El punto de partida para repensar la escuela, tal y como hemos venido planteando, empieza por la necesidad de repensar la gestión docente del maestro y los equipos directivos que tienen la responsabilidad de dirigir la escuela. La escuela es lo que hacen sus maestros y lo que hacen sus equipos directivos.
El amigo Ramón Flores, más o menos con estas palabras nos dice: la docente es la profesión con la que todos hemos estado relacionados desde niños, y por los modelos de maestros que hemos tenido, pensamos que sabemos cómo se enseña y cómo no se enseña bien. Incluso llegamos a creer que sabemos cómo es que se aprende. Hay mucho de razón en esto. Nos forjamos, desde muy temprano, ideas de lo que significa enseñar o no enseñar, de lo que significa aprender o no aprender.
Lo mismo ocurre con el currículo. Ese documento que contiene una determinada concepción de los sujetos, de los que enseñan y de los que aprenden, así como los propósitos, los contenidos, las estrategias y actividades que debe desarrollar el maestro en un determinado sentido en cada nivel, curso, asignatura en el cual, se supone, realiza su labor pedagógica. ¿Pero, es así realmente?
Sin entrar en las consideraciones ideológicas que subyacen en ese documento guía, lo que sí es cierto, y lo que en este momento queremos señalar es que la distancia entre lo que se propone, se hace y, finalmente, se aprende es muchas veces abismal.
Las evaluaciones diagnósticas que se han realizado en el país en tercer y sexto grado de primaria, así como el segundo grado de secundaria, muestran que los niveles de desarrollo de la comprensión lectora en los y las estudiantes que cursan esos grados, está muy distante, negativamente, de lo que se espera según el currículo vigente. Es decir, muy pocos estudiantes alcanzan el nivel de lectura que se esperaría según el currículo. Cuando esos datos se conocen y divulgan a través de los medios de comunicación, las reacciones de escándalo duran solo algunos días, luego todo vuelve a la normalidad, y el problema sigue igual. Los niños y niñas, como los jóvenes, siguen sin desarrollar su competencia lectora, tan importante en una sociedad como la de hoy, que se da por llamar, la sociedad de la información y comunicación.
¿Es nuevo el problema? Que va, desde hace ya muchos años este es un tema que se conoce, se ha debatido, incluso se han llegado a formular y desarrollar planes para enfrentarlos desde el máximo organismo del sistema educativo más, sin embargo, el problema sigue intacto. Y es que el que debe desarrollar las estrategias para que esa realidad cambie, sigue igual, con los mismos esquemas mentales de “cómo se enseña” y “cómo se aprende”. Si la sociedad y el sistema educativo quiere niños, niñas y jóvenes lectores, debe tener también maestros y docentes lectores. Es una transformación radical del docente. Eso implica tomarnos más en serio la formación inicial y continua del docente.
La formación inicial docente debe prefigurar desde sus inicios el ejercicio profesional que se espera para el futuro. De la misma manera, la formación continua debe proponerse la transformación radical del docente. Por eso es que ambas deben ser rigurosa, sistemática, profunda, transformadora de esquemas culturales y mentales. Que coloque a esos jóvenes en formación, como incluso al maestro en ejercicio, no solo con el conocimiento desarrollado, sino con la reflexión de los ejemplos y modelos de enseñanzas que hemos vivido en nuestra propia vida, generado un diálogo profundo entre los saberes implícitos y lo saberes explícitos, a fin de lograr cambios profundos en las estructuras cognitivas y emocionales de lo que significa enseñar y aprender.
Para hacer esas transformaciones, entre otras cosas, es que hemos planteado la necesidad de repensar la escuela.