A continuación vierto algunas, muy reales, tradiciones y usos en nuestro país. En buena parte, ellos determinan lo que somos como sociedad y cómo somos como país. Son los siguientes:

  1. Deber de tráfico de influencias y nepotismo. Quien ejerza la profesión pública de servicio en nuestro país sin conceder oportunidades, empleos, licencias, gracias y perdones a familiares, amigos de toda la vida, conocidos, ex compañeros de todo tipo de estudios, saldrá de dicha posición pública con la frente en alto, pero con muchos menos amigos que como entró, y será anatema entre amigos cercanos y familiares. En pocas palabras, será el prototipo de la ingratitud. Porque no se entiende en este país, que una persona en una posición de poder se niege a hacer favores, tener consideraciones, dar empleo a gente especial en su vida, a personas que, de uno u otro modo, le han ayudado de forma capital durante su existencia. El negarse a favorecer a los suyos desde un cargo, es, a pie de calle, considerado horrible en nuestro país.
  1. Deber de lealtad al dedo. Quien llega a una posición pública de alto relieve en nuestro país merced a ser designado “a dedo” por tal persona o sector político, es un hecho reconocido a pié de calle en nuestra nación, que debe lealtad a ese dedo y que en el ejercicio de sus funciones debe proteger los intereses de ese dedo, y ser obediente a sus instrucciones en todo asunto crítico y delicado. Revelarse, pretender ser independiente luego de haber sido señalado “a dedo” y desconocer luego las instrucciones de ese dedo y del sector que esté detrás de él, es percibido a pié de calle—y en las cimas de nuestra sociedad—como un soberano acto de ingratitud, deslealtad y rebelión. Acto que, incluso, sin el menor escrúpulo ni rubor le es reclamado públicamente a quién así haga desde espacios de análisis en diversos medios, así como en círculos políticos o gremiales. No importa cuanta independencia de criterio exiga la posición que detente el “rebelde,” simplemente es inaceptable su independencia operativa si con sus decisiones perjudica al dedo que le designó, o al sector que esté detrás de él.
  1. Deber de cortesía especial. En nuestro país las personas con cualquier grado de poder en la administración pública acostumbran a mostrar el grado de estima que sienten hacia determinados individuos al eximirles de trámites institucionales a los que todos estamos obligados a llenar. Así como dispensándoles de sanciones, no importa cuan clara haya sido la falta de esa estimada persona. A menudo se dice “tratándose de usted….” a lo que sigue todo tipo de gracias, incluso contrarias a los procedimientos y a la ley. Pero, entre nosotros esto tiene una dimensión social y de cortesía.
  1. La puntualidad no es dominicana y la palabra no vale nada. No existe entre nosotros, y muy especialmente en el ámbito institucional (aunque también en las relaciones humanas), ninguna sujeción a compromisos horarios. Como sabemos, la hora no se respeta casi en ningún caso. No importa la importancia del acto a ejecutar, la gente tradicionalmente llega tarde. La puntualidad entre nosotros es cosa del carácter de algunas personas, pero no un patrimonio común de nuestro pueblo. En cuanto a la palabra, ni en los acuerdos familiares, sociales-personales, ni en los negocios, y huelga decir que tampoco en la política existe el más mínimo respeto a la palabra dada. Frecuentemente, la situación llega a extremos de desconocer, incluso, acuerdos firmados formalmente ante notario. En sentido general, nadie cree en promesas y cuando una promesa es cumplida se da más gracias a Dios (quien lo hizo posible) que a la persona humana que honrró su compromiso.
  1. Discriminación, preferencias y falta de apertura a lo desconocido. En nuestro medio no existe una dramática discriminación racial, pero sí un fuerte clasismo. Se trata de un clasismo que sube desde la misma base de la sociedad y que campea a sus anchas en su cúspide. Ante cualquier obra, aporte, hecho la pregunta que sigue es ¿quién es ese? Es una pregunta que, entre nosotros, es mucho más que la legítima curiosidad por conocer quién es el autor de tal obra o hecho (sea positivo o negativo). Entre nosotros ¿quién es ese? Es el requerimiento a identificar a la persona para saber si es alguien “bien” o no. Si la persona no es social, económica, mediáticamente “bien” lo que haya hecho, el aporte que ofrezca pasa a valer muy poco. No importan los méritos de fondo de la obra presentada por ese quien “no es nadie,” simplemente lo hecho por un desconocido generalmente se ignora, repito independientemente de los méritos técnicos de su contenido. Del mismo modo, si la respuesta a la pregunta de ¿quién es ese? Es satisfactoria, obras mediocres de la creación de ese quien “es alguien” pasan a ser alabadas, y hechos negativos de su autoría pasan a ser receptáculo de monumetal lenidad, y hasta franca justificación. En definitiva, no importa qué aportes, sino quién seas. Por eso, en nuestro medio el abolengo, la condición económica, o la asociación con grupos y gentes que brillen pueden ser un camino más eficaz para destacarte que el simplemente comparecer democráticamente a un foro público y, sin que nadie te conozca, exponer tu obra. En consecuencia, tenemos muy pocas sorpresas en nuestra sociedad, porque todo lo (supuestamente) destacado es hecho por personas masticadas hasta el cansancio por la memoria social—o mediática—dominicana, sean ellos mismos o los clanes a los que pertenecen.

