Si alguna imagen me quedó de España fue la imagen de la madre de Machado,

de pie en aquel comedor dónde zumbaban moscas…

Durante un viaje reciente, tanto a la ida como a la vuelta, me acompañé del libro Memorias de España, 1937, de Elena Garro, publicado en 1992.  La lectura funcionó como el boleto doble de la aerolínea. Salí con una Elena de veintiún años, la protagonista algo vanidosa que vive la historia; y regresé con la de setenta y seis, que la cuenta reflexiva. 

En julio de 1937, Elena Garro (1916-1998) viajó desde su país natal, México, al de su padre, España, para una memorable estadía. Eran los días de la Guerra Civil Española, sin embargo, no hacía la travesía en calidad de enfermera, militar o reportera. Asistía al II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en medio del fuego cruzado.

En ese momento, era una joven universitaria más interesada en la danza que en la literatura. No obstante, un par de meses antes había contraído matrimonio con un joven intelectual de veintitrés años. Su nombre, Octavio Paz (1914-1998). La boda fue un acto poco meditado frente a cuatro compañeros universitarios en calidad de testigos. A pesar de su corta edad, Octavio ya había logrado reconocimiento local y regional como escritor.

Desde entonces, Elena poseía una sólida formación literaria clásica, heredada del padre, y completada por la reforma educativa postrevolucionaria mexicana. Según explica en su obra, bajo la influencia de la generación de los Contemporáneos, posterior a la de los Ateneístas. A esa edad, todavía aniñada, partió al centro de experiencias intensas junto a intelectuales anti-fascistas. Descubrió la creciente importancia soviética, y compartió con protagonistas de la literatura y otras artes.

En cada capítulo hay una historia de Elena con algún inmortal de la literatura y de otras disciplinas. Bromea sobre la higiene de las orejas de Pablo Neruda. Se extraña del estilo inglés para los piropos de Aldous Huxley. Simpatiza con la algarabía de Nicolás Guillén. Y de David Alfaro Siqueiros, nos cuenta como hizo de Valencia, su nueva Chihuahua, y de la Guerra Civil Española, una extensión de su estilo charro para el combate y los amoríos, como el mejor Pancho Villa. Incontables nombres célebres desfilan por las páginas de la historia. Elena compartió con Anaïs Nin, Henry Miller, André Malreaux y tantos más.

Se describe a sí misma como una güerita malcriada. Prefería los clásicos griegos y los autores del siglo XIX, en especial los de la Generación del 98, en lugar de los asistentes al evento, con sus excepciones. No disimulaba su rechazo a varios de estos movimientos políticos y literarios en boga. Dice frases como: “No creo en el Estado”. Y lo más cómico de la crónica es que se pasó el viaje llevándole la contraria a Octavio, en ese su primer año de matrimonio.

Llevó un cuaderno de apuntes que luego a sus setenta y seis años serían la base para escribir el libro de recuerdos novelado. Elena poseía un ángulo de observación genuino y agudo. No todo es berrinche de parte de la Elenita que protagoniza la crónica. La escritora tiene un talento especial para describir perfiles humanos a través del prisma de la joven que fue: “Miraba a los mexicanos con una ira disimulada”. “Garrapateaba en un cuaderno sus cuentos”. “Era alto e imponente, aunque a mí no me imponía en lo absoluto”. “Planeaba venganzas infantiles”. Y sobre el paisaje, parece estar viendo de nuevo, lo que tenía cincuenta y cinco años de vivido: “Me senté en una banca a escuchar la tarde”. “La primera planta olía guisos franceses que ya no existen”. “Era el mar más antiguo del mundo y parecía que acababa de nacer”.

El viaje a España de Elena y Octavio en el recuerdo de la primera, no es una luna de miel. Si hubo afecto y momentos de cercanía entre ellos, la narradora los omite. La pasión de esta inusual crónica entre dos amantes, no la provee la relación sentimental que el lector ha de suponer los unió en casamiento. Hay múltiples momentos de suspenso, donde se relatan eventos en que pudieron perder la vida, en varias ocasiones, por la tozudez de Elena. Ese viaje parece marcar el inicio de un duelo antagónico entre los dos. Duró décadas y solo concluyó cuando ambos murieron con meses de diferencia, aunque cada uno por su lado, en 1998.

  Tanto en lo personal como en lo literario la pareja se relacionó como un par de duelistas enfrentados en un combate interminable de honor y venganza. Han servido de inspiración a otros autores, entre ellos, a Elena Poniatowska, gracias a quien conocí a Garro. En su libro Las Siete Cabritas, aprendí sobre la vida de siete mexicanas fuera de serie; una de ellas, la esposa del primer y hasta ahora único, Premio Nobel de Literatura de México.

Es cuestión de tiempo para que la industria cinematográfica lleve su apasionada relación de amor-odio a la pantalla. Memorias de España, 1937 tiene potencial para una teleserie. El cine con frecuencia busca hermosas actrices y apuestos galanes para romantizar sobre la vida personas de apariencia común, como somos la mayoría. En el caso de Elena y Octavio, esa no sería una exageración. Él fue un hombre bien parecido y a ella le sobraron los pretendientes.  Entre ellos, el argentino Adolfo Bioy Casares, cuyo romance es tema de otra novela de Garro, Testimonios sobre Mariana (1981) por más que ella lo negara. Elena fue traviesa hasta en eso. El paralelismo de la trama de la novela y las vivencias del triángulo amoroso Garro, Paz, Bioy Casares, es una obviedad.

