En su Compendio de la historia de Santo Domingo (Santo Domingo: Central de Libros, t. II, 5ª ed., 1982, p. 215 [1882], José Gabriel García no designa a nadie en particular como el redactor del Manifiesto del 16 de enero de 1844, sino que escribe lo siguiente: «De lo primero en que se ocuparon estos entusiastas continuadores de la obra separatista así que establecieron relaciones con todos los centros importantes, fue de redactar un manifiesto de agravios, del cual se sacaron solamente cuatro copias: una que llevó Juan Evangelista Jimenes al Cibao, otra que circuló Gabino Puello en los pueblos del Sur, otra que dio a conocer Juan Contreras en los del Este, y la que circulaba en la capital y sus inmediaciones.»
¿No leyó el historiador García el texto de Manuel Joaquín Del Monte titulado “Sucesos políticos de 1838-1845”? En dicho documento, este afrancesado, actor del Plan Levasseur, confirma que fue Sánchez, ayudado por Mella, quien redactó ese Manifiesto. Y hay que creerle, porque, como enemigo de Sánchez, tuvo grandes motivos para regatearle ese mérito. También fue confirmada la autoría del Manifiesto por parte de Sánchez, por boca y pluma de su secretario José Dolores Galván (Ramón Lugo Lovatón, Sánchez, t. I. Ciudad Trujillo: Montalvo, 1947, pp. 160-161). ¿No leyó el historiador García a Thomas Madiou cuya obra se publicó en 1848? Este, en su Histoire d’Haïti (Puerto Príncipe: Henri Deschamps, t. VIII (1843-1846, p. 96 [1848]), repite lo afirmado por Del Monte, su fuente oral y escrita.
Entonces, si la autoría del Manifiesto está documentada, ¿de dónde saca Emilio Rodríguez Demorizi en su libro Discursos de Bobadilla, sin aportar prueba documental, testimonial u oral que Bobadilla fue el autor del Manifiesto? (Ciudad Trujillo: Imprenta de la Vda. García, 1938, p. 5). Estos tipos de afirmaciones sin soporte que los justifiquen son los que sirven para que la inercia se instale y que, a partir de este aserto, Balaguer y los demás historiadores que se han referido a la redacción del Manifiesto del 16 de enero repitan lo dicho por Rodríguez Demorizi y lo den por verdad irrefragable.
Y así ha obrado Manuel Otilio Pérez [y] Pérez en su libro El legado imperecedero de Tomás Bobadilla. Creador y organizador del Estado dominicano (Santo Domingo: Santuario, 2017) Es un dislate tan grande este aserto del autor que además de reproducir el entuerto de Rodríguez Demorizi y sus secuaces, tiene la osadía de afirmar que el sujeto Bobadilla es el “creador y organizador del Estado dominicano”, mérito que corresponde a Duarte como su creador y a Santana como organizador del Estado autoritario, clientelista y patrimonialista, centralizado administrativamente, sin participación del pueblo-nación y sus mitos, y que, actualmente, es el mismo Estado que dirige Danilo Medina.
He consultado a algunos historiadores de viso acerca de este libro de Pérez [y] Pérez y no le reconocen siquiera como historiador. El problema no es la insignificancia del autor como historiador, sino que ante errores tan de bulto como estos libros que él disemina, no puede guardarse silencio, pero tampoco elogio ni condena, sino que el objetivo estratégico es situar la ideología y la política de la obra y las de quienes están detrás de semejante libro.
En estos momentos de la historia del país afloran como la verdolaga las ideologías de la cultura frívola, el indiferentismo político, la desmovilización política total, los cuatros pilares del materialismo de la cultura light: consumismo, hedonismo, relativismo y permisividad. Y todo esto contribuye al desmantelamiento de la cultura del país como estrategia mayor del neoliberalismo salvaje que obra a escala planetaria.
