Semanas atrás escribí un comentario acerca del desparpajo con que los transportadores de valores se abalanzan entre el público que concurre a las entidades bancarias y sugerí que hicieran sus operaciones a primeras horas de la mañana o de la tarde porque de un momento a otro se podía desatar un tiroteo mayúsculo entre asaltantes y vigilantes.

Todos acabamos de ser testigos de cómo delincuentes asesinaron a un infeliz policía de valores a la puerta de una plaza comercial e hirieron a otro, y que por suerte no degeneró en una batalla campal con el público de escudo humano.      

Nadie duda de la calidad moral de los dueños de las compañías de valores, pero hay una sintomatología que debería de preocuparnos, como la de la frecuencia de robos a camiones de transporte de valores de parte de los vigilantes, aunque no se trate de una pauta.           

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Las declaraciones de cuestionamiento a sus colegas médicos por el incumplimiento de sus horarios por uno de los funcionarios de salud pública días tras ponía el dedo sobre la llaga en razón de que algunos médicos han hecho del incumplimiento una ley y por ello pacientes se quejan.

Ahora que de nuevo las negociaciones médico gobierno se mantienen, aunque a veces hay amagos de rompimiento, sería bueno que el tema se ponga sobre el tapete y se pueda lograr una simbiosis entre la necesidad de los horarios y la realidad real de la naturaleza del ejercicio de la medicina.

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El proyecto antinacional de llevar a la cárcel a Inacio Lula Da Silva en Brasil tiene que fracasar a menos que él se ponga de blandito y acepte los mandatos judiciales retorcidos que prenden llevarlo al ostracismo carcelario.

Es un líder de masas que necesariamente resistirá las pretensiones de varias sabandijas de llevarlo tras prisión.  Y cuando los líderes se revelan nadie sabe en qué parará la cosa.

Aunque sin bagaje moral, la derecha brasileña se siente fortalecida con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, la que por blandenguería permitió un golpe suave de un grupo de amorales políticos.

Lula Da Silva no es Rousseff, es un peleador al que nadie puede darle lecciones de democracia. Es un fajador obligado por las circunstancias a resistir una injusticia mediante la que se pretende eliminarlo políticamente.