El talento de los argentinos va más allá de Maradona o Messi y, no es por alimentar su ego (que según el cliché está bastante robusto), pero tienen gente brillante en cualquier ámbito: cine, literatura, pintura, basquetbol música, boxeo…Hasta en el Vaticano parece que hay uno…Ahora bien, lo que quisiera es recordar a Ricardo Piglia, cuya muerte nos entristeció, hace tres años, el 6 de enero de 2017.

Tres años sin Piglia, me digo y pienso en lo que habrán hecho los de Princeton, Universidad donde trabajó hasta jubilarse. Por cierto, ofreció su archivo a la biblioteca de dicha institución, otro generoso gesto del escritor, periodista, conferencista, catedrático, guionista de cine, editor y conversador genial. Quisiera suponer que alguno de los salones importantes se llama Piglia Hall o algo por el estilo. Lo mismo debería de suceder en la Universidad de La Plata, donde estudió Historia en los sesenta, un auditorio en su honor, un aula magna o  de perdida un jardincito con rotonda y fuente.

Escribir mucho y publicar poco era su lema y aunque cubrió todos los géneros, incluida una opera inspirada en un texto suyo, publicaría “solamente” cinco novelas en vida: Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada, Blanco Nocturno y el Camino de Ida, que aparecieron entre 1980 y 2013. Sin embargo, su obra abarca ensayos (Formas breves, Crítica y ficción, El último lector), cuentos (Nombre falso, La invasión), las clases que dictó y las conversaciones con su amigo y colega Juan José Saer, además de sus Diarios, que merecen mención aparte.

Ricardo Piglia

En efecto, recién cumplidos los dieciséis años, su familia tuvo que mudarse de Androgué, un suburbio de la capital, a Mar del Plata. El padre, médico peronista que esperaba (y trabajaba en ello) la vuelta del general, sufrió la cárcel y otras linduras; por eso, una madrugada de junio, se fueron hacia la costa, en clandestinidad total. Ese cambio lo afectaría tanto, que en el futuro ya no le importó el lugar donde habría de vivir (California, Uruguay, New Jersey, Buenos Aires) confiesa con nostalgia.

Así nacieron sus diarios, plasmando el desasosiego por la mudanza y casi medio siglo después había llenado 327 cuadernos. Dichos apuntes cotidianos, son ridículos por pretenciosos, pero sin ellos nunca hubiera surgido mi escritura posterior, afirmaba. Andrés di Tella, hace un estupendo recuento en un documental.    

Mi primer contacto con su literatura fue Plata quemada, que cuenta el asalto (real) a las arcas de la municipalidad de San Fernando y la posterior fuga de los atracadores a punta de metralla, que los lleva hasta Montevideo. Una vez allá, se saben acorralados en un departamento-ratonera y provocan un final lento, salpicado de balas. Entonces, se ponen a quemar el botín: “Desde la banderola de la cocina lograban que la plata quemada volara sobre la esquina. Parecían mariposas de luz, los billetes encendidos”.

Una novela que te engancha sin remedio, escrita como crónica policial, nos recuerda a  Sangre fría de Capote, aunque el argentino se mueve como pocos en los lindes de ficción y realidad, ya que, salvo los nombres de los asaltantes y la increíble quema del dinero, el resto es invención y el lector cae en el garlito con candidez infantil.

Asimismo, leí con idéntico regocijo Blanco nocturno, trama que sucede en la pampa: unas gemelas caprichosas, encantadoras y ricas; un galán caribeño tan enamoradizo que no se decide por ninguna (y acaba con ambas); una fábrica alucinante; un asesinato…

A Piglia le gustaba jugar con las palabras, en Blanco nocturno (me suena a oxímoron),  alude al instante cuando la noche y el día se confunden para sucederse y, al mismo tiempo, hace referencia a los lentes que llevaban los soldados británicos en la Guerra de las Malvinas, que obvio, lo veían todo.

El mismo juego lo vemos en el título de El camino de Ida. Su alter ego, Emilio Renzi, personaje habitual en sus textos (que es la otra parte de su nombre), va a una exclusiva Universidad para escapar de una atmósfera desquiciada: “Estaba perdido, desconectado, hasta que por fin -por azar, de golpe, inesperadamente- terminé enseñando en los Estados Unidos”, a donde llega gracias a una directora: la guapa y misteriosa Ida Brown.

Son varios caminos que recorre, burlándose con ironía del mundo académico, donde un rector colecciona bestias marinas en el sótano de su casa; del american dream, que fomenta la individualidad salvaje, en cuyo entorno un científico de Harvard puede volverse un asesino escurridizo…

En septiembre de 2013, el argentino se entera de que sufre esclerosis lateral amiotrófica, esto es, con el tiempo perderá el movimiento aunque conserve sus facultades intelectuales. Los medicamentos cuestan casi cien mil dólares y su seguro médico, faltaba más, inventó una y mil excusas para no pagarlos. Pese a que un juez obligó a la aseguradora a cumplir, en América Latina la justicia no es ciega, sino tan lenta que acaba por aplazarse, como lo afirma Villoro.

Sin que la actitud mezquina de Medicus mermara su ánimo y con la ayuda de su esposa Beba Eguía, se puso a corregir los papeles guardados en el cajón (era inmenso) como El camino de Ida, Antología personal, Los diarios de Emilio Renzi (tres volúmenes) y dejó otros tantos para que se publicaran póstumamente.

Por si fuera poco, dio una cátedra en la Biblioteca Nacional, que fue transmitida en la televisión: Borges por Piglia (disponible en línea). La charla inicia con una pregunta sencilla: por qué don Jorge Luis es un buen escritor, para luego explicar con una sabiduría sin pretensión, los circuitos y las obsesiones en la obra borgeana.

Como él mismo agregaba, la novela policiaca es el pretexto ideal para hablar de lo que sea. Claro, sus historias saltan del ensayo a la disertación, de la ficción a la crítica, del humor a la fantasía. Valeria Luiselli lo resume mejor que yo: Piglia reducía (ampliaba) la literatura a su dimensión más humana. ¡Tres años ya, qué pena!