Me ha llegado por Whatsapp la fotografía de la convocatoria a una reunión a los propietarios e inquilinos de una torre capitaleña. La convocatoria es jocosa, pero, al mismo tiempo, da ganas de llorar. Es surrealista, pero, al mismo tiempo, retrata con lujos de detalles la realidad dominicana. Estas dos razones ameritan que, esta semana, me refiera a esta convocatoria.

El primer punto se refiere a la sana convivencia o, más precisamente, a la ausencia de ella. Convivir quiere decir, literalmente, vivir juntos, como es propio de los que viven en una ciudad. Es sinónimo, además, de civismo (del latín civitas, ciudad), de urbanidad, (del latín urbe, ciudad). Y urbanidad y civismo son dos virtudes que brillan por su ausencia, no solamente en esta torre, sino en el país entero. Sobre todo, en la política. No olvidemos que política viene de polis (ciudad, en griego).

Siguen varios puntos relacionados con “la moral y las buenas costumbres”: fuertes gemidos a todas horas, promiscuidad entre los vecinos, actos indecorosos en el parqueo y personal de servicio con ropa provocativa ¿Qué concluir de estos puntos? En primer lugar, que el dominicano es fogoso y, al mismo tiempo, envidioso y mojigato. Que vive pendiente del otro y muestra una falsa moral. Que las sirvientas sean coquetonas, no es asunto suyo. Que los otros, sean vecinos o no, pasen un buen momento no debería levantarles ronchas. Al contrario, deberían regocijarse de ello. Con frecuencia, las paredes de los apartamentos de la mismísima Bruselas no pueden detener la expresión de la pasión humana. Tanto mejor. No hay mejor afrodisíaco para las parejas que se aburren que los gemidos que acompañan el fornicio de los vecinos.

El que se cometan actos indecorosos en el parqueo es muestra de que el dominicano es impaciente. Esta impaciencia explica el que los políticos, al querer hacerse ricos de la noche a la mañana, roben impunemente y den el ejemplo al resto de los dominicanos, muchos de los cuales se dedicarán, por la misma impaciencia, a los atracos y a los tumbes.

La maldita torre no es la torre Atiemar, es evidente: quien alquila es porque no tiene cuartos y no hay dominicano sin cuartos que pueda alquilar un apartamentico en esa exclusiva torre. Por otro lado, la torre maldita tiene gimnasio, pero solo diez pisos.

Me divierte pensar, sin embargo, que se trata de esa torre donde viven, dicen, Víctor Díaz Rúa, Miguel Vargas Maldonado, Gonzalo Castillo, Ángel Rondón, Euri Cabral y Reinaldo Pared Pérez. A muchos de esos camajanes, el pueblo acusa de ser ladrones (y en la torre infernal hay robos, según consta en la convocatoria), malos olores (causados acaso por la putrefacción moral de sus ocupantes) y hedor a sustancias controladas (no en balde la torre Atiemar fue construida por un narcotraficante).

Me divierte pensar que se trata de la torre Atiemar. Y no puedo evitar pensar que, a diferencia de las torres gemelas y a semejanza de la torre de Babel, la torre infernal ameritaría un castigo divino. Dos aviones de Al-Qaeda, por ejemplo.