Lucía Medina luce neurasténica. El tiempo se acorta y la vacilación de su hermano le muerde los nervios. La ansiedad la consume vorazmente. Sus días son sempiternos. El calendario electoral cuelga entre sus sienes provocándole frecuentes migrañas. Esa mujer no duerme. Un pensamiento filoso quiebra su mente: ¡la reelección, sí, la reelección! Con ella pernocta, sueña, despierta y se estimula.
La diputada está inapetente: el sexo la importuna; el recreo la fastidia; el descanso la inquieta. No aguanta. No puede. Anda como un perro en vueltas ociosas sobre un piso mojado.
Ni un masajito capilar, ni un cafecito mañanero, ni un weekend en “er sur”, ni una bachatica melindrosa, ni un ameno comadreo; nada la entona ni la aquieta. Y es que no puede ventilar esa obsesión ciega que la abruma. Para rematar, en sus hábitos de vida no se cuentan aficiones aligerantes como contemplar un Monet, oír a Vivaldi, descansar en los Alpes suizos, leer a Marcel Proust, Hermann Hesse o James Joyce. Quizás lo más lenitivo para su espíritu sea el suspiro poético del inmortal Peña Suazo: “…y sigo subido en el palo, y sigo…”
Su vida pende de una razón: la reelección, vocablo taladrante que seduce, pero mata; una peripecia que como péndulo va y viene causándole vértigos. Pensar que Danilo flaquee la mortifica; un “no” la desangra. Le aterra pensar que ese hombre salga con la decisión equivocada. Llegar a donde están fue un inesperado golpe de gloria para los Medina Sánchez. La dependencia del poder se hizo narcótica; la idea de perderlo, catastrófica. Más cuando se acostumbraban a sus goces. Jugar con esa decisión es vida o muerte para un gobierno de clanes familiares. Por eso cuando Lucía habla el instinto la delata.
La semana pasada, exultada, la diputada dijo: “las condiciones son perfectas para perpetuarnos”; ya antes, sin sonrojo, había exclamado: “todos nos vamos a reelegir”. ¡Perpetuarnos! Eso está fuerte. Revela un estado de enajenación perceptiva. Y después resienten cuando les hablan de dictadura. Una idea oscura clavada como daga en su siquis.
La diputada no está consciente de sus desvaríos: deambula, delira, se ofusca. Actúa espoleada por una ambición pertinaz que domina mentes pobremente estructuradas. Gente que el poder los hizo y no pueden vivir fuera de él. Que llegaron si más provisión que la militancia para disfrutar en pocos años las transiciones más gloriosas de vida.
Lucía alucina y, como presa de una maldita esquizofrenia, percibe acosos paranoicos. La hermanita ha dicho que “los empresarios” le tienen un “chucho” para que Danilo acepte. Ese estado febril deja en cambio un mensaje claro: “acepta, coño, que los dueños del país te apoyan”. Si pudiera estrujárselo con todas las ganas lo haría, pero se acuerda que el hermano es también el presidente. Me imagino las palabras tragadas, los enconos reprimidos y las ansiedades acumuladas; un montón de sentimientos cruzados que no caben en una mochila.
Lucía dirige y afina el coro de los adláteres. Es la joya del anillo palaciego: un equipo quirúrgico que mantiene en sedación al presidente. Que adormece su realidad con caricias y masajes humectantes. Saben que tienen a un líder de carácter metálico pero quebradizo con el poder. Un hombre de rencores. Cuando lo sienten desfallecer atizan sus enconos y le recuerdan las tramas de su rival. Con ese juego siniestro de amor y desamor lo tienen en sus manos. Cuando el presidente se afloja, entonces le susurran: “Leonel va por 16 años: el doble de los suyo” y entonces el arrebato lo transmuta, lo enloquece, lo bestializa.
O quizás Lucía sobreactúa, convencida de que Medina retrasa intencionalmente su negativa para evitar la estampida de lealtades. Tampoco es descartable en una guerra política dominada por finas estrategias de poder. ¿No será que la hermana quiere alimentar hasta el último día (electoralmente hábil) la apariencia de que Danilo va para hacer menos doloroso el trance de la soledad?
No obstante, cualquiera que sea la oscura motivación de la espera, le conviene a Lucía calmarse. Nadie sabe si en un acuerdo entre los dos titanes ella sea un factor en la ecuación de solución. No sea que en el mundo de las ambiciones políticas donde rige del PLD-Estado gane cuerpo la fórmula de ganar-ganar de Margarita (lol). Y eso que el circo todavía no ha abierto las boleterías. ¡Qué país más pedestre!