Luego del escándalo por las revelaciones de Edward Snowden acerca del espionaje de Estados Unidos sobre sus socios europeos, muchos abogaban por paralizar el inicio de las rondas para tratar el acuerdo de integración entre estos dos ejes económicos… pero se equivocaron, la necesidad de estos dos grandes bloques comerciales supera cualquier fábula sobre espías y agentes secretos.

El pasado lunes 8 de julio se dio formal inicio en Washington a la primera ronda de cinco días de conversaciones para lograr el Acuerdo Transatlántico de Inversiones y Comercio (TTIP) entre los Estados Unidos, cuyo equipo negociador está liderado por Dan Mullaney y de la Unión Europa, cuyo equipo va encabezado por Ignacio Garcia-Bercero.

Entre los temas a discutir, a parte de la eliminación de las tasas arancelarias, están el acceso al mercado agrícola, las telecomunicaciones, comercio electrónico, medio ambiente, energía, transporte, industria manufacturera, servicios financieros y la homogenización de los esquemas regulatorios.

Este tratado llega en un  momento idóneo para el viejo continente, donde luego de la explosión de la crisis económica mundial no se ha vuelto hablar de crecimiento económico, creación de empleo o confianza de los agentes económicos; más bien, se conversa del continuo rescate a la economía helena, el déficit fiscal, la crisis política portuguesa, la falta de saneamiento bancario y la necesidad de realizar profundos cambios estructurales; por lo que este pacto podría relanzar la ya maltratada economía europea.

La entrada en vigencia de este nuevo acuerdo procurará beneficios superiores a los 120.000 millones de euros. Pero las utilidades no se limitan a términos económicos, estamos frente a un nuevo eje comercial que supera al día de hoy el 50% de la producción mundial, convirtiéndose en competidor de la emergente fabrica asiática.