La locomotora penetra, majestuosa e imponente, en la terminal de ferrocarriles. Lleva más de cincuenta años de servicio y sigue, sin pausas largas, circulando por las vías férreas cubanas. El fabricante General Motors la construyó en 1960 y, en aquel entonces, nadie imaginó que tuviera una existencia tan prolongada. Pero en Cuba la duración temporal de los objetos y cosas alcanza límites desconocidos, incomprensibles a la razón. Aquí, la «cultura de lo nuevo», ideología típica de las sociedades de consumo, cede su espacio a la «cultura de la resistencia». Los aprietos materiales y las necesidades extremas producen milagros y desarrollan la inventiva humana.

Del occidente al oriente de la Isla se extiende la Línea Ferroviaria Central, terminada de construir en los inicios del siglo XX. Vía sencilla por la que transitan trenes de pasajeros y carga en ambos sentidos. Decenas de ramales desembocan allí, y casi todos provienen del norte o el sur de las distintas regiones.

El movimiento de mercancías entre provincias, generalmente, se efectúa mediante el ferrocarril, opción menos costosa y de mayor seguridad. Tal es así, que el transporte de carga tiene prioridad de circulación respecto al transporte de pasajeros, lo que provoca atrasos en los horarios de llegada y salida de los trenes.

En el último lustro, el gobierno invirtió millones de pesos del erario público en el mejoramiento de las vías férreas. De esa forma, cientos de reclutas del servicio militar y obreros especializados sustituyeron las traviesas y rieles defectuosos, rellenaron con piedra picada tramos de importancia económica, e instalaron torres para facilitar las comunicaciones.

Según informes oficiales, las reparaciones realizadas permitirán a los trenes que cubren largas distancias alcanzar los 120 kilómetros por hora y reducir, por ende, el tiempo de viaje. Sin embargo, no hay avances relacionados con el confort de los pasajeros, muchos de los cuales se trasladan en antiguos vagones de carga (de origen soviético o rumano) adaptados para llevar personas. Algunos bromistas comentan que Vladimir Ilich Lenin entró en Rusia encima de esos artefactos para encabezar la Revolución de Octubre de 1917. Quizás sea verdad. ¿Quién lo duda?

A pesar de los inconvenientes, los precios de los pasajes cumplen las expectativas del cubano común y corriente. Asimismo, constituyen una alternativa frente a las elevadas tarifas impuestas en el transporte por carretera. Vale la pena, por tanto, sudar la gota gorda en nombre de los maltrechos bolsillos.

Otro asunto de especial significación es el vinculado con las estaciones ferrocarrileras, cuyas estructuras pueden formar parte de los libros de historia de la Arquitectura Cubana: casuchas de la época colonial, edificaciones de comienzos de la República, cajones de concreto de la era soviética… Un recorrido, barato e instructivo, por los recovecos del pasado.

En estas tierras, grupos de criollos adinerados y capitalistas foráneos instalaron, a fines de 1837, el primer ferrocarril de Iberoamérica, incluso por delante de España. El crecimiento vertiginoso de la producción azucarera impulsó el desarrollo ferroviario en diversas zonas y conectó a los grandes ingenios con los puertos situados al norte y sur de la Isla. De manera gradual, las locomotoras y sus respectivos vagones cubrieron la mayoría del territorio nacional.

Años atrás llegaron al país modernas locomotoras de procedencia china y se establecieron acuerdos para la compra de vagones iraníes. Pero, todavía continúan las quejas de la población acerca del mal estado de los coches y la reducción de los viajes.

El establecimiento de acuerdos con el sector privado e inversores extranjeros podría transformar radicalmente el transporte por ferrocarril en Cuba. No se trata de entregar en «bandeja» algo que pertenece a todos, sino de revitalizar un servicio en crisis. El cuidado de los intereses del pueblo, en este caso, debe ser salvaguardado en las legislaciones que se dicten al respecto. De lo contrario, el sacrosanto monopolio estatal tendrá que multiplicar esfuerzos para ofrecer un sistema ferroviario decente y conforme a las necesidades del cubano. Lo hecho hasta ahora, no basta. La gente espera salir del siglo XIX y llegar, por fin, al XXI. ¿Cómo? Aunque sea montados en un burro de metal o vaya usted a saber. Ya veremos.