“¡No puedo creer que dos jóvenes tan buenos mozos sean paj*ros! ¡A los paj*ros hay que matarlos a todos!”
Vociferó una señora contra una pareja de homosexuales que se recreaban en el banco de un parque, suscribiéndose a la tesis que proclama: “mientras más gays, menos hombres para nosotras”, tratando el amor con la misma lógica que un peaje.
Una afirmación muy osada, tomando en cuenta que era el Parque Duarte de la Zona Colonial, popularmente conocido como “el Parque de los Gays”. Era como decir la palabra con la “N” en el Bronx, en este caso ella usó, y dos veces, la palabra con la “P” en una zona de alto peligro.
Pero yo ni recordaba que ese parque se caracterizaba por recibir visitantes de género ambiguo, no obstante sí me pareció extraño que tras proferir esa condena robespierriana, recibiera el repudio de algunos de los moradores. La reacción natural de un dominicano debiera ser de apoyo militante, e incluso, de ofrecimiento como voluntario para ejercer el papel de verdugo.
¡El mundo al revés, dominicanos respetando la diversidad! ¿Qué será lo siguiente? Botar la basura en el zafacón, no violar la luz roja del semáforo? Me preocupé en demasía por esos repentinos visos de civilización que afectarían notablemente el turismo disuadiendo a los libertinos que vienen a experimentar la anarquía en persona, “haciendo y deshaciendo”, amparados en la impunidad que le garantizan sus ojos azules.
Pero tenía otras cosas en qué pensar. Miré el reloj, mientras arrellanado en un banco aguardaba impaciente a un amigo. Inicialmente, cuando él propuso como punto de encuentro el Parque Colón, yo me manifesté opuesto, pues es un lugar donde siempre pulula el espectro familiar, máxime los Domingos, plagado de jóvenes padres que prodigan la bendición de la paternidad, mientras empujan el cochecito de un bebé, fruto de un error de cálculo en el “coitus interruptus”. Siempre se realiza una sección de fotos de una quinceañera repelente. Cosas totalmente desmoralizadoras como esas.
Para completar, fijo una paloma me defeca encima. ¿Qué tenéis contra mí, blancas palomas? ¿Si sois símbolo de la paz, por qué siempre me dirigís vuestros proyectiles excrementales? ¿Acaso no os he dado suficiente maíz? ¿Acaso os he comido alguna vez, a pesar de que, de acuerdo a cierto conocido, sois un plato exquisito?
Además está la estatua de Colon, su pedestal es punto de encuentro de metálicos que intercambian alfileres y tableros de Ouija.
De manera que, sugerí con ínfulas patrióticas el Parque Duarte, el cual no visitaba hace tiempo. Me pregunto si estaba seguro, yo contesté positivamente. Aceptó a regañadientes.
Así que me encontraba en dicho parque, debatiéndome en mi interior sobre la dubitativa reacción del amigo… dudar de mi propuesta… me parecía tan buena como la suya, si bien es cierto que el parque Colón tiene entre sus atractivos: la Catedral Primada de América y una tienda de tabaco muy popular, no menos cierto es que la Catedral no permite la entrada al público después de las seis y que el tabaco produce cáncer.
Afuera de mi cabeza la noche tendía su lóbrego manto y bandadas muy densas arribaban…
Si mi intención era huir de un ambiente familiar, vaya que hui, me encontraba en las antípodas, donde era biológicamente imposible ver un cochecito de bebé o una sonaja: mujeres con mujeres, hombres con hombres, hombres vestidos de mujeres y a la inversa, y OVNIS.
Nada más irse el sol se formó todo un abanico, o para ser más preciso, un arcoíris, de orientaciones sexuales que acabarían por desorientar a una brújula.
Alcancé a sobreescuchar (o me pareció sobreescuchar) algunas de las conversaciones:
— ¿Y tú que eres? ¿Cómo te defines?
—Soy tranheterosexual, me visto de mujer, pero me gustan los hombres.
—Yo no me defino, el género es una construcción social. Simplemente soy.
—Yo soy tri, te follo a ti, a ti, y a ti.
—Sí, sí, sí, recién vengo de participar en una excavación arqueológica para hallar los restos de Sodoma, no corrió con mucho éxito por falta de presupuesto.
— ¿Dices que te dolió? En dado caso, el Durex Play Eternal es excelente…
No había salida. Ponerme en pie y emprender la huida no era un movimiento táctico inteligente, mis posaderas quedarían vulnerables a cualquier ataque a traición. De pronto me sentí ahí, solo, sentando en un banco, como una longaniza en medio de una jauría de bulldogs.
Me quedé hecho un pasmarote, murmurando un rezo ininteligible con renovada fe en el Señor. Entonces deseé para mí todas las cosas que antes desprecié: los bendecidos padres, los cochecitos de bebés, la repelente quinceañera, las palomas cagalitrosas… los desaseados metálicos… la inexpugnable Catedral, el cáncer…
Al lector progresista
Doy por descontado que entre las dos o tres personas que leen esto, hay un lector progresista. Ese que siempre anda vigilante ante cualquier muestra de conservadurismo.
Lector progresista, es usted el tipo de persona sobre la que derramo bebidas accidentalmente.
No dudo que atribuya mi creciente incomodidad y posterior huida a una supuesta homofobia. Mas no se atrevería a asegurar lo mismo en el hipotético caso de que yo fuese mujer, y me metieran en un taller de mecánica. Adivino que en dicho caso se solidarizaría conmigo (una dama en apuros) previendo que sería víctima de los piropos más desagradables y las insinuaciones más obscenas. Estoy seguro que, en esa tesitura, usted, lector progresista, sacaría de su arsenal lingüístico las condenas más postmodernas sobre la cosificación de la mujer y el acoso callejero… es probable que, incluso, me ofreciera asesoría legal… pero yo vislumbraría -mujer lista que fuera, y bella-, tras su amabilidad, la mirada lasciva de Portes.
Es mejor prevenir que lamentar.
Lector progresista, y a los hombres que son víctimas del acoso de otros hombres ¿Quién los defiende? ¿Dónde está la cosificación y el acoso callejero? ¿Dónde la asesoría legal? no hay mecanismos para eso, y si no se establecen desde temprano, paralelamente con la justa apertura de la comunidad LGBT la situación podría devenir en un brote de masculinicidios.