Bobadilla fue proteccionista y luego anexionista y si tuvo desavenencias en 1847 con Santana, estas no fueron doctrinales ni ideológicas, sino personales: acusó al ministro de Hacienda Ricardo Miura de malversación fondos, a lo que se añadió el conflicto con el cura José María Bobadilla, hermano de Tomás, quien, ventrílocuo de la Iglesia, publicó un panfleto solicitando no se tocaran los bienes eclesiásticos y que les fueran devueltos a la Iglesia católica (Bernardo Pichardo. Resumen de historia patria. Santo Domingo: Colección Pensamiento Dominicano, 1974, p. 111 [1922]). Este conflicto con Santana explica que Bobadilla dijera ante el Congreso que él fue el que primero dijo Dios Patria y Libertad en el Baluarte, para justificarse y ganarse la simpatía de los trinitarios, a quienes había ayudado a desterrar y condenar a muerte si pisaban suelo patrio, especialmente de Mella, que lo introdujo al grupo conspirador y le entregó el Manifiesto la noche del 24 de enero de 1844 para que lo firmara (Lugo Lovatón, Sánchez, I, p. 166 y lo confirma Thomas Madiou en su Histoire d’Haïti, t. VIII (1843-1846, pp. 98, 109 y 111, quien toma el dato de las memorias tituladas “Sucesos políticos de 1838-1845” insertas en Emilio Rodríguez Demorizi (Documentos para la historia de la República Dominicana, t. II, pp. 9-45. Santiago: El Diario, 1947) de Manuel Joaquín del Monte, su fuente oral y escrita, y, además, como se dijo supra, enemigo de Sánchez. Este Del Monte se fue a Haití como asesor político de Charles Hérard-Rivière en 1844, luego del fracaso militar de su invasión a la parte este que se separó de Haití. Es importante saber que Del Monte fue enemigo de Sánchez y de los trinitarios y su atribución del Manifiesto del 16 de enero de 1844 a Sánchez y Mella es prueba documental de primera mano. La ideología y el compromiso político de este proteccionista afrancesado eran tan fuertes que prefirió servir a los gobiernos del mulato Boyer y del negro Hérard-Rivière antes que vivir en una patria libre. Pero a su regreso al país, luego de la caída de su protector haitiano, siguió el mismo itinerario de su compañero de ruta, Bobadilla. Ocupó los más altos puestos de la judicatura en los gobiernos de Santana. Y cuando Bobadilla vio que su archienemigo Báez intentaba convertir la república en un estado de la Unión Americana, Manuel Joaquín del Monte vio el problema con el mismo colimador del interés personal; le escribió desde el exilio a Luperón y se subió al carro triunfal que daría al traste con la dictadura de los seis años de Báez en 1974 cuando triunfó la revolución de noviembre encabezada por Ignacio María González. Pero todavía faltarán dos años para que el reino del Partido Azul se inicie, primero con el seudoazul Cesáreo Guillermo y luego, definitivamente con Ulises Francisco Espaillat hasta el asesinato de Lilís en 1899. No hay que decir que Del Monte, al igual que Bobadilla, fue uno grandes ganadores con la Anexión del país a España, reincorporación hecha por Pedro Santana. Son dos casos a los que habría que realizarse un estudio histórico-biográfico dentro del campo de lo sicoanalítico.
Es, por otra parte, una falacia de Bobadilla atribuirse méritos ajenos. Fueron los trinitarios los primeros que dijeron en 1838 Dios, Patria y Libertad cuando juraron separar a los dominicanos de Haití que dijeron Dios Patria y Libertad. Y este afán de atribuirse glorias ajenas explica por qué Bobadilla se atribuyó la redacción de la Manifestación del 16 de enero, cuando en realidad fue Sánchez su redactor, documentado por el propio Galván, secretario de Sánchez, a quien el patricio se la dictó (y otra vez lo documenta Madiou, según se lo informó Del Monte, citado por Lugo Lovatón, Sánchez, t. I, p. 167). De la Manifestación del 16 de enero de 1844 circularon, hasta el día de la separación, 4 ejemplares con espacios en blanco para firmas, según consigna Madiou, libre de sospecha de ser partidario de la separación de los dominicanos, y uno de esos cuatro ejemplares le fue entregado a Bobadilla por instrucciones de Mella. Al igual que la Junta Central Gubernativa le envió más tarde una carta con un ejemplar del Manifiesto a Charles Hérard-Rivière para ponerle en auto de que los dominicanos estaban dispuestos a vencer o morir para preservar su independencia. (Véasela en Lugo Lovatón, Sánchez, t. I, p. 232).
Bobadilla fue un fabulador. Para defenderse de Santana, quiso hacerse el gracioso frente a los trinitarios que ya habían pagado con su sangre en el aniversario de la independencia en 1845 con el fusilamiento de María Trinidad Sánchez y su sobrino Andrés Sánchez y los hermanos José Joaquín y Gabino Puello en 1847. Caído en desgracia, invocaba falsas glorias al invocar la empatía de los trinitarios, pero dice Lugo Lovatón que Bobadilla tuvo dos oportunidades de oro en su vida para patentizar por escrito su paternidad de la Manifestación del 16 de enero de 1844: en la Hoja de Servicios a la República que escribió el 26 de septiembre de 1844 y cuando presidió la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución del 6 de noviembre de 1844. Pero esa paternidad no figura ni en sus memorias ni en la referida Hoja de Servicios (Sánchez, t. I, p. 163). No lo hizo porque sabía que podía ser desmentido, aunque los trinitarios (sobre todo Sánchez y Mella) estaban muy lejos, en el exilio, para desmentirle en ese momento.
Con el mismo oportunismo que se sumó a la causa separatista, siendo un afrancesado y luego un anexionista consumado, del mismo modo se sumó al carro del antianexionismo de Luperón en contra de la pretensión de Buenaventura Báez de convertir la república en un estado más de la Unión Americana. Y lo hizo Bobadilla porque Báez era el archienemigo mortal del proyecto de Santana, guardián de los intereses políticos y económicos de Bobadilla y, además, porque el ataque bestial de Bobadilla a Báez en 1849 le cerró totalmente las puertas a todo entendimiento con ese otro tipo de anexionismo de aquel cabeza del protectorado francés que simbolizó Báez, quien, como se vio, se echaba en brazos de cualquier potencia extranjera, ya fuera Francia, Inglaterra, España o los Estados Unidos.
Estos dos tipos de anexionismos fueron, en su época, una guerra a muerte entre dos fracciones de la pequeña burguesía rural y urbana: hateros enfrentados a comerciantes y burócratas pequeños burgueses cuya única fuente de acumulación de riquezas era el Estado, tal como lo es hoy esta instancia abstracta del Poder.
En la próxima entrega analizaré la personalidad de Bobadilla vista por Rufino Martínez, el Tucídides dominicano, y Balaguer, e intentaré explicar por qué un hombre tan conservador y tan amante de los fastos del poder se muestra visceralmente enemigo del Ministro Universal.