En el artículo anterior de esta columna (31-12-2015), comenté la postura del físico e historiador de la ciencia, José Manuel Sánchez Ron, en torno a los principales descubrimientos científicos del 2015 seleccionados por la revista Science.

Según el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos (2011) y Premio Nacional de Ensayo, en España (2015), los descubrimientos científicos más destacados del pasado año deben verse como investigaciones propias de lo que el filósofo e historiador de la ciencia Thomas Kuhn (1922-1994) denominó “ciencia normal”. Por lo tanto, no constituyen descubrimientos revolucionarios como lo son la teoría de la herencia o la teoría de la relatividad.

Con este comentario, el destacado divulgador científico no quiere menospreciar las investigaciones destacadas por la revista Science. Quiere resaltar que estos hallazgos, si bien no provocan rupturas con una determinada cosmovisión científica del mundo. sí constituyen un proceso fundamental en el progreso del conocimiento científico.

En la imagen popular de la ciencia, se asocia al científico con el héroe revolucionario que sale airoso en una batalla cultural contra un determinado sistema de creencias.  Así, la figura del científico se relaciona con Newton, Galileo, Darwin o Einstein. Los programas de divulgación científica, los libros y las clases sobre historia de la ciencia dejan arraigada esta imagen, mientras los paradigmas modernos en la educación destacan la necesidad de educar de manera exclusiva para la creatividad.

Es como si el proceso del conocimiento humano se desarrolle solo por rupturas y no requiera de hilos de continuidad. Lo que Thomas Kuhn destacó en su famoso texto de 1962, La estructura de las revoluciones científicas (1962), como en su menos conocido ensayo titulado “La función del

dogma en la investigación cientifica” (1961), es la necesidad de una tradición, un conjunto de supuestos, valores o compromisos teórico-prácticos incuestionables que se transmiten a través del entrenamiento científico, responsable de instaurar unas líneas de trabajo como base para la investigación posterior y una comunidad de practicantes dispuestos a sostenerla.

Por ejemplo, la tradición biológico-molecular de la herencia implica aceptar unos principios sobre qué son los genes, como funcionan o como transmiten la información. Una vez aceptada, los genetistas pueden desarrollar líneas de investigación para comprender el mapa genético o el proceso de alteración en una secuencia de genes.

Si los investigadores se dedicaran a cuestionar los supuestos de la tradición en la que se han formado, no dedicarían las horas, el esfuerzo y el talento requerido para realizar el trabajo que desemboca en hallazgos como la cura del ébola o el descubrimiento de epigenoma.

De ahí la importancia de las tradiciones dentro la ciencia. Durante mucho tiempo, se enseñó que la investigación científica se apoya en las hazañas de las mentes geniales capaces de destruir el sistema de creencias de una época. Pero sin una tradición que instaure una base conceptual, ninguna revolución científica es posible.