Los llamados Independientes del 40, o más bien, lo que una vertiente de la crítica literaria dominicana ha denominado como tales, produjeron una poética afianzada en el paisaje-movimiento cuyos valores culturales se perfilaron en una épica de amplios sentidos culturales. La poesía de los Independientes del 40 constituyó la aventura del poeta  ante los mundos sociales cargados de esperanza, valores identitarios, imágenes agrestes, situaciones de opresión y actos humanos específicos  que  recorren la estatura sentiente del hombre dominicano.

En tal sentido, la poesía de Pedro Mir se produjo a partir del conocimiento de estos mundos sociales y desde una metafísica y un sentido de la existencia expreso en la escritura poética. El amor, las entidades míticas y legendarias, el paisaje local, el viaje interno, el olvido, la soledad y otros sentimientos, articulan su poética épico-lírica, esto es, su modo de expresar el sentido y la vida de lo social desde la poesía.

Reconocido el elemento sociopolítico que ha presentificado el universo cultural y literario dominicano,  destacamos los acentos particularizados en el poema asumido por Pedro Mir y los demás poetas independientes del 40. Las principales obras poéticas, en este sentido, se reconocen como huellas de un sujeto particularizado en el orden épico-lírico fundacional.

Así pues, las obras de Pedro Mir revelan, mediante el elemento social y tradicional, una experiencia interna y externa a través de la cual se expresan los más variados mundos de creación y las relaciones entre el sujeto, la realidad, el lenguaje y el ser dominicanos en la utopía creadora del poema.  La historia-sujeto subyace en los poemarios de esta vertiente poética, pero también en el espacio  unificador de las más altas voces expresivas del discurso poético dominicano.

Junto a Pedro Mir aparecen otras voces poéticas que como él, complementan esta búsqueda creadora e intentan subvertir el llamado presente real, realizando sobre todo una aventura poética individualizada en lo temático, en lo simbólico y  lo real.  Esta particularidad puede observarse también en los textos poéticos de Tomás Hernández Franco, Octavio Guzmán Carretero, Manuel del Cabral, Héctor Incháustegui Cabral y otros poetas dominicanos de la década del 40.

La obra poética de Pedro Mir en este contexto, surge del encuentro metafórico de la poeticidad con la historia, del sentimiento del hombre ante la vida real, la cultura y los actos fundamentales de la existencia, pronunciados a través de una épica y una lírica propia del Caribe insular hispánico.

Los Independientes del 40 constituyeron una poética abierta al significante social y el paisaje dominicano. Estos autores exploraron una visión donde los elementos humanos cobraron valor en la poesía y en la narrativa, como expresiones del espacio literario y cultural dominicano.

En efecto, se trata de reconocer las voces, los tiempos y los acentos del poema en sus cardinales y líneas utópicas de creación. Gesto verbal, poíesis y sentido metafórico reinventan en esta vertiente el espacio poético dominicano.

La mímesis y la poíesis han sido el método y la forma de mediación que han adoptado gran parte de los escritores dominicanos, para producir “lo literario” a través de los diversos géneros que pueden denominarse géneros poético-discursivos: poema, cuento, novela, memorialística, drama y otras manifestaciones literarias genéricas y discursivas definidas o indefinidas. Las mismas producen su sentido desde el marco propiamente estructural y creacional, pero también desde la mediación mimética y poiética. Lo que le permite al escritor crear, observar el mundo real, sus relaciones, situaciones de vida  y textualizar  el orden estético de los signos verbales.

Toda la  literatura dominicana surge de la conjunción y contradicción entre mímesis y poíesis desde donde se interpreta o textualiza la fluencia poética, narrativa o dialógica. Puesto que el discurso literario en la República Dominicana ha progresado en el orden de la estructura-función del lenguaje, lo real y lo imaginario se orientan en la dinámica de los diversos lenguajes literarios. Cabe precisar que incluso aquellos géneros que no se han tomado tradicionalmente como literarios (epístola, tratadística histórica, memoria oficial, ensayo político y otros) se fundamentan en la movilidad de los conceptos platónico-aristotélicos denominados mímesis y poíesis. La vivencia y correlación de los enunciados justifica, desde el lector, el sentido abierto de los textos.

Toda descripción y relato organizado como sentido de la realidad, proyecta relaciones entre personajes, acciones conflictivas, actuaciones colectivas o grupos humanos que cuentan con su propio nivel, lenguaje y  modo de existencia en la representación literaria. En esta vertiente, autores como Julio González Herrera, Rafael Damirón, Sócrates Nolasco, Angel Hernández Acosta, Pedro Pérez Cabral, Alfredo Fernández Simó y otros, asumieron en el período 40-50 y 50-60 la práctica literaria como mímesis figural, esto es, como resignificación reflexiva de los diversos mundos locales dominicanos y caribeños.

La literatura, para estos autores, fue un modo de documentar, presentar y significar los signos y cuerpos de presencia de la cultura dominicana. El narrador tomó el hecho real como una ficción directa cuyo fundamento fue la realidad difusa y concentrada de la comunidad local. Esto le permite al lector de ficción poética o realista, imaginar las diversas psicologías, escenarios, objetos y posiciones del sujeto histórico-cultural.

Los estados o especies de mímesis y de poíesis, implican en la creación verbal expresiva un recorrido realista y figural-poético de la imaginación literaria. El narrador y el poeta asumen la focalidad como forma ficcional y creacional, de tal manera que los universos individuales y colectivos aumentan su grado de significación desde el progreso mismo de la representación dialógica, esto es, de los procesos que producen la obra literaria en movimiento (Ver Odalís G. Pérez, 2005, 2006).