No voy a estropearle al lector saber quién, durante el año en España, según confiesa, la invitó a dejar a Octavio. Y otros que no lo hicieron, pero a quienes describe con un especial cariño y complicidad, que van más allá de un afecto amistoso. Durante ese año en España, Paz y Garro vivieron una relación de intenso drama, con toques de comedia, dadas las ocurrencias de Elena.

Décadas después del viaje a España, Elena Garro llegaría a ser considerada una de las mejores plumas de México, pero fue Octavio Paz el influyente. Según opinan algunos analistas, la relación tóxica con Paz, eclipsó la obra de Garro. Su relación se mantuvo complicada más allá del matrimonio que concluyó en divorcio en 1959; involucró a la hija de ambos, partidaria de la madre y enemiga del padre. Y para colmo, la imagen de la autora se vio lastimada con la supuesta participación activa de ella en la Matanza de Tlatelolco de 1968, hecho rotundamente negado por Elena. Estudiosos de su vida y obra mantienen que se trató una falsedad en su contra. Sobre el particular, ver El Asesinato de Elena Garro.

Como resultado, las novelas, poemas, cuentos y obras de teatro escritas por Elena Garro, son menos conocidas de lo que deberían. Todavía en México, a la fecha, no es tan sencillo conseguirlas. Felizmente en el Centro Cultural Elena Garro https://www.educal.com.mx/elenagarro/  están disponibles sus obras completas.

Memorias de España, 1937, fue publicada cuando su obra literaria era madura. Está basada en los apuntes tomados por ella durante la travesía. No se describe como una joven con un compromiso político definido. Tampoco revela a una recién casada demasiado enamorada del joven Octavio. Solo cuenta y describe, cómo partió a esa travesía peligrosa. En momentos, sus apuntes confiesan arrepentimiento, añora su tierra y la seguridad que dejó atrás, como es humano comprender. En otros, releva el modo absurdo en que se entregó a aventuras peligrosas, que incluyen compra de cigarrillos contrabandeados y colaboración con espías de guerra, a escondidas de Octavio.

Nada sobre Elena Garro es convencional, ni antes ni después del viaje a España de 1937, por más que los otros compañeros de viaje la acusaran de pequeña burguesa. Si bien en la crónica se describe a sí misma impulsiva y crítica de los propósitos del viaje y las circunstancias en las se vieron, que incluyó hambrunas; demuestra hacia el final de su relato, valiosos aprendizajes y sentimientos de solidaridad, al dejar la guerra y finalmente Europa. Al recordar el infortunio de un compañero expresa: "El desdichado nunca tiene razón, siempre es culpable. Esto lo he comprobado a lo largo de mi larga vida." Recuerda a los olvidados y la manera triste en que algunos artistas comprometidos con la causa o sus parientes, murieron. Sus remembranzas acerca de Miguel Hernández, la madre y el hermano de Antonio Machado y el peruano César Vallejo, entre otros, permiten apreciar la nobleza de su corazón.

Pero aún la Elena adulta que escribe la novela basada en sus apuntes de juventud mientras ocurrían, resulta en ocasiones, políticamente incorrecta, para la mentalidad de hoy. Esa sinceridad, en mi opinión, también tiene interés antropológico. Elena salta con unas cosas que, no es que no se dicen más. Pero al menos, los que se atreven al comentario snob, miran para los lados antes de verbalizarlo: "Volví a París y a los Campos Elíseos se habían convertido en un zoco, invadido de gente que caminaba por las aceras y la calzada…un río tumultuoso de gente desordenada, mal vestida y sucia se habían posesionado de aquel paseo privilegiado."

La gracia de esta obra es que en ella se encuentran las dos Elenas fusionadas. La chiquilla que transitó Madrid, Barcelona y Valencia en estado de sitio junto a Octavio; conoció los Campos Elíseos acompañada por Alejo Carpentier, para solo mencionar uno de tantos nombres fascinantes que aparecen en este libro; y la otra Elena, la fina escritora de novelas, separada de Paz y olvidada por muchos, en los últimos años de vida. La prosa juguetea con las dos. A veces, la joven protagonista parece narrar, desde sus rebeldes veintiún años, su presente. Otras veces, la madura se pronuncia.

A Garro no la hicieron escritora esos hombres de letras con quiénes vivió experiencias intensas en 1937; y aunque Paz la apoyó en sus inicios como escritora, es posible, según algunos historiadores, que además cavara su sepultura literaria. Su propia recolección de los hechos, las personas, el paisaje y el drama social y político, evidencian que lo era desde los días de la Guerra Civil Española, solo que aún no lo descubría. No saber dónde empieza una y termina la otra Elena, esto es, el personaje y la narradora, hace de Memorias de España, 1937, una lectura recomendada.