A finales del siglo V a. C., con una actualidad propia de esta segunda década del XXI, el filósofo griego Jenofonte proclamó: “El mando y señorío es de aquellos que vencieron en la batalla”.
Tanto los conflictos bélicos como las confrontaciones políticas tienen como desenlace lógico la victoria de una de las partes, la cual asume el mando del espacio conquistado.
Los actos solemnes del día de la juramentación del Presidente electo en la intensa batalla electoral, como las magníficas ceremonias en las que en la antigua Roma colmaban de gloria a los generales, convertidos en dioses, por haber conducido a los ejércitos romanos a las más legendarias victorias, constituyen el más grandioso acontecimiento de la democracia representativa.
El inigualable significado del inicio de un mandato presidencial se expresa en el hecho de que cuando un ciudadano se juramenta para ocupar el cargo de Presidente de la República, en su condición de primer mandatario de la nación, ejerce su elevada función en nombre del pueblo, como jefe de Estado y de gobierno, de conformidad con la Constitución y las leyes.
Al victorioso general del Antiguo Imperio Romano se le requería, en medio de los extraordinarios honores, comportarse con digna humildad, como un ciudadano mortal que triunfó en nombre del Senado, el pueblo y los dioses de Roma.
No existe ninguna razón para que el presidente saliente, Danilo Medina Sánchez, temiera que durante el acto solemne de la juramentación y traspaso de mando, el presidente electo, Luis Abinader Corona, no se comportara, como siempre lo ha hecho, de manera humilde y con el más digno respeto.
Desde el inicio de la Tercera Ola Democratizadora de América Latina, en el año 1978, con el triunfo del candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, don Antonio Guzmán Fernández, se han producido en nuestro país un total de siete cambios de presidentes, sin que en ninguno de los actos de juramentación se ausentarán los mandatarios salientes.
La excusa perfecta, pero poco creíble, del presidente, Danilo Medina, para traspasarle el mando al presidente electo, Luis Abinader, en el despacho del presidente de la Asamblea Nacional, no podía ser otra que la pandemia del COVID-19.
Indiscutiblemente, el presidente saliente no está obligado a asistir al acto de juramentación del entrante, en razón de que la Constitución de la República no contempla el acto simbólico del traspaso de mando, que es su única función en el referido evento. Sin embargo, la sorpresiva decisión del presidente, Danilo Medina, de no asistir al acto solemne de la juramentación del presidente electo, Luis Abinader, dispuesto por el constituyente en los artículos 126 y 127, rompe una las más hermosas y respetadas tradiciones democráticas de la República Dominicana.
Finalmente, el 16 de agosto, a las 10 de la mañana, finalizará la Era de los 16 Años del PLD, momento en el que el expresidente, Danilo Medina, escuchará en la televisión al presidente, Luis Abinader, hacer el juramento siguiente: “Juro ante Dios y ante el pueblo, por la Patria y por mi honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, proteger y defender su independencia, respetar los derechos y las libertades de los ciudadanos y ciudadanas y cumplir fielmente los deberes de mi cargo”.