Eugenio María de Hostos retornó a la República Dominicana el 6 de enero de 1900, llamado por el presidente Juan Isidro Jimenes Pereyra (1899-1902) para que retomara su labor educativa suspendida en 1888 al partir hacia Santiago de Chile. En nuestra conferencia «Eugenio María de Hostos: Vida itinerante y muerte en Santo Domingo del Maestro de América» —dictada por primera vez el 9 de abril de 2015 en Syracuse University, bajo la coordinación del académico Silvio Torres-Saillant— nos referimos a la llegada del prócer puertorriqueño a su segunda patria antillana:

Juan Isidro Jimenes, presidente dominicano depuesto en 1902 por Horacio Vásquez.

El presidente Jimenes lo nombró Inspector General de Enseñanza Pública —equivalente al Ministro de Educación de hoy— y dos años después lo designaría Director General de Enseñanza, desempeñando, al mismo tiempo, el cargo de Director de la Escuela Normal de Santo Domingo.

El humanista dominicano Max Henríquez Ureña, en su libro  Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal (1988, edición póstuma), describe así el recibimiento a Hostos: «Es recibido Eugenio María de Hostos con grandes manifestaciones públicas. [Francisco] Henríquez y Carvajal le da la bienvenida en nombre del gobierno». Y el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, en su Hostos en Santo Domingo (1939), lo describe de este modo: «La alborozada ciudad empavesó sus calles, como en día de glorias y de triunfos. El incansable luchador se entregó de nuevo al trabajo interrumpido en 1888. Ahora, quizás, era más penosa la faena. Lilís había corrompido el alma ciudadana, y era necesario devolverle su dignidad»

Retornó Hostos a Santo Domingo no tan sólo respondiendo al llamado que le fuera hecho por el gobierno dominicano, sino, también, impulsado dolorosamente por el desencanto y el desaliento causados por la actitud pasiva e indiferente del pueblo puertorriqueño ante la usurpación, por parte de los Estados Unidos de América, de la soberanía de Puerto Rico. Llega herido en su amor patrio, pero manteniendo todavía viva  la esperanza de  la redención para su patria.

Pero tristemente la situación de la República Dominicana, el país de sus desvelos pedagógicos, se tornaría caótica poco tiempo después y él mismo la describe en su Diario: «Al salir para tomar el carruaje que nos lleva a la escuela por la tarde, el cochero nos dijo que había ido por cumplir; pero que a la ciudad no se podía ir, porque La Fortaleza había sido  tomada por los presos políticos; que se habían armado a los presos por crímenes comunes, que habían matado al general Echenique, jefe de Estado Mayor del presidente Vásquez; que se había telegrafiado a éste para que se dispusiera a volver con fuerzas suficientes y que mientras tanto, el Ministro de la Guerra, el Gobernador de la Capital, el del Seibo, y algunos partidarios del Gobierno se habían hecho fuertes en el Baluarte del Conde. En aquel momento sonaron cañazos que confirmaron la noticia de una nueva revuelta en la República».

Horacio Vásquez, presidente dominicano depuesto en 1903 por Alejandro Woss y Gil

Eso narra Hostos en su diario del 23 de marzo de 1903. Y el Ciudadano Eminente de América continua así: «Despaché al cochero, di orden a mis hijos para que se abstuvieran de ir a la ciudad, y me puse a esperar, triste y descorazonado, las nuevas peripecias de esta vida de azares y torpezas que constituyen la existencia de este desventuradísimo país».

Catorce días después de iniciada la revuelta producto de la rebelión de los presos políticos contra el gobierno presidido ahora por Horacio Vásquez,* Hostos describe, en su diario del domingo 5 de abril, ya en el plano personal, su dura realidad emocional en medio de todo ese caos social, que era, con toda lógica, la dura realidad por la que atravesaban él, su esposa y sus seis hijos en su estancia «Las Marías», en las proximidades de la Playa de Güibia, en las afueras de la  ciudad de Santo Domingo:

Hacienda Las Marías. Residencia de Eugenio María de Hostos

«Decimocuarto día de la cuartelada. A las siete a. m. vi alejándose de la rada al crucero “Presidente”, después de ponerse al pairo con el vapor francés de comercio, que estaba entrando. […] Los rumores del día, traídos a casa por Bayoán, son de que Horacio, al frente de más de mil, está pendiente de la contestación que dé la plaza a su ultimátum, bien para entrar de paz; bien a sangre y fuego. Nosotros, aquí, no más inquietos ni más tranquilos que en los días pasados, hemos llevado a cabo (hemos, porque estoy con mi familia en todo, no porque yo haya hecho nada) la preparación del baño para acogernos en él, si llega a ser necesario. A las seis p. m. entró otro barco de guerra: es francés».

