El repugnante asesinato aparentemente sin propósito del matrimonio Joel y Elizabeth, hecho ejecutado por agentes de la Policía, dejó tan perplejo al presidente de la República que en menos de lo que se saborea un cortito beso a una mujer hermosa organizó y juramentó una Comisión, esta vez no para “investigar” los hechos, sino para “transformar” los modos de actuar de nuestra Policía.
Yo que me gano el pan de cada día intentando diagnosticar y luego reeducar el comportamiento inesperado, insensible, incompetente, volátil, narcisista, extraviado, enfermizo, violento, paranoico o ilusorio de uno o varios miembros de una familia disfuncional, esperaba que una Comisión así fuera de naturaleza mixta donde hubiera “prosa y poesía” y no solamente “poesía”, ya que como dice Jorge Luis Borges en su obra Nueve ensayos dantescos (1982): No se puede recuperar un infierno decadente. Y si las tres cuartas partes de la sociedad dominicana cree que nuestra institución policial es un órgano decadente, entonces el Grupo formado para revertir esa decadencia parece que debió incluir a policías honorables, que los hay, que podrían ser la “prosa” en el Grupo.
El mito griego cuenta que Teseo, hijo del rey ateniense Egeo, debía ir de Creta a Atenas para encontrarse con su padre quien había anunciado que su hijo heredaría su trono. Durante el trayecto, decenas de forajidos atacaron el barco que lo transportaba y lo dejaron tan destartalado que decidieron repararlo. Cambiaron su mástil por uno nuevo, también sustituyeron la quilla, el velaje, las bodegas, el timón y los esclavos que lo impulsaban con remos. Cuando Teseo es informado sobre lo hecho con el barco, preguntó: “¿Es éste el barco de antes u otro nuevo?
Después que la Policía ha sido “reformada” por decenas de Comisiones y hasta leyes en 50 años, los ciudadanos nos preguntamos: ¿Es la misma institución de Belisario Pequero u otra distinta? ¡Es la misma del general Belisario, ya que esa institución es hechura del tipo de sociedad que tenemos! En Biología decimos que un organismo vivo cambia uno o varios rasgos fenotípicos cuando ocurre una mutación en uno o dos genes de su estructura genotípica. La Policía no ha experimentado una mutación beneficiosa en sus rasgos porque la sociedad de la cual procede tampoco ha mutado provechosamente. Entonces, ¡no nos hágamos tarugo! –como dice la Chimoltrufia Florinda Mesa. ¡La Policía es solo el síntoma, no la enfermedad!
Cada vez que policías sin escrúpulos o policías carroñeros o policías carniceros cometen una acción espantosa como la sucedida en Villa Altagracia, la mitad de la población se torna histérica y reclama hasta airadamente que la Policía sea “desmantelada de inmediato” o que su cúpula sea destituida por un decreto. Y ese histerismo colectivo y esas “peticiones en el aire” se dan porque en las sociedades contemporáneas de hoy se tiende a creer que el poder del Estado debería sentirse humillado o avergonzado cuando alguno o decenas de los que les sirven se involucran en acontecimientos vulgares y criminales. Es decir, la gente tiende a suponer que los gobiernos o que el Estado tiene como norte el autorrespeto y la afragilidad, lo cual es completamente erróneo porque los contados ciudadanos que tienen la suerte de encabezar un Gobierno, antes de recibir ese galardón ya saben que el Estado es semejante a la hidra de Lerna cuyas decenas de agitadas y poderosas cabezas de serpientes son bastante escurridizas y, aunque logre cortar varias de esas cabezas, siempre aparecerá otra cuya cabeza aunque sea el mismo Hércules que se le cercene, la misma reaparecerá.
Pero, ¿por qué los distintos gobiernos dominicanos de los últimos 50 años han fracasado rotundamente cada vez que han escogido una nueva cúpula policial como reacción a las presiones de una encolerizada población que impotente observa cómo agentes de policía en vez de garantizar seguridad física a la ciudadanía, se ponen la ropa de bandoleros o el sombrero de matarifes para sembrar todo el país con esquejes del delito? Bueno, en primer lugar, no sé en qué basan los presidentes dominicanos su escogencia de los altos mandos policiales ni en qué se basan esos mandos para recomendarle al presidente cada 27 de febrero el ascenso y los “enganches” de policías. Pero sí sé por experiencia, observación y formación que si los presidentes solo se acogen a su intuición, pues ahí está la fuente de sus fracasos ya que cuando solo nos basta una cualificación intuitiva para seleccionar a alguien que dirija una institución jerarquizada, pero sin evaluación a punto de los peldaños inferiores, lo que se está haciendo es la sustitución de la calidad y competencia aun no identificadas en ese alguien por una predicción de nuestra intuición. Así las cosas, el riesgo de equivocación está “al doblar de la esquina”.
¿Cómo puede alguien esperar que un coronel o que un general de la Policía se muestre abierto al intercambio de experiencias o a la búsqueda de aprendizaje sobre flexibilidad cognitiva para manejar situaciones riesgosas, o bien impulsar la motivación por el logro de metas contra el crimen y el delito, si esos oficiales viven convencidos que nunca ganarán un solo día de popularidad en la sociedad que sirven y además que forman parte de una comunidad donde el éxito no se mide por el grado de confianza que tengan en sí mismos ni por sus logros en el cumplimiento de la ley contra el crimen, sino por los millones de pesos que acumulen, las fincas, casa de veraneo y las buenas hembras que se levanten sin tomar en cuenta los medios para adquirirlos? Si alguien creyó que por el hecho del Estado haber casi triplicado los sueldos de oficiales y clases policiales, cientos de ellos no se enrolarían en actividades delictivas, pues se equivocó porque, tal como ya lo señaló Sigmund Freud en su obra El malestar en la cultura (1970), “uno de los grandes malestares de la cultura occidental consiste en que el súper-yo cultural [entiéndase el yo moral de la sociedad que censura fuertemente nuestras malas acciones; las cursivas son mías] ha elaborado sus ideales y erigido sus normas, pero estos se refieren a los seres humanos entre sí como conceptos de ética. Sin embargo, el punto más vulnerable de toda cultura es precisamente la ética.” [pág. 84].
Señores, ciertamente hay cientos de policías al servicio de delincuentes de la peor calaña y otros tantos que tienen dos empleos, uno en la cancha del bandolerismo y otro, el menos remunerado, en la Policía, pero también hay cientos de policías que llevan comida a la mesa con su bajo sueldo y que se asquean del crimen y se avergüenzan de la conducta de sus compañeros. No olvidemos que hay banqueros, congresistas, políticos, empresarios grandes y pequeños, abogados, pulperos, médicos, periodistas, comentaristas, ingenieros, albañiles, taxistas, guagüeros, sindicalistas y también muchas buenas hembras, que caen en la categoría de salteadores y de extorsionadores de validada experiencia.
Que nadie se alarme. Desde hace tiempo contamos con individuos que piensan que un robo “limpio” merece el aplauso, no el repudio. Hace cuatro años vino a mi consultorio un paciente cuarentón un tanto angustiado porque su madre dejó de darle su bendición cuando “le besaba la mano” a consecuencia de que él hizo un robo. Me dijo: doctor, he hecho unos cuantos robos en mi vida, todos sin problema, gracias a Dios, pero el más limpio de todos fue el último, con la mala suerte que ahora mamá no me habla. ¿Por qué dice usted que el robo fue limpio? –pregunté. Pues mire usted, –me aclaró– digo que fue limpio porque lo que me llevé fueron 155 paquetes de jabón de lavar.