PARECE NO haber límite para los trastornos causados ​​por la ciudad de Hebrón.

Pero esta vez, la razón es tan inocente como pudiera ser: las visitas organizadas de los escolares a la Cueva de Macpela, donde se supone que están enterrados nuestros patriarcas.

Por derecho propio, Hebrón debería ser un símbolo de la fraternidad y la reconciliación. Es la ciudad asociada con la legendaria figura de Abraham, el antepasado común de hebreos y árabes. De hecho, el nombre mismo denota amistad: el nombre hebreo "Hebrón" proviene la misma raíz que "haver", "amigo", "compañero"; mientras que el nombre árabe de la ciudad ‒al-Halil‒ significa "amigo". Ambos nombres se refieren a Abraham como el amigo de Dios.

El primogénito de Abraham, Ismael, era el hijo de la concubina Agar, que fue conducido al desierto para morir allí, cuando el hijo el legítimo, Isaac, nació de Sarah. Ismael, el patriarca de los árabes, e Isaac, el patriarca de los judíos eran enemigos, pero cuando su padre murió, se reunieron para enterrarlo: "Entonces Abraham expiró y murió tras una larga vejez, un hombre cargado de años (175), y fue reunido con su pueblo. Y sus dos hijos, Isaac e Ismael, lo sepultaron en la cueva de Macpela…" (Génesis, 25)

EN LOS últimos tiempos Hebrón ha adquirido una reputación muy diferente.

Durante siglos, una pequeña comunidad judía vivió allí en paz, en perfecta armonía con los habitantes musulmanes. Pero en 1929, ocurrió algo horrible. Un grupo de judíos fanáticos organizaron un incidente en Jerusalén, Cuando trataron de cambiar el statu quo en el Muro de los Lamentaciones. Estallaron revueltas religiosas en todo el país. En Hebrón, los musulmanes asesinaron a 59 judíos, hombres, mujeres y niños, un hecho que dejó una huella indeleble en la memoria judía. (Menos conocido es que 263 judíos fueron salvados por sus vecinos árabes.)

Poco después de la ocupación de la Cisjordania en la Guerra de los Seis Días, un grupo de fanáticos judíos mesiánicos se infiltró sigilosamente en Hebrón y fundó el primer asentamiento judío. Esto se convirtió en un verdadero nido de extremismo, incluyendo a algunos fascistas redomados. Uno de ellos era el asesino en masa Baruch Goldstein,  quien asesinó a 29 musulmanes que estaban en oración en la Cueva de Macpela. (En realidad, no es ninguna cueva, sino una fortaleza un edificio con aspecto de fortaleza, tal vez construido por el rey Herodes.

Desde entonces, ha habido infinitos problemas entre los más o menos 500 colonos judíos de la ciudad, que disfrutan de la protección del ejército, y los 165,000 habitantes árabes, que están completamente a su merced, carentes de cualquier derecho humano o civil.

SI LOS escolares se enviaran allí para escuchar a ambas partes y aprender algo acerca de la complejidad del conflicto, eso estaría bien. Pero esta no era la intención del ministro de Educación, Gideon Saar.

Personalmente, Saar (el nombre significa "tormenta") es una gente buena. De hecho, inició su carrera en mi revista, Haolam Hazeh. Sin embargo, es un fanático de derechas, que cree que su tarea es limpiar a los niños israelíes del liberalismo cosmopolita en el cual él imagina que sus profesores están inmersos, y convertirlos en patriotas uniformes, leales, dispuestos a morir por la patria. Está enviando oficiales del ejército a predicar en las aulas, exige que los profesores inculquen "los valores judíos" (es decir, la religiosidad nacionalista), incluso en las escuelas laicas, y ahora quiere enviarlos a  Hebrón y otros asentamientos "judíos", para que sus "raíces judías" crezcan más robustas.

Los niños enviados allí visitan a la Cueva de Macpela "judía" (que durante 13 siglos fue una mezquita), a los colonos, a las calles que se han vaciado de árabes, y escuchan el adoctrinamiento patriótico de los guías. No hay contacto con los árabes, no hay otro lado, no hay otros en absoluto.

Cuando una escuela rebelde invitó a miembros del grupo de ex soldados inclinados a la paz "Rompiendo el Silencio" para que los acompañaran y les mostraran el otro lado, la policía intervino y se les impidió visitar la ciudad. Ahora unos 200 profesores y directores firmaron una protesta oficial contra el año del proyecto del ministro de Educación y exigieron su cancelación.

Saar está molesto. Con los ojos en llamas detrás de sus gafas, denunció fervientemente a los profesores. ¿Cómo pueden  esos traidores educar a nuestros preciosos hijos?

TODO ESTO me recuerda a mi difunta esposa, Raquel. Puede que haya contado esta historia antes. Si es así, debo pedir indulgencia. Pero no puedo evitar contarla de nuevo.

Raquel fue durante muchos años maestra de primero y segundo grado. Ella creía que después de eso, nada más se podía hacer para moldear el carácter de un ser humano.

Al igual que yo, Raquel amaba la Biblia ‒no como un texto religioso o un libro de historia (lo que decididamente no es), sino como una obra literaria excelente, sin igual por su belleza.