Felipe Horacio Vásquez Lajara —más conocido en la historia como Horacio Vásquez— había sustituido a Jimenes Pereyra en abril de 1902, apoyado por un movimiento armado formado en el Cibao «cuya finalidad era derrocar a Jimenes».* Fue desplazado del poder en marzo de 1903 por un movimiento rebelde que llevó a Alejandro Woss y Gil a la presidencia. Ese es el movimiento descrito por Eugenio María de Hostos y constituye un episodio relevante en la historia de la lucha por el poder político en República Dominicana.

Ahora bien, la incertidumbre de la que era presa Hostos era inmensa. Temía, más que por su vida, por la seguridad de su familia, a la que amaba sin reserva de ningún tipo. Ella era su razón de ser, su todo. Por ella vivía y a ella se debía. Es por eso que no ha de extrañar su justificada preocupación por el clima de inseguridad existente, que lo impulsa a reflexionar así:

«Me parece ya tan de rutina, aquí y en los demás países nuestros, esto de disputarse el poder, sin ninguna de las responsabilidades de la moral y del derecho, que me siento completamente indiferente al resultado político de esta nueva penúltima alteración del orden que jamás ha existido en el país».

Es notorio y comprensible el hastío y el desencanto sentidos por Hostos, ya que ese estado de ánimo es provocado por su amor filial y por la frustración que la barbarie de los dominicanos le causa:

«Lo que me preocupa y me lastima y me duele en el alma es ver a mi familia toda bajo la dependencia de estas cosas y estas gentes. No puedo condescender con la idea del malogro de tantas esperanzas sociales como son mis pobres hijos, inutilizados para todo en el medio social en donde la vida está en esta actividad desordenada de las pasiones públicas y privadas. Otro afecto que me domina es la pena de ver cómo el crucero nacional que está al servicio del Gobierno da paso en vago y en vano, sujeto, según parece, a la voluntad que aparentemente le dictó el otro día el “Atlanta”. Ya, ni independencia para moverse en su propia casa tienen estas buenas gentes».

El «Atlanta» era un buque de las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América, anclado en la rada, en aguas del Mar Caribe, frente a la ciudad de Santo Domingo. Cabe recordar aquí la actitud complaciente de Horacio Vásquez en defensa de los intereses de la empresa norteamericana Improvement, contradiciendo la postura nacionalista de Jimenes. Y el prócer puertorriqueño, estudioso de la historia dominicana, estaba consciente de ello. Por eso su lamento: «Ya, ni independencia para moverse en su propia casa tienen estas buenas gentes».

En su diario del 16 de abril de 1903, en medio de la ardiente situación por la que atraviesa la ciudad, Eugenio María de Hostos registra, para la historia de las intervenciones en República Dominicana: «Redacté y mandé al Comandante del Atlanta una protesta contra el Cónsul y su familia».

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*El profesor Juan Bosch, el más hostosiano de todos los dominicanos, nos ofrece detalles sobre ese acontecimiento: «El día 23 de marzo de 1903 los presos políticos que se hallaban en La Fortaleza del Homenaje, en la Capital, se sublevaron, pusieron en libertad a los presos comunes y 'se adueñaron de la ciudad. El presidente Vásquez, que se hallaba de visita en el Cibao, reunió fuerzas y sitió la Capital, pero los sublevados resistieron, a pesar de los duros ataques que realizaron los sitiadores a mediados de abril. Las fuerzas dé Vásquez abandonaron el sitio y Vásquez y sus lugartenientes salieron del país». En su: Composición social dominicana: historia e interpretación. 12.a ed. Santo Domingo, Rep.: Editora Alfa y Omega, 1981. Págs. 223-225.