En cuanto a la actitud hacia lo desconocido, es de extrañeza tribal. La mayoría de los espacios sociales y públicos en el país están ocupados por gente “muy conocida.” La eficaz irrupción de un desconocido, con méritos y capacidad asombra como la llegada de expedicionarios a una tribu del Amazonas.

  1. Ignorancia del centro. En nuestro país, a la hora de ubicarse e interactuar en nuestro limitado mundo de ideas, hay que ser antihaitiano, antiaborto, antilegalización de drogas, pro católico\evangélico o bien todo lo contrario: un liberal total. No existe, o no ha sido creado un espacio moderado medio, en el que gente de CENTRO interactúe. Esto se debe a la novedad de la situación en la que las capas “pensantes” del país están descubriendo las alas a derecha o a izquierda a las que pertenecen.
  1. La supremacía del fuerte. El ente generador de equilibrios en una sociedad son las instituciones. Instituciones manejadas sobre un marco de “usos” como los indicados más arriba no garantizan ninguna justicia, protección o reinvindicación al débil sobre el fuerte. Ciertamente existen por aquí y por allá casos en los que el débil, con su razón y su diligencia, se ha impuesto al fuerte; pero, cuando se llega a lo determinante en esta sociedad, el débil simplemente no puede ganar si sus argumentos, razones o peticiones lesionan (en caso de ser atendidas) gravemente al Status Quo.

Parecería que nada bueno puede salir de un “orden” de cosas, “usos” y tradiciones como las antes mencionadas, pero no es así. Tal inversión de valores solo necesita que gente apoyada por los valedores de tal forma de actuar llegue con las ideas correctas. La espera por gente así ha sido larga en nuestro país y ha hecho que acumulemos los mismos problemas durante décadas.

La inspiración juvenil revolucionaría, si acepta lo que decimos aquí, se decantaría por cambiarlo o combatirlo. Yo, ya avanzando en edad, prefiero seguir la máxima de Kafka, quien dijo “En la lucha entre tú y el mundo, secunda al mundo.”

Pero, si alguien desea “reformar” cosas aquí debe saber que el camino no está, ni es trillado por el legislador, ni el político, ni por la ley, ni por el fiscal, sino por el maestro, y por el sociólogo. Nuestro pueblo, parafraseando a Alvin Toffler, necesita “desaprender” muchas cosas, descubrir, valorar y aprender otras; necesita ser reeducado, deconstruido y reconstruido en un nuevo ser social, ciudadano y cívico. Toda reforma que no pulverice y rehaga esa esencia o fibra del ser nacional, será meramente un parcho pegado con agua en la realidad nacional; como mucho, una anécdota histórica.

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Nota: Hay muchos otros usos o tradiciones de nuestro pueblo, algunas notablemente positivas. Limitativamente he puesto aquí las más ligadas y determinantes de nuestro ser social.

Nota: Alguien se preguntará, si nuestros maestros están también formados en estas tradiciones y usos criollos, ¿cómo producirán un nuevo ser social? La respuesta es que necesitamos maestros de maestros.

Nota: Por deconstrucción, el autor no implica la deconstrucción de la estructura occidental de organización que hemos intentado implementar en el país desde siempre, sino la deconstrucción de ese ser social que vez tras vez, generación a generación prueba que no puede ajustarse a ella.

Nota: Clasismo es la errónea idea de que determinados méritos, virtudes y cualidades se encuentran y son exclusivos de determinada clase social. De otro lado, el clasismo también supone (y da por hecho) que vicios, distorsiones, perversidades son propias de otras determinadas clases sociales. En consecuencia, la persona clasista discrimina ciegamente a unos solo por el hecho de pertenecer a tal clase social y acepta ciegamente a otros sólo por pertenecer a otra determinada clase social.