La Biblia nos cuenta cómo el mítico Abraham compró la Cueva de Macpela para enterrar a su esposa, Sarah. Es una historia maravillosa, y, como era costumbre en ella, Raquel hacía que los niños jugaran en clase. Esto no sólo hizo que la historia cobrara vida, sino  que le permitió motivar a niños y niñas tímidos que no tenían confianza en sí mismos. Cuando fueron elegidos para desempeñar un papel importante en una de estas obras improvisadas, ganaron en autoestima y florecieron de repente. Para algunos significó un cambio en sus vidas, como me confesaron décadas más tarde.

La Biblia (Génesis, 23) dice que Abraham le pidió al pueblo de Hebrón una parcela para enterrar a su esposa, cuando murió a la avanzada edad de 127 años. Todos los hebronitas ofrecieron sus campos de forma gratuita. Pero Abraham quiso comprar el campo de Efrón, hijo de Zohar, "por el dinero que valiera".

Efrón, sin embargo, se negó a aceptar dinero e insistió en entregarle el campo al honorable huésped como un regalo. Después de mucho intercambio de cortesías, Efrón finalmente tocó el punto clave: "Señor mío, escúchame: la tierra vale cuatrocientos siclos de plata, ¿Qué es esto entre tú y yo?".

La escena fue escenificada debidamente, con un niño de 7 años de edad, que llevaba una larga barba interpretando a Abraham, y otro a Efrón, con el resto de la clase como el pueblo de Hebrón, que eran los testigos de la operación, tal como Abraham lo había pedido.

Raquel les explicó a los niños que esta era una antigua forma de hacer negocios: no ir directamente al asunto grosero del dinero, sino intercambiar palabras amables y declaraciones, y entonces, poco a poco, llegar a un arreglo. Añadió que este procedimiento civilizado todavía se ve en el mundo árabe, y especialmente entre los beduinos, incluso en Israel. Para los niños, que probablemente nunca habían oído una palabra buena sobre los árabes, esto era una revelación.

Posteriormente, Raquel le pidió al profesor de la clase de al lado cómo había contado esa misma historia. "¿Qué quieres decir?", respondió la maestra. "Yo les dije la verdad: que los árabes siempre mienten y defraudan. Si Ephron quería 400 shekels, ¿por qué no lo  dijo de inmediato, en lugar de pretender estar listo para darlo como un regalo?".

SI LOS maestros como Raquel pudieran llevar a Hebrón a sus hijos para mostrarles todo, dejándolos visitar el mercado árabe de especias y los talleres que por siglos han estado produciendo el exclusivo cristal azul de Hebrón, sería maravilloso. Si los niños pudieran hablar con los árabes y los judíos, incluso hasta con los fanáticos de ambos lados, eso podría resultar muy educativo. Visitar las tumbas de los Patriarcas (que, según cree la mayoría de los arqueólogos serios, en realidad son las tumbas de jeques musulmanes), sagrados igualmente para musulmanes y judíos, podría enviar un mensaje. Los judíos israelíes están muy conscientes de que Abraham también figura como profeta en el Corán.

Antes de conquistar Jerusalén y declararla su capital, el mitológico rey David (también venerado como un profeta en el Islam) tuvo su capital en Hebrón. La ciudad, que se encuentra 930 metros sobre el nivel del mar, goza de un aire maravilloso y agradables temperaturas en verano y en invierno.

Todo este episodio me trae de nuevo a uno de mis viejos caballos de batalla: la necesidad de que todos los escolares israelíes, judíos y árabes, conozcan la historia de su tierra.

Esto parece obvio, pero no lo es. Lejos de ello. Los niños árabes en Israel aprenden historia árabe, comenzando con el nacimiento del Islam en la lejana Meca. Los niños judíos aprenden la historia judía, que no jugó un papel importante en este país por casi dos mil años. Grandes trozos de la historia del país son desconocidos para un lado o por ambos. Los alumnos judíos no saben nada de los mamelucos, y casi nada acerca de los cruzados (excepto que hicieron una carnicería con los judíos en Alemania en su camino hasta aquí); y es muy poco lo que los alumnos árabes saben acerca de los cananeos y los macabeos.

El aprendizaje de la historia del país en su totalidad, incluidas las fases judías y musulmanas, crearía una visión unificada común que acercaría mucho más a los dos pueblos, y facilitaría la paz y la reconciliación. Pero esta posibilidad está tan distante hoy como lo estaba hace 40 años, cuando lo planteé por primera vez en el Knesset, y me gané el apodo de "El Mameluco", por parte del entonces ministro de Educación, Zalman Aran, del Partido Laborista.

En una atmósfera diferente, Hebrón sería visto como debe ser: una ciudad fascinante, sagrada para ambos pueblos; la segunda ciudad santísima del judaísmo (después de Jerusalén) y una de las cuatro ciudades sagradas del Islam, (con La Meca, Medina y Jerusalén). Con tolerancia mutua y sin fanáticos de ambos lados, ¡qué lugar tan maravilloso sería para que los niños visitaran!