo se conoció como neohispánico, cuyo mayor representante aquí fue Mario R. Lluberes. Sin embargo, en la década de 1930 muchos de sus proyectos fueron realizados bajo el vocabulario del art déco, con el cual produjo importantes obras relacionadas con el cine, el teatro y edificios de apartamentos.

Puerta sur del lote del Palacio Nacional, diseñada por Fidel Sevillano para la desaparecida Mansión Presidencial en 1927. Imagen del Archivo General de la Nación.

Enrique Vivoni dice de él lo siguiente: “La obra de De Castro se ubica dentro de la historia de la arquitectura en Puerto Rico en un sitial de importancia (…) Se convirtió en el arquitecto de los poderosos y con su contratación, estos poderosos sustituyeron el estilo de sus casas, del ultramoderno que tanto Nechodoma favoreció, por el revival español, que De Castro entendió era representativo de nuestra puertorriqueñidad.” (3)

Desde 1928 De Castro diseñó y ejecutó muchas obras en la República Dominicana. La más conocida fue el Centro de Recreo en Santiago, en 1929, luego de haber producido la emblemática residencia de Emilio Tejera y Gracita Álvarez de Tejera en Gascue. Estuvo al servicio del Gobierno dominicano para obras efímeras, planimétricas y de arquitectura. Pero su mayor catálogo en territorio dominicano se compone de residencias para la zona extramuros de Santo Domingo y en la ciudad de Santiago, entre las que se destacaron las viviendas de Arsenio Freites (1931), Virgilio Pimentel, Pedro Freites, Alfredo Ricart y E.B. Freites, así como intervenciones en la propiedad de Richard Sollner, en Santiago.

De gran importancia para la arquitectura dominicana fue la presencia en el país de Benigno de Trueba Suárez (1877-1948), cuya obra ocupa un lugar preponderante en la historia local. Nacido en Puerto Rico de padres españoles, se recibió de ingeniero industrial en la Universidad de Barcelona en 1899. Ejerció de Ingeniero municipal en Ponce, entre 1910 y 1912, y llegó por primera vez a la República Dominicana en 1916 contratado para la instalación del ingenio azucarero Las Pajas, en San Pedro de Macorís. Un año después fijó su residencia en Santo Domingo, donde se incorporó a la Sección de carreteras de la Oficina de Obras Públicas. En la década de 1920 se dirigió hacia la arquitectura, y se le encomendaron obras importantes en las que demostró su destreza como diseñador y capacidad como ejecutor de obras.

La estrecha relación de De Trueba con la clase comerciante española establecida en Santo Domingo es indudable, lo cual le permitió desarrollar encargos que se convirtieron en referentes del empuje mercantil de la sociedad capitaleña previo a los años treinta. Se destacan los edificios La Ópera (1922), Cerame (1923), “Casa Velázquez”  (1926), Baquero (1927), Díez (1929), la residencia Elmúdesi (1936) y la Fábrica Nacional de Fósforos (1921), en Puerto Plata, entre otros; todos de una calidad indiscutible y asumidos hoy como representación de la premodernidad dominicana.

Menos conocido para nosotros es Fidel Sevillano Espinosa (1894-1989), arquitecto de notables condiciones como proyectista y de amplio inventario desarrollado durante su dilatada vida. Nacido en San Juan, concluyó sus estudios de arquitectura en 1918. Previamente, en 1911, se había incorporado al Departamento de Interior como listero y luego como delineante arquitectónico bajo la supervisión de los Arquitectos del Estado, A. McCulloch, A. Nichols, A. Finlayson y el puertorriqueño Rafael Carmoega. Inició su práctica privada a partir de 1923, con el diseño de la casa alcaldía de Mayagüez.

Estuvo en la República Dominicana entre 1926 y 1929 como Arquitecto de Obras Públicas, donde desarrolló obras bajo las directrices que ya había realizado para el Departamento de Interior de su país. A su regreso a Puerto Rico se incorporó a la Porto Rican Hurricaine Relief Comission, creada luego del paso del ciclón San Felipe II, de 1928.  Durante sus “años dominicanos”, Sevillano tuvo la oportunidad de ejecutar una diversidad de proyectos, principalmente en Santo Domingo, Santiago y San Pedro de Macorís.

