El golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 encontró oposición durante años, tanto en Chile como en el extranjero, pero es muy probable que pocos sepan del acto de sigilosa resistencia llevado a cabo contra el mismo por un empleado de la Rolls Royce llamado Bob Fulton.

Según lo ha dado a conocer el informativo BBC Mundo, en marzo de 1974, Fulton se negó a reparar los motores de los “Hawker Hunter”, en protesta contra los cazabombarderos británicos empleados para bombardear el Palacio de la Moneda y que sellaron el inicio de la dictadura del general Augusto Pinochet.

Según señala el informativo, Fulton afirmó: “Cuando vi el motor pensé dos cosas: Una que en Chile habían pasado cosas terribles y, la otra, que trabajadores como yo, seres humanos como yo, estaban siendo exterminados. Sí, esa es la palabra. Eso me impulsó".

Otros empleados de la compañía se solidarizaron con la postura de Fulton y la empresa no quiso obligar a los trabajadores a la reparación de los motores por temor a provocar una huelga general.

He recuperado esta historia de Fulton a propósito del tema que abordamos en nuestro artículo anterior: la banalidad del mal. Si la filósofa Hannah Arendt
(1906-1975) tiene razón al sostener que la crueldad emerge más de las circunstancias rutinarias de individuos comunes que de personalidades con naturaleza perversa, entonces una fuente común de generación del mal es precisamente el dejarse alienar por la rutina, por el trabajo cotidiano que en sí mismo no es dañino, pero puede formar parte de un proceso que promueve la crueldad.

Por ejemplo, Fulton formaba parte de un sistema de trabajo en cadena donde su función era hacer reparaciones. Cuando llegaron los cazabombarderos a su área de labor pudo haber asumido la actitud natural de repararlos sin preguntarse para qué fueron usados o en qué se usarían. Su trabajo era reinstaurar, no hacerse preguntas. Aún sabiendo que aquellos artefactos se usaron para instaurar la barbarie y volverían a emplearse para dicho fin si así lo  requería el régimen fascista de Pinochet, Fulton pudo asumir la postura de que él no era el responsable directo de los crímenes cometidos con los cazabombarderos, solo hacía su trabajo.

¿No es la actitud que puede asumir también cualquier persona común cuyo trabajo contribuye a sostener un cuestionable estado de cosas, desde el oficial que realiza su trabajo formando parte de la cadena de una instancia militar corrupta hasta el burócrata estatal que trabaja en el papeleo que alimenta la corrupción?

Si lo más común es ser partícipe en este proceso de banalización del mal, lo excepcional es trascender dicho proceso negándose a ser parte de la rutina, detenerse a pensar en nuestras acciones y consecuencias.  Bob Fulton lo hizo e inició, desde su modesto puesto de trabajo, una cadena para trascender la banalidad del mal.