Fachada principal de la residencia de J. J. Richard Sollner, en la Av. Franco Bidó, Santiago. Diseño de Pedro A. de Castro (1933). Tomado del libro Arquitectura dominicana 1906-1950, de Enrique Penson. Laboratorio de Ingeniería, 2006. Tomo II, p.107.

De su firma se destaca la propuesta para el edificio Copello, de 1928, bajo códigos neoclásicos, desarrollado en cuatro niveles con una fachada elaborada con columnas clásicas y grandes paños con ventanales en madera y vidrio. Por razones desconocidas la propuesta no se ejecutó, a pesar de la carpeta de planos elaborados con todos sus detalles, lista para su construcción. También es interesante su proyecto para el Palacio de Justicia de Santo Domingo, de 1927, también realizado bajo el estilo neoclásico, así como su propuesta para el Edificio de Correos en San Pedro de Macorís (1928), con su diseño equilibrado de fachada también neoclásica, donde se observan dos cuerpos que flanquean un plano central de seis columnas clásicas y arcos de medio punto, todo unido con una pieza que corona el edificio con aditamentos decorativos. También el edificio de Correos de Puerto Plata, de exquisito diseño neoclásico.

La encomienda para la verja de la Mansión Presidencial realizada en 1927 le valió el reconocimiento por su dominio del vocabulario neoclásico, tan del gusto de la sociedad dominicana del momento. Todavía se conserva la puerta principal de la verja del hoy Palacio Presidencial en su lado sur. El Gobierno dominicano le encargó, en consecuencia, el diseño y los planos para el pabellón de la República Dominicana en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, en 1929, en la que realizó una réplica del Alcázar de Colón completo, aún antes de su posterior reconstrucción.(4) Ese edificio aún se conserva y fue donado por el Gobierno dominicano a España en donde sirve para oficinas públicas.

Los encargos privados a Sevillano en Santiago alcanzaron varias residencias, como la de Pedro A. Sánchez León y la de Gustavo A. Tavares, además de proyectar el edificio para The Atlas Commercial Co., en 1928 y reformas al edificio de Amantes de la Luz en ese mismo año. En San Pedro de Macorís desarrolló propuestas importantes, como el Club Dos de Julio, de 1929, y un edificio comercial para Raúl Carbuccia. En adición, Fidel Sevillano elaboró numerosos proyectos para escuelas, dentro de los que se destacan la propuesta para la Escuela Normal de veinte aulas, en Santo Domingo, y la Escuela para ocho aulas en Puerto Plata. Otras obras suyas están diseminadas en el territorio dominicano.

Otros arquitectos e ingenieros puertorriqueños estuvieron en el país en el mismo período, como fue el caso de Robert Prann y Ramón Frade, de menor impacto.(5) Pero la mayoría han quedado en el anonimato, luego de ejecutar ampliaciones a ingenios azucareros y construcciones para el alojamiento del personal ligado a los mismos. Como podemos observar, aquel viejo sueño antillano de entrelazar las islas tuvo un pequeño momento con las aportaciones de estos puertorriqueños a la arquitectura premoderna de la República Dominicana.  Razones para seguir indagando en la caribianidad.

______________

Notas

  1. En la década de 1920 la producción de azúcar en República Dominicana era de 266 mil toneladas, apenas el 5.9% de lo producido en Cuba y cerca de un 50% de la producción en Puerto Rico. Dato extraído de Miguel Ceara Hatton (2016), recuperado de https://acento.com.do/opinion/1900-2000-crecimiento-economico-pobreza-desigualdad-e-inamovilidad-social-8370779.html
  2. El precio del azúcar en el mercado internacional varió de US$5.50 el quintal en 1914 a US$12.50 en 1918 y a US$22.50 en 1920. Refiérase a la novela El terrateniente, de Manuel A. Amiama, en La novela de la caña (1981), Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Editora de Santo Domingo. Santo Domingo
  3. Vivoni, E. (1996). Auxiliar descriptivo para las colecciones en el AACUPR con obras en República Dominicana. Universidad de Puerto Rico, San Juan, pp.8-9.
  4. Sevillano se adelantó al arquitecto español Javier Barroso, quien tuvo a su cargo la reconstrucción del Alcázar de Colón en 1954.
  5. La mayoría de los datos sobre estos arquitectos han sido tomados de la colección de planos de sus obras en la República Dominicana que están depositados en el Archivo de Arquitectura y Construcción de la Universidad de Puerto Rico (ACCUPR), dirigido por Enrique Vivoni Farage.